R. Thompson y J. Venables tenían 10 años cuando asesinaron a James Bulger, de 2

Traducción de Dimitri Fernández. Alianza. Madrid, 2016. 202 páginas. 19'90€, Ebook: 13'99€

Se abre la introducción de este libro con una afirmación contundente: "No conozco ningún otro país desarrollado del mundo en el que la infancia sea una experiencia más desdichada que en Gran Bretaña. Es una experiencia horrible no sólo para los que la padecen, sino también para quienes tienen que sufrir a los niños británicos. Los británicos temen a sus propios hijos".



Quizá el lector piense que Theodore Dalrymple (Londres, 1949) es un paleto resentido que escribe. En realidad no, Anthony Daniels -Dalrymple es uno de los seudónimos que ha utilizado en su vasta obra- es un médico que ha trabajado en varios países del África subsahariana. Se retiró en 2005 tras muchos años de trabajo como psiquiatra en hospitales públicos y en cárceles británicas.



Esta doble experiencia, en centros de salud y en penitenciarías, le ha proporcionado un conocimiento en torno a muchas de las miserias contemporáneas: criminalidad, violencia de género, adicción a las drogas, violencia juvenil o familias disfuncionales. En la actualidad, sigue publicando extensos e incisivos análisis en torno a los problemas sociales de los países occidentales y, a la vez, mantiene una activa presencia en los medios de comunicación.



Volviendo a nuestro libro, publicado en 2010 en su edición inglesa, conviene resaltar que en la norteamericana tenía como subtítulo How Britain is Ruined by Its Children (Cómo Gran Bretaña está arruinada por sus niños). Para justificar una posición tan polémica, Dalrymple recurre a diversas fuentes documentales como un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en el que se afirma que de los 21 países más desarrollados el que peor trata a los niños es el Reino Unido.



La causa del aumento de la violencia de tantos niños y padres es el exagerado culto al sentimentalismo

Sobre una amplia base documental se perfila un panorama que pone de manifiesto el incremento de la violencia ejercida contra los niños ingleses, como constatan los registros de las urgencias hospitalarias. Al mismo tiempo, la violencia ejercida por niños y adolescentes británicos no hace sino aumentar. Un tercio de los profesores, según las encuestas, habría sido coaccionado y sufrido agresiones físicas por parte de sus alumnos. A los ataques a los profesores se han sumado los padres de los chicos. "Cinco octavos de todos los profesores sufrieron agresiones tanto de los alumnos como de los propios padres". Dalrymple recoge de la revista científica Archives of Diseases of Childhood que, en el transcurso de su trabajo, 4 de cada 10 médicos pediátricos han sido amenazados por los padres. Y un 10 por ciento ha sido objeto de un intento de agresión.



Trazado el diagnóstico, estas páginas plantean un interrogante crucial. ¿Por qué unos niños y sus padres que viven en un estado de bienestar superior al de generaciones precedentes y que disponen de muchas fuentes de información, obran con tanta agresividad y violencia? Si nunca el nivel de vida ha sido tan alto, qué motiva a tantos niños y progenitores a dar rienda suelta a tanta ansiedad y violencia.



La respuesta a esta cuestión está compuesta por numerosos hilos, pero el núcleo conductor está para nuestro autor en el sentimentalismo, en el exagerado culto al sentimiento. El sentimentalismo se transforma en un mal social en tanto en cuanto va más allá de la esfera de lo personal. Nadie es inmune a ser vencido por una historia o un suceso dramático pero como motor de reacciones o políticas públicas es nefasto y causa mucho daño a la sociedad en su conjunto con su dialéctica subyacente de excesiva indulgencia y abandono.



El origen del sentimentalismo lo sitúa Dalrymple en el hincapié del movimiento romántico en la inocencia y la bondad de los niños, en relación con la degradación moral de los adultos. El romanticismo nació en Alemania y en Inglaterra a finales del XVIII como reacción al racionalismo de la Ilustración y el Neoclasicismo. Los sentimientos, la conciencia del yo, el individualismo o el alarde de la obra inacabada son sus grandes banderas. Para evidenciar la nefasta influencia del sentimentalismo, vemos un apasionante recorrido que desde Rousseau hasta el psicólogo Steven Pinker muestra la construcción intelectual de lo que hoy constituye un fenómeno de masas. Un fenómeno que para el autor se ha adueñado del espacio social gracias a un rigor intelectual cada vez más escaso y a mútiples sucesos dramáticos como la muerte de la princesa Diana o la desaparición de Madeleine McCann.