María Teresa León

Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2017. 469 páginas, 19,90 €

Cuando están a punto de cumplirse treinta años de la muerte de la autora de Memoria de la melancolía, parece más oportuno que nunca reivindicar su figura y ofrecer al público un relato detallado de su trayectoria literaria y vital. María Teresa León (1903-1988) fue, en más de un sentido, un paradigma de las aspiraciones y posibilidades de las mujeres de su tiempo; y no sólo por su vinculación con un personaje tan destacado en la vida literaria, social y política de la España de la República, la guerra civil y el exilio como lo fue Rafael Alberti. Ya antes de conocerlo la escritora riojana había dado el paso decisivo, y bastante insólito entonces, de romper con un matrimonio insatisfactorio y consagrarse a su vocación y a su voluntad de asumir el control de su destino.



Sólo desde esta condición de mujer emancipada cabe entender su vinculación con el autor de Marinero en tierra. La popularidad, el reconocimiento y la estima literaria de este último se cimentó sin duda sobre méritos propios; pero cabe plantearse la hipótesis -y así lo hace, aun con cierta cautela, esta biografía- de que la excesiva cercanía a la brillantez del gaditano quizá obrara en perjuicio de la relevancia de la que era acreedora la obra de su compañera y esposa.



Es indudable que el principal problema al que se enfrenta cualquier acercamiento a la figura de María Teresa León es el deslinde entre su propia trayectoria y la del poeta. José Luis Ferris (1960), ya experimentado biógrafo de otras figuras coetáneas y en cierto modo interrelacionadas, tales como Miguel Hernández o la pintora Maruja Mallo, aborda esta cuestión desde el riguroso cotejo de los escritos autobiográficos de una y otro, en busca de rasgos que indiquen, si no discrepancias fundamentales, sí un matiz clarificador respecto al papel de cada uno en determinadas experiencias compartidas. Así, por ejemplo, queda claro que la actuación de María Teresa en la Alianza de Intelectuales Antifascistas y en las llamadas Guerrillas del Teatro durante la guerra civil tuvo un matiz organizativo y resolutivo -a ella se deben, por ejemplo, gestiones tan comprometidas como la evacuación de los cuadros del museo del Prado durante el sitio de Madrid-, que contrasta con la labor de relaciones públicas y agitación propagandística que correspondió a su compañero. Ello no la puso a salvo de la sospecha de irrelevancia con la que incluso algunos destacados correligionarios percibieron aquellas tareas: conocido es el episodio -que Ferris ya narró en su biografía de Miguel Hernández- en el que el poeta de Orihuela, indignado por la aparente frivolidad de ciertos festejos que la Alianza celebraba a escasa distancia del frente, expresó con rotundidad la opinión que le merecían quienes los organizaban.



No ignora Ferris que el tiempo no ha sido precisamente clemente con lo que él llama, al final de su libro, "el tópico de la miliciana exaltada con pistola al cinto". Por ello, quizá, la parte de esta biografía que más contribuye a reconciliar al lector con la figura otrora impulsiva y quizá desenfocada de la antigua luchadora sea la que narra su experiencia del exilio. No faltaron a los Alberti en esa coyuntura apoyos decisivos; pero tampoco cabe dudar de que la versatilidad y esfuerzo de la escritora fueron factores clave a la hora de rentabilizarlos. En ese sentido, hay que destacar la puesta en valor que esta biografía efectúa sobre aspectos tan desconocidos como la breve pero brillante trayectoria de la autora como guionista de cine, así como su perseverante carrera como traductora.



Es conocido el desenlace de esta historia: los inicios de la enfermedad que marcó la senectud de la escritora -una arterioesclerosis que derivó en demencia senil- coincidieron con el desarrollo de la controvertida relación del poeta con Beatriz Amposta en Roma, lo que convirtió a la hasta entonces emblemática pareja en el centro de un conflicto de lealtades que implicó a amigos y familiares. Fue el peor escenario posible para el último acto de la vida de la exiliada, que era el regreso a sus orígenes: la autora, por el contrario, quedó atrapada en el limbo de la desmemoria y la pérdida de identidad. Su obra literaria, por razones de otra índole, puede correr la misma suerte.