Hijo ilustre y paradigmático de una generación que hizo de la cultura, una cultura destilada durante generaciones, su manera de posicionarse en el mundo, Stefan Zweig (1881-1942) fue el perfecto intelectual de comienzos del siglo XX en cuyas obras late un eco de derrumbe paralelo a la lenta ruina de Europa. El fin de aquel sueño de progreso social e intelectual iniciado en el siglo XVII, que prometía acabar con el sometimiento religioso y político, se torna naufragio y adopta la forma de una pesadilla totalitarista que sacude las mentes pensantes de las primeras décadas del siglo XX.
El imparable ascenso del nazismo hace de Zweig un proscrito, prohíbe sus libros y le aleja progresivamente de todo lo amado y conocido hasta empujarle a un exilio errante y al convencimiento del fracaso del proyecto ilustrado, de la futilidad de la literatura para enfrentar el horror. Por eso, más allá de sus novelas y su descorazonador y póstumo epitafio El mundo de ayer, la literatura de Zwieg viró en estos años hacia una búsqueda incansable de comprensión, de inteligibilidad del sinsentido en el que se convirtió Europa en aquellos oscuros años 30. Mientras contemplaba el naufragio del continente con un cuaderno en la mano izquierda y un frasco de cianuro en la derecha, el escritor volvió los ojos a las grandes figuras de las letras del pasado como Erasmo, Balzac, Dickens, Stendhal, Dostoievski, Hölderlin, Nietzsche, Montaigne... Y destacando entre todos, Lev Tolstói.
Un viaje al pasado a través de otros para narrar indirectamente su propia existencia. "Hablar de uno mismo en el trazo indirecto de la ficción, en el terreno siempre ajeno del relato, la fábula o la investigación erudita. En este difícil arte de la fuga y la finta, Stefan Zweig fue siempre un maestro", asegura el doctor en Filosofía Iván de los Ríos en el prólogo del libro La revolución interior (Errata Naturae), un conjunto de textos que rastrea la inmersión que hizo Zweig en el corpus tolstoiano. "Atravesó su pensamiento con el deseo inconfesable de encontrar en otras vidas fragmentos de sí mismo y reconstruir con ellos un mapa del alma, de Europa. De encontrar el camino de vuelta a casa y no morir desterrado".
Pensador inédito y radical
Apoyándose en extractos de las obras y relatos de Tolstói, alguno inédito en español, el escritor austriaco sublima el pensamiento y la evolución vital del ruso hasta plasmarlo en el ensayo "Tolstói, pensador radical", nunca traducido a nuestra lengua. A simple vista, este texto podría pasar por un ensayo crítico sobre la vida y la obra de uno de los más grandes novelistas de todos los tiempos, pero es mucho más. Estableciendo una mímesis con su propia situación, Zweig, que cuando redacta estas páginas en 1937 es ya un vagabundo apátrida, trata de aferrarse a la experiencia de Tolstói como remedio para sí mismo. Así, articula su texto en torno a un instante crítico en la vida del gran novelista: un cataclismo existencial que le conducirá lenta, progresiva y obstinadamente al taedium vitae, el estudio de la teología, la búsqueda de Dios, la crítica del Estado, el anarquismo y la revolución pacífica del alma humana.
En la cúspide de su fama, con sus dos inmortales novelas (Guerra y Paz y Ana Karenina) ya publicadas, una economía saneada y una vida familiar plena, Tolstói entró en una profunda depresión que él mismo no supo identificar. "La vida se detuvo y se convirtió en algo inquietante", reconoce el autor ruso en Confesión (1886), libro inmediatamente prohibido por la censura zarista. "Sería absurdo buscar un nombre para la convulsión que convirtió a Tolstói en un cavilador meditabundo y en un pensador, en un maestro de vida. Un estado climatérico, tal vez, miedo a la vejez o a la muerte, o una depresión neurasténica que terminó transformándose en un estado de parálisis temporal", especula Zweig. "En cualquier caso, pertenece a la esencia espiritual de todo ser humano y, sobre todo, a la del artista, escudriñar e intentar superar sus crisis internas".
Afortunadamente Tolstói se sobrepuso al malestar -"yo, hombre dichoso, me ocultaba la cuerda para no ahorcarme, y no iba de caza para evitar la tentación de deshacerme de la vida con mi escopeta", escribió- y demostró que su vigor literario era más fuerte que cualquier otra cosa elaborando una compleja indagación sobre la vida. Como haría años después su epígono austriaco, profundizó inútilmente en todas las ramas del arte, la ciencia y el pensamiento para hallar, sin encontrarla, respuesta a las más sencillas preguntas: ¿por qué? y ¿para qué? "Ni siquiera anhelaba ya el conocimiento de la verdad, pues adivinaba en qué consistía. La verdad es que la vida reside en un sinsentido", escribió el conde.
La razón llevó a Tolstoi, como a Zweig, a concluir que la vida era absurda, -"Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado", decía- y aquí, en este desasosiego, reside el elemento clave del hermanamiento entre la literatura de Zweig y las inquietudes filosóficas y religiosas de Tolstói. En estos textos el austriaco narra, con belleza y precisión, el desgarrador viaje de un hombre que parte su vida en dos para lanzarse a una ineludible exploración del sentido último de todas las cosas. Exploración a la que Zweig quiso aferrarse para aguantar un poco más, para demorar ese mirar atrás que finalmente le encontraría en una cama de Petrópolis pocos años después.
Y es que este viaje a la autenticidad de la existencia tuvo un distinto final para discípulo y maestro. Tolstói descubrió hacia el final de su vida que no hay forma de existencia más excelsa que la beatitud construida en el interior del alma humana mediante una revolución pacífica y moral. Como "el saber le ha sido denegado, busca una fe e implora: 'Señor, regálame fe y permíteme ayudar a los demás a encontrarla'", apunta Zweig. Y con ello, crea un sistema vital y de pensamiento que logró, en palabras de Zweig, que "ningún autor contemporáneo, ni siquiera Marx o Nietzsche, dio lugar a la conmoción radical que supuso la obra de Tolstói para millones y millones de personas en todo el mundo, tanto desde un punto de vista social como espiritual".
Un trágico reverso
Un Zweig, que había sufrido en sus carnes el poder destructor de un Estado criminal como el nazi, fue incapaz de sustraerse a las palabras del genio ruso. A ese Tolstói pensador radical y anarquista insobornable que atacaba al Estado como el poder fáctico más diabólico, protector y promotor de la injusticia, la desigualdad y el enriquecimiento de las élites.
Sin embargo, Zweig, que había probado también todas las aguas del conocimiento, fue incapaz de asomarse a una última fuente: la fe. Más cínico y refinado, más imbuido de la modernidad del siglo XX, y sumido en un exilio no interior sino real, rechazó la esperanza tolstoiana en un futuro mejor. "Comenzar todo de nuevo cuando uno ha cumplido sesenta años requiere fuerzas inusuales, y mi propia fuerza se ha gastado al cabo de años de andanzas sin hogar. Prefiero, pues, poner fin a mi vida en el momento apropiado, erguido, como un hombre cuyo trabajo cultural siempre ha sido su felicidad más pura y su libertad personal, su más preciada posesión en esta tierra", escribió en su nota de suicidio.
Ese suicidio del vienés en Brasil, sumido en la más absoluta depresión, es el trágico reverso del inspirador estoicismo del gran novelista ruso, tan inspirador hoy como en cualquier época, pero que no fue suficiente para salvar a Stefan Zweig.