Luis Antonio de Villena. Foto: Jesús Marchamalo

Pre-Textos. Valencia, 2017. 486 pp., 32€

"Las memorias son retazos, fragmentos de lo que fue realidad", afirma Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) al final de la segunda entrega de las suyas, un tanto paradójicamente tituladas Dorados días de sol y noche. Afirma también el autor haberse dejado llevar por los vaivenes del recuerdo. Las memorias, viene a decir, no se rigen por ninguna regla; aunque sí, normalmente, presuponen un relato, así como una deseable amplitud de mirada más allá de lo meramente personal, porque raro es el memorialista que no se postula como testigo de una época.



Este segundo tomo de las memorias de Villena, que abarca desde principios de los años 70 hasta finales de los 90 -es decir, desde los veinte años del autor hasta el filo de su cincuentena- se presenta en su primer tramo como un relato de iniciación. Queda pronto claro que la cuestión sexual, en toda su casuística, habrá de ser el asunto predominante, que se resolverá en la reconstrucción desinhibida de una sucesión de episodios eróticos entre los cuales no habrá nunca grandes amores y sí una gran profusión de encuentros fugaces, no pocas veces venales -lo que en el autor no parece causar ningún tipo de reparo o juicio sobre las circunstancias que suelen concurrir en esos casos-, en los que Villena cree ver las múltiples caras cambiantes y elusivas de un alto ideal sensual y estético nunca del todo realizado.



No es extraño, por tanto, que, agotada pronto esta veta, a la postre condenada a la repetición de situaciones muy parecidas, estas memorias cambien de estrategia y el hilo conductor pase a ser una relación de semblanzas de personajes, casi todos ellos escritores, que el autor trató a lo largo del periodo de referencia, en un bien trabado armazón de relaciones que suelen tener "un pilar en la literatura y otro en nuestras comunes afinidades electivas" -entre ellas, por supuesto, la inclinación sexual-; lo que da lugar a que, también dentro de estas semblanzas, el anecdotario erótico siga ocupando un lugar predominante.



Lo que no quiere decir que Villena decepcione a la hora de describir a sus contemporáneos. Más bien al contrario: brillante, culto y bien relacionado, el autor conoció de primera mano a figuras señeras de la literatura hispánica de su tiempo y tuvo ocasión de tratarlas en ambientes distendidos e incluso, con frecuencia, en la intimidad cómplice. Bajo estas premisas desfilan por estas páginas nombres como Rosa Chacel, Gil de Biedma, Mujica Láinez, los poetas de "Cántico", Gil-Albert, Brines y muchos otros. De todos se cuentan jugosas anécdotas, siempre desde la inmediatez de quien ha recibido la confidencia de primera mano o ha sido testigo de los hechos, cuando no -en la medida en que el autor ejercerá de guía e iniciador en los secretos de la noche madrileña- inductor directo de algunas de las situaciones narradas. Tampoco se le escapa la condición trágica de algunos de sus retratados: desde el autodestructivo Eduardo Haro Ibars al no menos desgraciado novelista Ángel Vázquez, que conoció casi sin solución de continuidad el éxito fugaz, la pobreza y el olvido.



Otros fantasmas acechan al desenfadado protagonista: el progresivo enfriamiento de aquellas ardientes amistades de antaño y la inevitable soledad. Pero en vano querrá el lector encontrar un sesgo trágico en este relato. Villena se inclina por la celebración y la nostalgia. ¿Es esto el éxito?, se pregunta al final. No hace falta esperar la respuesta.