Elba. Madrid, 2016. 117 páginas, 18€

En los años ochenta comenzó a circular por Madrid un sentencioso libelo anónimo titulado Contra los franceses. El autor, Manuel Arroyo-Stephens (Bilbao, 1945), librero y fundador de Turner, había decidido no dar su nombre y salir en la solapa con antifaz; ahora, en la edición de Elba, no justifica su anonimato, pero sí su enmienda a la totalidad de la cultura francesa, que juzga severamente: "Podría decir que he visto a las mejores mentes de mi generación devastadas por la Teoría que nos llegaba de Francia. Por eso, hace casi cuarenta años, escribí este libelo".



Pero su andanada no se queda en el siglo XX, aunque el mandarinato de Sartre y compañía ocupe una de las partes más jugosas del libro. Arrogancia, retoricismo hueco, cursilería, fatuidad, control político de la cultura, falta de originalidad artística: estos serían solo algunos de los virus que Francia, según el autor, ha inoculado en Europa durante siglos de "hegemonía estéril" solo interrumpida con la llegada del romanticismo. Incapaces de crear nada de valor, los franceses habrían demostrado una sola habilidad a lo largo de su historia: la de copiar e imponer modas siempre a fuerza de denostar todo lo extranjero.



Fuera del contexto del libelo, muchas afirmaciones moverían a escándalo; aquí es inevitable sonreír tanto con las que tienen un fondo de verdad como con las más caprichosas. El libro de Arroyo-Stephens, tan provocador como inteligente y bien escrito, omite aquello que de admirable tiene la cultura francesa, a la que reconoce, a regañadientes, algún destello individual, como Stendhal, no sin antes subrayar que su genialidad fue más bien cosa de los italianos.



Incluye un virulento capítulo contra Voltaire, a quien considera un filósofo de segunda (y azote y censor de lo que venía de fuera, sobre todo de Inglaterra y España) y acusa a Flaubert de ser un burócrata de la literatura para quien "nada hay más plebeyo y despreciable que un sentimiento". El autor repasa el expolio de las hordas napoleónicas allá donde pusieron pie. En España, por vecindad, la influencia de Francia (de Alemania se dice que tuvo que hacerse abiertamente violenta como reacción) habría sido mayor, y más nefasta. Lo bonito de un libro así -un delicioso divertimento- es que un francófilo informado podría, con seguridad, contrargumentar cada opinión del libelista. Y bien está que así sea.



@albertogordom