Rudyard Kipling
Rudyard Kipling, uno de los escritores más leídos de la historia británica, ha sido siempre, como personaje, de difícil digestión. En su introducción a estas Crónicas de la Primera Guerra Mundial, Ignacio Peyró alude a la "complejidad de una reputación". No falta uno a la verdad si define al autor de Kim como antidemócrata y militarista, y como artífice, en parte, del asentamiento en Occidente de molestos estereotipos sobre la India o Japón. Pero tampoco exagera si ensalza al excelente cuentista y al notable poeta a menudo despreciado por la claridad de sus versos ("debemos defender a Kipling del cargo de escribir coplas", dijo Eliot).A mostrar una cara más de este personaje rodeado de clichés contribuye esta compilación, que recoge el periodismo propagandístico de Kipling durante la Gran Guerra. No busquen análisis desapasionados: Kypling escribe para levantar la moral de la tropa, y contra el "deshumanizado" enemigo alemán. Qué diferente es su actitud a la de un Rilke (véase Guerra y lenguaje, de Adan Kovacsics), quien, reclutado por la Oficina de Censura en Viena, se mostró incapaz en su obligada tarea de "peinar a los héroes". Kipling, con tal de demostrar la superiodidad -en todo orden- de los Aliados, llega a afirmar que los "austríacos no tienen oído para la música". No escatima alabanzas a Francia, a su lengua ("hermana, no extranjera"), a la valentía de sus gentes y a sus intensos esfuerzos por la victoria.
Leídas con perspectiva histórica, estas crónicas resultan un formidable testimonio de un tiempo en el que los escritores se vieron arrinconados entre un sinfín de aprietos morales. Algunos, como Karl Kraus, optaron por el silencio; Kipling, que perdería a su hijo Jack en el frente, optó en cambio por prestar su pluma a la ruidosa propaganda. Antes, eso sí, de que su entusiasmo se convirtiera en honda desilusión.