“Vivimos en una sociedad y una época oculocéntrica que nos bombardea sin cesar toda clase de estímulos visuales en la calle y en las pantallas”, afirma el periodista científico Federico Kukso (Buenos Aires, 1979), para quien el olfato, primero de nuestros sentidos en desarrollarse y puerta de la memoria a recuerdos que sin él se nos escaparían, no goza hoy en día de la importancia que merece. Una reivindicación que despliega con talento narrativo en Odorama. Historia cultural del olor (Taurus), un viaje a través del tiempo, plagado de sorpresas y curiosidades, que recorre las fragancias de nuestro pasado, claves para conocer las grandes transformaciones urbanas, higiénicas, gastronómicas, culturales, políticas y tecnológicas de la humanidad, “siempre acompañadas en mutaciones odoríferas”.
Y es que como defiende el autor, “cada época y cultura tiene su propia ‘osmología’, sus propias maneras de concebir y vincularse con el mundo a través de sus olores. Por ejemplo, apunta, “en los inicios de todas las religiones, la comunicación con los dioses fue a través de aromas. De los egipcios y romanos a los mexicas, en el cristianismo y el judaísmo, se pueden rastrear las mismas prácticas: ofrendas aromáticas a los dioses, por ejemplo, a través del incienso”, ese “olor a iglesia” con el cual se mantenía un diálogo con lo sagrado”.
"Es un error creer que los pueblos que habitaron hace cientos o miles de años se vanagloriaban de vivir en la inmundicia”, explica Kukso
También nuestras modernas ciudades sufrieron un gran cambio a partir de la Revolución industrial y la aparición del automóvil, “que no solo vino a reemplazar al caballo como medio de transporte sino también al olor de sus excrementos que aromatizaban las calles”. O cuando, a comienzos del siglo XX, “las cloacas y el agua potable llegaron a gran parte de la población permitiendo que, no solo el cuerpo sino el espacio urbano, fuera exfoliado de olores molestos y suciedades”.
¿Todo tiempo pasado olió peor?
Sin embargo, esta gran crónica de olores de Kukso pretende desterrar la idea de que todo pasado olió peor. “Olió distinto. Es un error pensar que las antiguas civilizaciones apestaban y que nosotros no. Eso lleva equivocadamente a creer que la Edad Media fue una época oscura, apestosa, donde nadie se bañaba y absolutamente todos olían mal o que los pueblos que habitaron hace cientos o miles de años se vanagloriaban de vivir en la inmundicia”, defiende. Como ejemplo, pone la milenaria tradición de baños públicos, que van desde las termas griegas y romanas hasta los temazcales de la civilización maya.
“Cada época, cada sociedad, cada cultura tiene sus propios umbrales y criterios sobre lo que es un buen olor y lo que es un mal olor, qué es limpio y qué es sucio”. Si bien muchos comulgarían hoy en día con la costumbre de la aristocracia romana de prohibir el ajo en sus cocinas, porque su fuerte olor se asociaba con la comida de los pobres, seguramente nos resultaría insoportable la costumbre del siglo XVI de perfumar todo: zapatos, medias, camisas, guantes, monedas, abanicos y hasta animales en una auténtica sobredosis olfativa “No existe una sola sensibilidad olfatoria. Existen muchas. Como expuso magistralmente el historiador francés Alain Corbin, el olfato es una construcción social que se va transformando con el tiempo”.
Este viaje histórico a través del olor nos demuestra que "el olfato es una construcción social que se transforma a lo largo del tiempo"
En este sentido, Kukso asegura que hoy en día “nos marearían los pesados perfumes antiguos, las fragancias de las cortes europeas, hechos con ámbar gris y almizcle, por ejemplo, densos olores de origen animal que fueron los más populares durante el Renacimiento”. También asegura que en nuestra aséptica realidad no soportaríamos “los olores de las guerras, los hedores de los campos de concentración nazis, de los centros de detención de las dictaduras chilena o argentina. O los olores de las montañas de cuerpos apilados en épocas de epidemias, tanto durante la Peste Negra en Eurasia durante el siglo XIV como en América en el siglo XVI”.
Un mundo sin olor
Pero ¿cuándo fue realmente estigmatizado el olor en Occidente y la frase “hay olor” pasó, como dice el autor, a convertirse en “hay mal olor”? Para Kukso el umbral está en el siglo XVII, cuando tras la Revolución científica, “el ojo se instituyó como el órgano rey y la visión fue entronizada como el principal sentido para explorar, conocer y comprender el mundo”. Desde entonces, asegura, “el olfato ha sido relegado, corrido a un lado, asociado con la intuición y con lo salvaje. Los olores siempre fueron misteriosos: no se podían medir, pesar, controlar”.
"Desde el siglo XVII el olfato ha sido relegado a un lado, asociado con la intuición y con lo salvaje, en favor de la visión, el sentido rey"
También la difusión de la mentalidad burguesa vino acompañada por la aparición de “una nueva sensibilidad, un descenso del umbral de la tolerancia olfativa. Hasta entonces aceptados como parte del tejido de la vida, ciertos olores empezaron a molestar”. Grandes pensadores como Descartes, Hegel y Kant despreciaron el olfato, “para ellos, este sentido no aportaba nada y desempeñaba un papel ínfimo sobre el conocimiento”.
En esta tradición, Freud sugirió que era el sentido de la lascivia, del deseo, del instinto, el apetito y de los impulsos, que llevaba el sello de la animalidad. Sin embargo, como recuerda el autor, “estamos en continuo diálogo y comunión con el mundo a través de los olores. No solo viajamos con los ojos, sino con el tacto y con la nariz. Los olores tienen un poder de persuasión más fuerte que el de las palabras. Constituyen una dimensión invisible e invisibilizada de la realidad”.
Una tendencia, que cada vez es más patente en nuestra sociedad actual, que el autor juzga como odorofóbica, pues “busca dominar, domesticar y suprimir cualquier emanación. El ideal moderno es el espacio y el cuerpo desodorizados y por eso tenemos una relación desodorizada con la historia porque se suele minimizar su papel en los acontecimientos”. Pero, a su juicio, “Conocer cómo olía el mundo en el pasado enriquece nuestra comprensión de la historia. Nos ayuda a relacionarnos con sus figuras de una manera más emocional, carnal, física. No se pueden comprender completamente eventos o lugares como las matanzas en el Coliseo romano sin el olor de la sangre, el olor de la gente, el olor de los animales”.
Resucitando aromas perdidos
Más allá de este valor histórico, Kukso insiste en que estamos viviendo una época en la que cada vez tenemos más contacto con olores sintéticos que con olores naturales. “Desodorantes de ambiente con olor a ‘brisa marina’, lavanda, limón, bebé, pino (o lo que cada cultura conciba como ‘olor a limpio’). Quizá un día todo lo que olamos sea artificial, desarrollado en un laboratorio, emitido por aromatizadores sincronizados”, se lamenta, una realidad que “sin duda afecta a capas importantes de nuestra sensibilidad”.
"Cada vez más, historiadores, artistas y conservadores reclaman que los olores sean considerados parte del patrimonio cultural"
Como reacción a este mundo de asepsia olfativa, el autor destaca en el libro que existen hoy en día variados intentos de recuperar olores perdidos o de preservar para el futuro los que están desapareciendo. “Como los animales o los idiomas, se puede pensar a los olores como especies en peligro de extinción. Así como cada año la industria del perfume saca al mercado nuevas fragancias, muchos olores de la naturaleza, de nuestra cultura desaparecen”.
Desde hace años un movimiento cada vez más grande de historiadores, artistas y especialistas en conservación “reclaman que los olores —del aroma del tabaco y el cuero al hedor de la industrialización, el incienso de las iglesias y del Antiguo Egipto—, sean considerados parte del patrimonio cultural de una nación, como la arquitectura, el arte, la gastronomía, y por ende se haga también todo lo posible para preservarlos”.
Así han surgido multitud de iniciativas para documentar y conservar el universo olfativo, ya sea resguardando los aromas y fórmulas de los perfumes creados desde 1800 hasta la actualidad, “como en la Osmoteca de Versalles”, resucitando antiguos olores a partir de viejos recetarios, “como cuando se reconstruyó el Kyphi, el perfume sagrado de los egipcios” o con proyectos ambiciosos como Odeuropa, “que busca explorar referencias olfativas en pinturas, tratados médicos y novelas con técnicas de inteligencia artificial”. Proyectos encaminados a preservar todo un mundo en extinción que reside en nuestra nariz.