“Vladímir me está ayudando a promocionar este libro”, reconoce el escritor, columnista y analista político Moisés Naím, que acaba de publicar La revancha de los poderosos (editorial Debate), un ensayo en el que explica cómo han proliferado en la última década las "tres P": populismo, polarización y posverdad. Una tríada de la que se sirven políticos autócratas (o aspirantes a ello) que quieren perpetuarse en el poder y que, a diferencia de los dictadores de antaño, intentan pasar por demócratas.
“Putin es el mejor ejemplo de todo ello”, afirma este experto en política y economía venezolano nacido en Libia en 1952 y residente en Washington, distinguished fellow del Carnegie Endowment for International Peace y Premio Ortega y Gasset de periodismo. También ha sido ministro de Fomento de Venezuela, director del Banco Central de su país y director ejecutivo del Banco Mundial.
Además de Putin, en el nuevo libro de Naím se analizan las trayectorias de otros líderes, muchos de ellos con pretensiones autocráticas, que se han sumado a esta nueva manera de hacer política, de Trump a Maduro pasando por Erdogan, Orban, Duterte o López Obrador; y analiza sus estratagemas más comunes, como la celebración de seudoelecciones, la creación de seudoleyes, la imposición de seudoparlamentos y el control de los medios de comunicación. Sobre todo esto disertará Naím esta tarde en la Fundación Rafael del Pino de Madrid, en un diálogo con el presidente del Real Instituto Elcano, José Juan Ruiz, que ha titulado Cómo los autócratas están reinventando la política del siglo XXI.
"En 2011, el 49 % de la población mundial vivía en autocracias; ahora es el 70%. De los 195 países de la ONU, solo 34 son democracias"
Pregunta. Ha pasado casi una década desde que publicó El fin del poder. ¿Cómo ha cambiado el mundo y el ejercicio del poder en este tiempo?
Respuesta. Lo que ha pasado es que líderes políticos elegidos democráticamente, una vez llegados al poder, debilitaron los pesos y contrapesos de la democracia y básicamente se la cargaron. Pasó de todo en la década pasada: desde la crisis financiera de 2008, cuyas secuelas todavía vivimos, hasta la llegada de Donald Trump al poder y la de Xi Jinping, que lo primero que hizo fue alargar indefinidamente su estancia en el poder. También hemos vivido el estallido de las redes sociales, que han alcanzado una influencia política, económica y social inédita; la pandemia de coronavirus… Pasó de todo y mientras tanto, de manera sigilosa y clandestina, estos líderes socavaron la democracia en el mundo. En 2011, el 49 % de la población mundial vivía en autocracias; ahora es el 70%. De los 195 países de las Naciones Unidas, solo 34 son democracias. En 2021, solo 15 países estaban en proceso de democratización, una cifra que no había sido tan baja desde 1978. Entonces, la respuesta directa a tu pregunta es que lo que ha pasado en esta década es que se han cargado la democracia en el mundo sin que nos diéramos cuenta.
P. Tendemos a pensar que la democracia es un sistema que acabará prevaleciendo en el mundo entero, que la historia es una línea que nos conduce inexorablemente a ella. ¿Hemos pecado de ingenuos?
R. No, yo creo que hemos pecado de descuidados y desaprensivos. Los autócratas saben que el arco de la historia se mueve en dirección a la democracia, por eso necesitan parecer demócratas. Toman el poder de forma sigilosa y mantienen la escenografía democrática, por ejemplo, con elecciones trucadas. Lo acabamos de ver este fin de semana pasado en Hungría, donde claramente Viktor Orban ganó por márgenes que son sospechosamente entusiastas. Además de las seudoelecciones hay seudojusticia, con jueces dependientes del Gobierno. Hay seudoparlamentos, como la Duma rusa, que en más de veinte años nunca tomó una decisión en contra de Putin, lo que quiere decir que es simplemente un apéndice del Kremlin. Los medios de comunicación independientes dejan de serlo: de nuevo tenemos el ejemplo de Hungría, donde unos empresarios de los que nadie había oído hablar compraron todos los medios regionales, han sido financiados por el Gobierno y son parte del círculo de Orban. Todo esto ocurre sigilosamente y a menudo de manera burocrática, de manera que la mayoría de la gente no se da cuenta.
"Los autócratas mantienen la escenografía democrática con elecciones trucadas. Lo acabamos de ver en Hungría con Viktor Orban"
P. ¿Por qué hay gente desencantada de la democracia que se deja seducir por populismos y autoritarismos?
R. Por la popularización de la antipolítica, que consiste en no creer en nada ni nadie que tenga que ver con la política, porque se piensa que todos los políticos son corruptos, oportunistas y mentirosos y que están ahí para enriquecerse; creer que nada de lo que ocurrió antes es bueno, que hay que deshacerlo y rehacerlo todo. Esto muchas veces tiene una base de razón, pero pensar que nada de lo que venga puede ser peor que lo que tenemos en primer lugar es mentira. Mi país, Venezuela, es un buen ejemplo. Chávez dijo que todo era malo y había que cambiarlo, y mira cómo está ahora el país. El libro comienza con una cita de Ortega y Gasset, que escribió a finales de los años 30, cuando había mucha turbulencia política en Europa: “No sabemos lo que nos pasa, y esto es precisamente lo que nos pasa”. Creo que estamos en una época similar en la que sabemos que están pasando grandes cosas y sabemos que nos van a afectar, pero no sabemos cómo ni cuánto. Eso produce una gran incertidumbre que puede llevar a la ansiedad y al deseo de que llegue alguien fuerte y se encargue de todo.
"El populismo no es una ideología, sino un conjunto de estrategias para dividir la sociedad en dos grupos: un pueblo noble explotado por una élite inhumana"
P. Usted habla en su libro de las tres P: populismo, polarización y posverdad. ¿Van siempre las tres de la mano?
R. El populismo, las divisiones políticas y la propaganda o la manipulación de la información son tan antiguas como la política misma, pero ahora han adquirido características específicas, se entrelazan de manera mucho más compleja y se han repotenciado. Muchas veces se piensa que el populismo es una ideología, pero no lo es, es simplemente un conjunto de opciones, trucos, estrategias, conductas, hábitos y costumbres que pretenden dividir la sociedad en dos grandes grupos: un pueblo noble, abusado y explotado por una élite avara, codiciosa e inhumana. Eso viene acompañado de un líder carismático que consigue situarse en medio. Esto se ha amplificado porque se han generado muchas divisiones a cuenta de todas las identidades que hay actualmente: el nacionalismo, el género, la religión o incluso edad, de modo que ahora la política es una colcha de retazos de todas esas identidades. Además se promueve la polarización pero ya no es entre dos, sino un todos contra todos que beneficia a estos líderes. Es el viejo lema de “divide y vencerás”. Esta polarización se nutre con la propaganda, pero la posverdad va más allá, incluye la propaganda y la trasciende porque cuestiona la realidad que estás viendo. Putin cuestiona el hecho de que haya invadido Ucrania, según él está haciendo una “operación militar especial”, y según él los asesinatos de Bucha no han sido cometidos por las tropas rusas en retirada sino por los ucranianos. Es cambiar completamente la realidad.
"Hay que luchar contra la necrofilia política: la atracción por ideas muertas que siempre terminan aumentando la miseria, la corrupción y la desigualdad"
P. ¿Cómo se pueden fortalecer las democracias para evitar el auge de este tipo de líderes?
R. Lo primero es reactivar a los ciudadanos para que estén más alerta y sean menos ingenuos, disminuir su vulnerabilidad ante los mensajes de las tres P y los charlatanes. Y hay que luchar contra lo que yo llamo necrofilia política: la atracción por ideas muertas, probadas una y otra vez, que siempre terminan aumentando catastróficamente la miseria, la corrupción y la desigualdad. Ahora hay una ebullición de necrofilia política. Oyes hablar a López Obrador, a Trump o a Putin y defienden ideas del pasado, probadas, antiguas, letales, y sin embargo adquieren una popularidad muy grande porque muchas veces, por el auge de la antipolítica, es lo que la gente quiere oír. De modo que hay que defender la capacidad de la sociedad de reconocer, denunciar y repudiar a los charlatanes. Esto implica realinear las tecnologías de la información, Internet y las redes sociales y ponerlas más al servicio de la democracia y menos al servicio de charlatanes. Hay que cuidar, por supuesto, la libertad de expresión y no crear instrumentos de censura, pero debemos proteger a los ciudadanos de ser capturados por estrategias digitales diseñadas para manipularlos.
P. Es muy delgada la línea entre la lucha contra la manipulación y la vulneración de la libertad de expresión en Internet. ¿Cómo lograr lo primero sin incurrir en lo segundo?
R. Soy optimista. Creo que estamos moviéndonos en una dirección en la cual va a haber una combinación de nuevas tecnologías que van a permitir al usuario saber mejor de dónde procede la información y verificarla, y eso no lo va a hacer un departamento de censura dentro del Estado, sino que van a ser tecnologías que aprovechan la naturaleza descentralizada de internet. También va a haber cambios legislativos que van a mejorar la protección de la privacidad de los consumidores digitales. Hasta ahora ha habido una regulación muy laxa en este ámbito. Y para finalizar la pregunta, tanto la democracia como el capitalismo del siglo XXI deben ser más sensibles y luchar contra la desigualdad económica y la exclusión social, que son un tema importantísimo. También lo es el cambio climático, que va a cambiar el mundo de una manera notable y es una realidad en la cual las fronteras no importan. Cuando España queda cubierta por una nube de calima que viene del desierto, eso es una realidad transnacional, como también lo es la pandemia de coronavirus. Las consecuencias de la migración también son transnacionales. Hay problemas globales para los cuales las democracias no están diseñadas. Lo mismo le ocurre al capitalismo mundial. Tal y como lo conocemos hoy en día, es más vulnerable a las crisis financieras. Es un capitalismo inestable. Hay que buscar maneras de hacerlo más estable. Hay que empezar a enfrentar estos problemas, pero los debates nacionales muchas veces son de miras más bajas y plazos más cortos.
P. ¿Cree que Putin es el ejemplo perfecto de autócrata camuflado de demócrata que gobierna usando las 3 P? ¿Ha sido “sigiloso”? En el caso de Ucrania sin duda ha renunciado a la máscara.
R. Los extremos siempre ayudan a ilustrar situaciones complejas. Putin es el mejor ejemplo de las tres P. Él sigue insistiendo en que Rusia es una democracia. Hay elecciones y las gana. Cuando no puede seguir en el cargo porque las leyes se lo impiden, le cambia el puesto a su primer ministro. Y te preguntas: ¿por qué él y otros como él hacen estas contorsiones políticas, mediáticas e institucionales para seguir en el poder? ¿Por qué no hacen como los antiguos dictadores que se ponían unas gafas oscuras y decían aquí estoy yo y esta es mi junta militar y tengo los tanques en las calles? Porque hoy la democracia es muy valorada y ellos necesitan esa apariencia de legitimidad.
P. ¿Cuál es su opinión sobre Zelenski?
R. Es un héroe accidental.
P. ¿Y qué opinaba de él antes de la guerra de Ucrania?
R. En el libro hay toda una sección sobre cómo la relación entre los líderes y sus seguidores en muchos casos en fenómenos de fans. Es la misma relación emocional que la gente desarrolla con respecto a sus clubes deportivos. Se produce una identificación en la que mi persona y mi realidad están entrelazadas con mi admiración y mi fidelidad a este líder. Muchos de ellos vienen del mundo del espectáculo. Berlusconi es un ejemplo máximo y paradigmático, Trump también, y Zelenski viene de ese mismo mundo.
P. ¿Cree que Europa está actuando como debe ante esta guerra?
R. Lo que ha pasado es que Europa ha descubierto que era una superpotencia y no lo sabía. En los últimos tiempos hemos visto que una Europa que siempre fue caracterizada por un proyecto muy burocrático basado en Bruselas, con una clase media profesional burocrática que tomaba mucho tiempo para tomar decisiones importantes y para poder lograrlas tenía que diluirlas y buscar el mínimo común denominador, de repente ante la invasión de Putin y sus conductas se ha visto forzada a actuar, y lo ha hecho de una manera que nos ha sorprendido a todos, empezando por Putin.
P. ¿Qué cambios geopolíticos va a traer esta guerra?
R. En los años 70, Zhou Enlai era el primer ministro chino y le preguntaron cuáles creía que eran las consecuencias de la Revolución francesa, y él respondió que aún era pronto para saberlo. Yo me voy a refugiar detrás de Zhou Enlai para decir también que es muy temprano para saberlo. Sí sabemos algunas cosas: que Rusia va a ser muy pobre, aunque le levanten las sanciones, Putin le ha hecho daños irreparables a su economía. Todos los países están buscando otras fuentes de energía, y Rusia no es un productor significativo de nada más. La energía y las armas son sus principales industrias. Esa es la primera consecuencia. La segunda es que ha acabado con esa admiración tácita que había hacia la figura del "hombre fuerte", que ha sido muy dañada por Putin. La gente va a tener menos entusiasmo por ese líder fuerte que tiene la autoridad suficiente como para ir a la guerra y provocar una matanza simplemente porque quiere.
P. En cuanto a su país, Venezuela, ¿alberga algún tipo de esperanza con respecto a los próximos años o cree que el Gobierno de Maduro está fuerte y aguantará más tiempo?
R. El principal protagonista en la situación venezolana es el gobierno cubano, que controla, influencia y ejerce un cepo muy importante sobre el gobierno de Venezuela. Las llaves del Palacio de Miraflores están en La Habana, y hasta que no haya un cambio de régimen en Cuba va a ser muy difícil que Venezuela cambie para mejor. Hay una frase usada con frecuencia que es muy cómoda y falsa: que la solución al problema venezolano está en Venezuela y que es la oposición venezolana la que tiene que enfrentar y derrotar al régimen de Maduro. Eso es falso porque Venezuela es un país ocupado por potencias extranjeras lideradas por Cuba, pero también están los rusos, los iraníes, los turcos, las FARC, los cárteles criminales… Los venezolanos no pueden enfrentarse solos a esta constelación de actores transnacionales.
P. ¿Cómo ve a España en cuanto a la salud de la democracia y a las tres P?
R. Yo escribí un libro que se llama El fin del poder, cuya conclusión central era que en el siglo XXI el poder se había hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder. Hemos visto algo de eso en España: un líder carismático y atractivo como Pablo Iglesias, salir, obtener mucho poder, usarlo mal y perderlo. Él es símbolo de la antipolítica, del “que se vayan todos”. Es una manifestación de unas tendencias que lo trascienden y que han generado polarización. Creo que España es uno de los mejores países del mundo. Tiene todos los defectos que tienen las democracias y el capitalismo del siglo XXI que mencioné, pero comparada con otros países está mejor. Pero sigo lo que ocurre en España con detalle y lo que siempre me sorprende es la propensión a la autoflagelación que hay en España, la autocrítica es feroz, constante, profunda, muchas veces infundada, otras veces correcta. No es que esté en contra de la crítica, es la base para la mejora, pero en el caso de España llega a niveles de paralización, de una crispación que paraliza la capacidad de tomar decisiones que necesitan ser multipartidarias. También me sorprende que siempre que le preguntas a cualquier español medianamente preparado y formado cuáles son los problemas fundamentales de España y te da una lista, si la comparas con el debate político nacional el solapamiento es mínimo. España siempre está discutiendo y debatiendo temas que no tienen que ver con las emergencias, prioridades y necesidades de una visión a largo plazo para el país.