Las primeras noticias que tuve de este libro de Carlos Granés (Bogotá, 1975) se relacionan con un par de artículos muy laudatorios y una serie de tuits en el mismo sentido. Semejante unanimidad en torno a un ensayo de sus características me llevó a desconfiar sobre el contenido, pensando que todo se debía a una campaña publicitaria. Sin embargo, confieso mi error y adelanto que estamos frente a un ensayo académicamente riguroso, que analiza en profundidad la realidad intelectual y política de América Latina en su largo siglo XX.
Un ensayo que no rehúye ningún tema, por más complicado o polémico que sea. Junto a ello, una de las mayores virtudes de la obra es su dimensión comparada. Las referencias cruzadas a los contactos entre intelectuales y políticos, dentro de cada país, pero también y muy especialmente, entre los diversos países, corrientes y movimientos de la región, son constantes. Así, la dificultad de sortear las barreras fronterizas, que tanto impacto han tenido al moldear la historia latinoamericana del último siglo, se reduce considerablemente.
El título es otro de sus aciertos. El Delirio americano es un delirio proyectado en diversos
momentos. Para comenzar, los delirios de las vanguardias (1898-1930), cuando los nuevos nacionalismos comienzan a definirse en medio de la pugna entre influencias autoritarias, bien fascistas o bien estalinistas. En segundo lugar, los delirios de la identidad de la cultura al servicio de la nación (1930-1960), cuando los mismos intelectuales, que pugnaron por definir su propia razón de ser buscaban un lugar donde insertarse. Si era próximo a los aparatos del Estado, mejor.
En este apartado son protagónicos los procesos modernizadores, de corte desarrollista, y los populismos, comenzando por el peronismo. Finalmente, los delirios de la soberbia revolucionaria (1960-2022), marcados por el impacto de la Revolución Cubana sobre un continente bastante convulso, donde los movimientos revolucionarios se superponen de manera casi constante con las dictaduras. Este proceso conduce a otro de carácter más autóctono como el de la "latinoamericanización de Occidente".
Otra virtud del libro de Granés es su valentía sin concesiones a lo políticamente correcto. De ahí que llame a las cosas por su nombre, o por lo que él interpreta en cada caso que es el nombre o el atributo adecuado para identificar a las personas, a las corrientes intelectuales o a los procesos. Tanto le da recordar las raíces fascistas del peronismo y del varguismo que llamar dictador a Fidel Castro. Por eso insiste en que la mayor parte de las corrientes intelectuales y políticas latinoamericanas, desde el aprismo al guevarismo y al priismo han naufragado en el intento. Solo han logrado sobrevivir, como señala Granés, el peronismo y el indigenismo, que han resurgido en las últimas tres décadas y hoy están más vivos que nunca.
Su análisis, más realista que pesimista, insiste en la complejidad de la historia de América Latina, y al mismo tiempo recalca que no hay nada que ate a los latinoamericanos al pasado, sino que es el momento de "poner un pie en el siglo XXI". Granés apunta con mucho sentido que: "[América Latina] era el continente que siempre iba a la contra, rebelándose contra Occidente, la modernidad, el capitalismo, contra lo que fuera. Así hemos sido instrumentalizados, y esta imagen, aplaudida en el extranjero, es la que más ha beneficiado a los tiranos locales".
Si bien nuestro autor intenta discurrir en el conflicto permanente entre influencias foráneas, principalmente de Europa y Estados Unidos, aunque no solo, y las autóctonas, no se queda en eso. Insiste, una y otra vez, de forma correcta, en la autonomía de los sucesos que tienen lugar en el continente y en la responsabilidad, en ellos, de los propios latinoamericanos.