Pedro Álvarez de Miranda. Foto: José Aymá

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2016. 270 páginas, 22'50 €

De entrada hay que destacar, como hace en su prólogo Manuel Seco, el rigor científico y detectivesco que vertebra Más que palabras, estas "cuarenta y cinco instantáneas sobre la vida privada de las palabras" de Pedro Álvarez de Miranda (Roma, 1953). Aparecieron casi todas, con intención de orientar el uso de un público interesado por la lengua española, entre octubre de 2009 y julio de 2014 en Rinconete, la revista electrónica del Centro Virtual Cervantes del Instituto Cervantes.



Como filólogo historiador de las palabras, el autor se apoya en textos y datos. Por eso algunos de sus breves capítulos resultan tan actuales: "Aceptar pulpo como animal de compañía", ejemplo de etimología fraseológica, de historia de la lengua reciente, reflejo de la publicidad televisiva, o los dedicados a "pasarlas moradas" y a "Refanfinflar, repampinflar". Muchos otros se centran en el léxico y siguen la pista a coquilla y bragueta; al porqué de croqueta, pero cocodrilo; a las vidas de excursionista, ultraísta, ensimismarse; al reciclaje de gobernanza y de azafata; a la reciente lexicalización humorística de michelín; a la aparición, a fines del siglo XVII, de café y su familia léxica, tan presentes en nuestra vida; a la de modisto, "verdadero engendro morfológico"; al léxico taurino, que enriquece el de todos, a propósito de de estampía...



Álvarez de Miranda aborda con humor temas eruditos relacionados con la difícil transmisión filológica: la perversa errata del buen gusto, por el buen gesto, atribuido a Isabel la Católica; "Estugafotulés / estugofotulés, o El teléfono escacharrado", etc. Y, recordando a Bruno Migliorini, se ocupa también de la Onomaturgia, la actividad que genera palabras de autor, creaciones léxicas individuales que la comunidad acepta e integra, como mileurista, palabra de Carolina Alguacil con fecha de nacimiento.



En la línea de alguno de sus recientes artículos periodísticos, el autor desdramatiza la evidencia de que, en nuestra lengua, el masculino sea el género no marcado. Y recuerda algo significativo: el uso de ciertos "nombres oficiales", como Girona o Gipuzkoa, solo es obligatorio en textos oficiales; en castellano, lo normal es decir Gerona o Guipúzcoa, exónimos tan tradicionales como Londres o Ginebra. En cuanto a asuntos algo polémicos relacionados con las últimas normas ortográficas, aunque recomienda acatar siempre las decisiones de la Academia, y da ejemplo, rechista un poco en dos casos, no sin antes advertir que lo hace "sin asomo de rebeldía" y sin practicar ni llamar a la disidencia activa. Y, para contextualizar la famosa política lingüística panhispánica de las Academias, el capítulo "Panhispanismo: un congreso de 1963" hace justicia a Dámaso Alonso como responsable de sus orígenes.



Recorre el libro una visión de la lengua sensata, tolerante y realista que reconoce la autoridad del uso, un uso que se puede orientar. Alejado del purismo, Pedro Álvarez de Miranda suele matizar su argumentación con frases como "Hay que poner cierta distancia con todo", "No pasa nada: no hay que rasgarse vestiduras ni tirar primeras piedras", "Si los hablantes se empeñan en equivocarse, pues nada, venga, equivoquémonos todos", etc. Por eso, aunque defienda espurio, documenta su convivencia con espúreo y declara que si, llegado el caso, ganara espúreo, "abandonaría el barco, y me pasaría, sin traumas insuperables, al empleo de la forma con -e-. Esto no es chaqueterismo, es reconocimiento de que el numantinismo tiene sus límites y el hablante es un ser social". Pero, dicho lo anterior, insiste en que no todo vale. Como muestra, el sugerente capítulo "Hablar como los indios" donde denuncia el infinitivo introductor, ese infinitivo brusco sin anclaje gramatical, el que empieza sin más con "Darles las gracias y desearles...", ese al que le falta un verbo decir, indicar, señalar...



Y también resulta claro al explicar que no hay palabras feas, que los hablantes debemos acoger sin recelo los neologismos necesarios y que no es cierto que cada vez se hable peor, lo que ocurre es que, precisamente porque las lenguas están vivas, cada vez se habla de forma algo diferente. Divulgador, pero especializado, Más que palabras se lee como un libro ameno y riguroso que trasciende lo anecdótico.