En Tenéis que venir a verla, la última película de Jonás Trueba, dos parejas de treintañeros divagan durante una sobremesa en un chalet de la sierra madrileña. Como es habitual en la filmografía del cineasta madrileño, los cuatro son tipos con inquietudes culturales, que leen, por ejemplo, a Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947). El filósofo alemán termina de hecho copando la conversación, que a pesar de su altura intelectual fluye con naturalidad, como si se hablara del tiempo o de la decoración de un salón, cosas triviales. El libro que espigan es Has de cambiar de vida (Pre-Textos), cuyo título, por cierto, genera la chanza del personaje encarnado por Francesco Carril (“Parece de autoayuda”, dice). Itsaso Arana, pertinaz en su defensa de Sloterdijk, explica qué es el 'coninumunismo', el sistema de organización social que propugna el mediático filósofo para que la humanidad pueda convivir y, a la postre, salvarse.
“Es lo contrario al comunismo”, aclara este a El Cultural en un rincón del auditorio Baluarte, donde ha venido a participar en el 50 aniversario de los Encuentros de Pamplona. Generoso en sus argumentaciones y alejado del cliché de académico (fue rector de la Escuela de Arte y Diseño de Karlsruhe 14 años) encastillado en reflexiones teóricas desconectadas de su contexto, el autor de la monumental trilogía Esferas y de la certera Crítica a la razón cínica (Siruela), se prodiga en explicaciones sobre el ecologismo, la guerra de Ucrania y sus derivadas energéticas, la angustia existencial del hombre contemporáneo, que topa a diario con una realidad que se le despliega como un menú de restaurante con demasiadas opciones.
Pregunta. Me chivaron que iba venir en furgoneta con dos bicicletas. ¿Al final se las ha traído?
Respuesta. [Sonrisa ligera] Era una idea de mi mujer para poder hacer una ruta romántica por España pero al final no ha podido ser, lo hemos dejado para el año próximo. Tuvimos que venir en avión [Ligero gesto de contrariedad].
P. ¿Coge mucho la bicicleta a diario?
R. Sí, no me gusta que se quede en el garaje. El problema es que no la puedes llevar en el avión o en la maleta, que es realmente mi sueño. Para mí la bicicleta ha sido una parte fundamental de mi vida en los últimos 15 años.
P. El partido de Los Verdes alemán se fundó en su ciudad, Karlsruhe, con lo que cabe pensar que es una ciudad muy ecologista. ¿Hasta qué punto determinó este hecho sus teorías filosóficas en pos de la sostenibilidad?
R. Bueno, aquella fue una fundación a la chita callando, digamos. Devino en proyecto político serio mucho más tarde. No es algo que haya tenido mucha influencia en mí. Mi relación con Karlsruhe tiene dos momentos. Nací allí estuve en la ciudad hasta los cuatro o cinco años. Luego volví en el 92, con 45 años, como profesor de Filosofía y Estética en un centro académico recién fundado, la Escuela de Arte y Diseño. Estuve en ella hasta que me jubilé, en 2017. Fueron 25 años, 14 de los cuales ejercí como rector. Una experiencia interesante lo de estar en el frente administrativo. Si alguna vez escribo mis memorias, uno de los capítulos se titulará La burocracia como experiencia interior [ríe].
"En Alemania nos preguntamos si encender la barbacoa y en China se construye una cincuentena de centrales nucleares"
P. Usted apuesta por una ética mundial de raíz ecológica. ¿Cree que estamos a tiempo de salvar el planeta?
R. Sí, aún tenemos tiempo, pero el hecho de creer que tenemos tiempo nos hace perderlo. Si pensáramos que no lo tuviéramos, actuaríamos más rápido.
P. La crisis energética desencadenada por la guerra ha puesto sobre la mesa la necesidad de impulsar las centrales nucleares. ¿Cómo se vive en Alemania, un país que hizo bandera de su cierre?
R. Allí es muy simple porque solo quedan tres centrales activas. La mayoría de los expertos creen que es razonable extender su vida durante unos meses o unos pocos años, uno, dos o tres. Pero allí tiene poca importancia por porque su aportación es muy pequeña. Lo preocupante es que en China están construyendo una cincuentena nueva, un país que ya de por sí es el mayor quemador de carbón del mundo. Imagine la cantidad de desechos radiactivos que van a suponer. Mientras, en Alemania, nos planteamos si encender nuestras barbacoas eléctricas para no contaminar el aire de nuestra amada patria. Esta falta de equilibrio es la tragedia de la ecología.
P. En Alemania, como en otros muchos países, se ha tenido que aumentar el presupuesto destinado a gasto militar. Por los precedentes históricos, es un asunto delicado.
R. Sí, pero no tiene nada que ver con el trasfondo histórico del 33. Durante las legislaturas de Merkel, el gasto en defensa fue un asunto marginal. Pero el 24 de febrero de este año sobrevino el horror. Ahora se está intentando modernizar la aviación pero lo inteligente es armar el escudo antimisiles europeo, una iniciativa de la cancillería de Berlín, que tiene como referente el de Israel.
P. Algunos analistas denuncian que fue irresponsable el papel de Alemania en esta crisis. Lamentan la presencia del ministro de Asuntos Exteriores en Kiev alentando el Maidan en 2014. ¿Qué opinión le merece a usted?
R. No puedo valorar este apoyo político. En Alemania, en cualquier caso, siempre se ha sabido muy bien que Ucrania, junto con Rusia, era el país más corrupto del mundo. Allí un oligarca sucedía a otro en el poder. Por eso el Maidan fue muy importante, porque visibilizó por primera vez su sociedad civil. En Europa occidental ha habido mucha ceguera respecto a Europa oriental. El telón de acero la propició. A partir de 1990 empezamos a ver mejor esa realidad, muy poco a poco. La guerra en Ucrania es la lección más importante que hemos recibido en este tiempo desde esta zona del continente. Pero creo que todavía debemos ir al cole para entender qué pasa allí. Es que, geográficamente, Praga es el verdadero centro de Europa.
[Crítica: Los hijos terribles de la edad moderna]
P. En su libro Si despierta Europa, dice que nuestro viejo continente, a partir de 1945, pasó de ser dominador del mundo a dominado, sometido en concreto a la tenaza formada por Estados Unidos y la Unión Soviética. ¿La guerra de Ucrania pone de manifiesto que seguimos en las mismas?
R. Desde luego que sí. Parecía que la guerra en Europa acabó en Europa en el 91, cuando se desmoronó la URSS y se produjo la emancipación en cadena de sus estados satélites. Surgieron 15 nuevos y, al desmantelarse Yugoslavia, otros siete. Un florecimiento de fronteras que ha producido el éxito de una empresa española que tiene casi el monopolio de las concertinas, como las que hay en Melilla. Cada año, vende diez mil kilómetros. Hungría ha puesto 165 kilómetros para su frontera con Bulgaria, por ejemplo. Todo es muy macabro. El Estado moderno se ve forzado a tomarse muy en serio sus fronteras. En España tenéis el Atlántico pero en Alemania lindamos con otros nueve países. Algunas almas cándidas allí dicen que estamos rodeados de ‘amigos’...
P. Usted hablaba en ese libro de que Europa fue entre el 45 y el 89 un continente ausente. ¿Ahora lo es también?
R. Después de la salida del Reino Unido, seguimos siendo 450 millones de habitantes en la Unión Europea. Si no me equivoco, solo la superaría China y La India. Siempre se dice que los países más ricos son China y Estados Unidos pero eso no sería así si se hiciese una balanza consolidad de los 27 socios del club europeo, que tiene a su vez 27 pequeños ejércitos. Si estuviera unido, sería mucho más temido, pero a todo el mundo le interesa una Europa desunida.
"Si juntase sus 27 ejércitos, Europa sería más temida pero a todo el mundo le interesa una Europa desunida"
P. Pandemias, guerras, inflación… ¿Cree que este tocar fondo puede propiciar esa revolución en la conciencia que usted propugna?
R. Sin duda. Es lo bueno de tocar fondo es que ya solo se puedes ir hacia arriba. Los europeos desde luego han comprendido lo mucho que tienen que perder de seguir así y eso ha conducido a que se reduzca la frivolidad y el ilusionismo político. No es que se haya asentado un verdadero sentido de la responsabilidad pero la preocupación es el comienzo.
P. Usted reivindica como estrategia para la supervivencia y la convivencia de la humanidad el 'coinmunismo', que añade una sola letra a comunismo. Explíquenos la diferencia.
R. La etimología de las palabras nos da clave. 'Munus' significa tarea común en latín. Comunismo es hacer de esa tarea un objetivo común. 'In-mune' significa dispensar a alguien de contribuir a esa trabajo colectivo. Por lo tanto, comunismo y 'coinmunismo' son lo contrario. El comunismo ha demostrado que consume a las personas en pos de la consecución de la tarea común. No se plantea cuál es su grado de inmunidad. En el coinmunismo lo primero es inmunizar a cada persona, y luego vendría la tarea común.
P. Dice que la vida del hombre contemporáneo es como un menú diario, que, por ejemplo, en el restaurante debe elegir entre catorce salsas, y eso le acaba agobiando. En la RDA, por el contrario, todos tenían el mismo coche. ¿Qué es peor entonces?
R. En la RDA sí había consumismo, pero sin mercancía. Eso daba pie algunos chistes.
P. ¿La filosofía entra mejor con humor?
R. Probablemente. La filosofía clásica existía para consolar a las personas. La moderna para movilizarlas. Ahora estamos en una situación ambivalente: toca movilizar y luego consolar de las consecuencias de la movilización.
[La entrevista acaba con Sloterdijk pidiendo -para quedárselo- el ejemplar de El Cultural que porta entre sus papeles el periodista. Y ante la curiosidad que muestra por la película de Jonás Trueba cuando se le habla de ella, le apuntamos el título en un hueco blanco de la tercera página].