Termina Ignacio Echevarría (Barcelona, 1960) una nota preliminar a este libro expresando el deseo de que la pasión originada por las lecturas comentadas contagie a los lectores. Sin duda, la característica principal de su oficio literario manifiesta un insobornable amor y dedicación a las letras y a la crítica. La lectura de sus textos, aunque no estés de acuerdo con las propuestas, nunca te deja indiferente. Si seguimos la senda de indagación marcada por el seleccionador y prologuista del libro, Andreu Jaume, apunta con hondura las voces tutelares del impulso crítico de Echevarría (p. 28), siendo una de las angulares Robert Musil, quien nombraba al crítico como el custodio del nivel alcanzado por la novela.
Comienza Jaume definiendo a Echevarría como crítico puro, no académico, y como depurado editor. Menciona sus autores favoritos, entre otros, Juan Benet y Rafael Sánchez Ferlosio, mientras el ensayo y la novela moderna constituyen sus referentes. Libros anteriores recogieron la producción crítica sobre novela de postguerra, como Trayecto (2005), y el volumen actual colecciona la dedicada a escritores extranjeros. La crítica con que aborda estos complementarios foráneos resulta semejante a una que busca el conocimiento, asentado en una sólida base moral y ética.
Recoge el libro un sustancioso número de críticas, reseñas, todas ellas de libros básicos de la literatura occidental, firmados por Lawrence Sterne, Paul Bourget, Rilke, Válery, Naipaul, Ernst Jünger, Faulkner, Henry James, Céline, y dos mujeres, Elizabeth von Arnim y Iris Murdoch, hasta completar el número de cuarenta y tres. Ante la incapacidad de dar cuenta de tan exhaustivo conjunto, prefiero centrarme en el comentario de un aspecto excepcional del volumen, y que constituye una aportación de Echevarría de sumo interés, señalada por Jaume, y que parafraseando a Musil podemos referirnos como el papel del escritor como progenitor de su tiempo.
Echevarría aclara la aportación de Musil a la novela moderna, preludiada ya en la reseña de Los últimos días de la humanidad de Karl Kraus, donde éste expone el proceso de desintegración de la humanidad. Musil, alega nuestro crítico, ofrece en ese panorama devastador la salvación del espíritu humano a través de la literatura. La reseña de El hombre sin atributos y Ensayos y conferencias le sirven para espigar tan renovadora idea.
El prologuista Andre Jaume define a Echevarría como crítico puro, no académico, y como depurado editor
Aporto a esta explicación un contexto que quizás permita entender mejor estos textos. Me refiero a la idea de que la mente humana es capaz de crear una nueva realidad, para lo cual resulta necesario abandonar la habitual manera de pensar, que nos encierra en la cadena de causa y efecto. Solemos buscar en el pasado las causas de lo que sucede hoy, mientras que Musil prefiere reimaginar el mundo en que vivimos. Es decir, según propone Echevarría, Musil abrió “el más amplio horizonte que se ofrece a la novela moderna, para la cual postula tanto el territorio que le es más propio como una firma nueva, rigurosa y libérrima a la vez” (p. 91).
El hombre sin atributos no es una ficción que exprese ideas, sino que las deja resonar. Son la inspiración para penetrar en la irrealidad, en lo que todavía no ha sido. Y así se entra en el corazón de la nueva creatividad, pues los conceptos nuevos hay que crearlos según se sugieren en el avanzar del tiempo. Por eso al autor lo podemos pensar como el progenitor del futuro, en vez de como un explorador de la realidad.
Quisiera que esta reseña, como las de Echevarría, lleven a frescas lecturas de este libro.