El mar es su medio natural, un hábitat en el que se sumerge cada vez que puede y desde la calma que le brinda el mundo marino se traslada al taller, donde el azar juega su papel. En un momento de crisis el artista Miquel Barceló (Felanitx, 1957) decidió alejarse y cambiar de aires. Así es como recaló en Kiwayu, una isla del archipiélago de Lamu, en Kenia, muy cerca de Somalia, donde sus días transcurrían entre el sosiego del mar y la tranquilidad del taller improvisado. De los frutos de aquella estancia en África se nutre Kiwayu, la tercera exposición individual del artista en la Galería Elvira González.
“Después de dos años de covid y tras una serie de problemas personales necesitaba cambiar de aires. En Kiwayu me pasaba el tiempo nadando y pintando, por eso ha sido tan especial. Incluso cuando estoy encerrado en mi taller tengo la sensación de estar bajo el agua”, apunta el artista. En esta temporal presenta una selección de 26 acuarelas y 11 cerámicas realizadas en su estudio de Mallorca en las que las figuras humanas se mezclan con las siluetas de seres acuáticos como cangrejos, gambas, langostas o corales, cuyas formas fractales le recuerdan al cerebro de un artista.
Si bien los rasgos característicos de su obra siguen perfilando estas piezas, llama la atención su tono más colorista. Tanto las acuarelas como las cerámicas “tienen más color que el habitual aunque creo que mi obra va oscilando de un extremo a otro”, comenta. Sin embargo, nada tiene que ver con su estado de ánimo pues, como sostiene el propio Barceló, estas fueron realizadas “en un momento más bien bajo de ánimo”. Por eso, continúa, es curioso ver hasta qué punto “el aspecto de las obras no nos representa y funciona como un mundo paralelo”.
Vivir en crisis permanente
Miquel Barceló, uno de los artistas españoles más internacionales y cotizados, asegura que vive en “crisis” una gran parte de su vida, “es algo recurrente, como una menstruación”. Por supuesto, lidia con ello e intenta “sacar la cabeza de debajo del agua. Lo de bucear es una buena metáfora porque bajas, mantienes el aire, subes y vuelves a respirar. Pintar viene a ser lo mismo para mí”. Lo dice porque siempre dispone sus cuadros en el suelo y hace “inmersiones” en sus lienzos de modo que a menudo saca “la cabeza para ver lo que ocurre fuera”.
Pero lo que la realidad le devuelve ahora no es nada halagüeño y, como tal, no invita al optimismo. La situación que vive Ucrania preocupa a escala global aunque Barceló sostiene que siempre ha pintado en tiempos de guerra o crisis. “Si lo pienso bien cuando hacíamos la Catedral de Palma era la época de la primera guerra de Irak y Mali está en guerra desde hace años”, recuerda.
El artista ha vivido entre Mali, París y Mallorca durante años y, por esa razón, lo que ocurre en el país africano le afecta de una manera personal. “Lo que pasa allí lo siento como si estuviera ocurriendo en Felanitx porque son mis amigos, mi familia”, aclara. Lamentablemente, continúa, “sucede cada día con armas pagadas por nosotros, como ahora en Ucrania, nosotros pagamos estas bombas. Es muy doloroso y no deja de ser una constante en estos tiempos”, lamenta Barceló.
En la exposición vemos algunas acuarelas en las que se retrata a sí mismo. Se trata de una vuelta a los orígenes, a esa obra de los años 80 en la que “el único tema era el pintor en el taller”. Barceló cree que esto se debe a que cada vez que se sume en una nueva crisis vuelve al autorretrato para saber quién es y dónde está, una manera de reposar y pensar en sí mismo y en su circunstancia. En una de esas coloridas acuarelas vemos a un Barceló con testículos azules y es que en “Kiwayu los monos los tienen del color del cobalto”, ríe el artista.
Modelar la cerámica
El conjunto, realizado entre Kiwayu y Mallorca, constituye un canto a la vida, una invitación a disfrutar del mar, del calor y de la sensación de libertad que brinda vivir al borde del mar. “Las cerámicas están hechas en Mallorca y la tierra que uso es de allí”, asegura. Recientemente, Barceló fue invitado a trabajar junto a un ceramista japonés y le sorprendió “lo diferente que es la arcilla, costaba un poco”, apunta. No obstante, el artista se acostumbró a modelar este material tan importante en su trayectoria.
Las cerámicas que vemos en la exposición son de pequeño tamaño pero también está trabajando en otras piezas de formato monumental. Se trata de obras “penetrables”, piezas “por las que puedes caminar”. Este encargo, que será expuesto en el jardín de un castillo del Loira, se ha retrasado a consecuencia de la crisis de materiales pero prevé que se inaugure entre esta primavera y el verano. Para Barceló ha sido como “hacer un fresco pero creando yo mismo las paredes”. Antes, los fresquistas acudían al palacio a pintar sobre las paredes que les habían sido consignadas mientras que “la cerámica es como hacer un fresco tú mismo”. En este sentido, le interesa porque “es independiente de la arquitectura, es una forma de pintura que no necesita soporte porque la cerámica es su propio soporte”.
El creador confiesa que a África en particular le debe mucho porque allí es donde aprendió a trabajar la arcilla y “a pintar en otras circunstancias, con casi nada, con termitas y con polvo, pero también me ha enseñado cosas más vitales y difíciles de explicar”, manifiesta. A pesar de seguir indagando en la pintura, la acuarela y la cerámica, el artista considera que es más importante desaprender que aprender: “Hay que aceptar las contradicciones de uno mismo. Estuve una semana en la escuela de Bellas Artes y me ha llevado 40 años olvidar lo que aprendí”, confiesa jocoso.
Por supuesto, su obra también bebe mucho del azar al igual que su “vida”. Pintando, continúa, “hay accidentes constantes y hay que aprender a aceptar eso que no sabes hacer”. Aparentemente ni él mismo sabe con certeza lo que puede ocurrir cuando está trabajando en el taller. No tiene un plan definido, todo fluye. “Casi nunca consigo lo que intentaba y, por eso, -concluye- lo importante es lo que queda”.