“A veces siento que la vida me ha robado el regalo de las lágrimas, pero esta mañana, leyendo sobre el heroísmo de los españoles, no he podido parar de llorar”. Activista, ministra de Lenin, embajadora y escritora, Alexandra Kolontái (San Petersburgo, 1872-Moscú, 1952) dirigía estas palabras a su amiga española Isabel de Palencia, periodista y diplomática, ante el inminente colapso del ejercito republicano.
Efectivamente, no vemos en el libro que Hélène Carrère d’Encausse (París, 1929-2023) dedica a Kolontái que la “valkiria de la revolución”, tal como la llamaron, tuviera mucho tiempo para llorar. Carrère, parlamentaria europea y secretaria perpetua de la Academia Francesa, iba a recibir este 20 de octubre el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales por una vida consagrada a la historia de Rusia, pero falleció apenas tres meses de conocer la noticia. En 2021, su hijo, Emmanuel Carrère, obtuvo el Princesa de Asturias de las Letras.
Su biografía sobre Alexandra Kolontái, subtitulada en España Una feminista en tiempos de la revolución rusa, se concentra en la escalada de conflictos en Rusia desde la década de 1870, cuando nace Alexandra y también cuando se crea la primera organización revolucionaria, Tierra y Libertad (Zemliá i Volia), y va presentando una detallada panorámica de los cambios políticos rusos, con la primera revolución de 1905, la miseria de la población, la revolución de Octubre de 1917, el reinado de Lenin y más tarde el ascenso de Stalin y la ambigua posición de Kolontái, ejerciendo de embajadora lejos de Moscú.
Kolontái siempre combatió por la emancipación femenina: luchó por la libertad sexual, el aborto y la baja por maternidad
Dotada de una estructura que prima la trabazón compleja de las luchas internas ideológicas del periodo revolucionario, la obra muestra a Kolontái como un eslabón importante dentro de una formidable maquinaria política, en la que a veces es útil y otras molesta, arriesgándose a perder el favor del Partido, pero siempre en combate por la emancipación femenina, siendo una pionera: luchó por la libertad sexual, el aborto, la baja por maternidad, la creación de guarderías por parte de los gobiernos, etc.
La figura de Alexandra Kolontái es omnipresente en todos los acontecimientos fundamentales de Rusia en los 50 primeros años del siglo XX: primero como activista, oradora, organizadora de las mujeres obreras o periodista de Pravda. Más tarde, como ministra de Asuntos Sociales de Lenin, tras la revolución de Octubre. En 1924, cuando Noruega reconoce a la URSS, Kolontái es nombrada embajadora soviética en Oslo. Después será enviada como diplomática a Mexico y a Suecia.
De familia aristocrática, era hija de Mijaíl Alexandróvich Domontóvich, de origen ucraniano, y de Alexandrovna Masálina, descendiente de un campesino finlandés que hizo una gran fortuna. Alexandra se casó joven con el ingeniero Vladimir Kolontái, tuvo a su hijo Misha, y pronto le confesó a una amiga: “Odio el matrimonio. Quiero escribir en lugar de llevar esta estúpida vida”. Su existencia a partir de entonces, abandonando a su marido y dejando al niño al cuidado de la familia, fue turbulenta, siempre unida a los círculos revolucionarios.
Fue la única mujer en el gobierno de Lenin, aunque acabaría traicionándolo al aliarse con Stalin
Políglota y culta, tuvo que exilarse tras las revueltas de 1905, pero realizó una intensa actividad en Europa como oradora, activista y miembro de la Secretaría de Mujeres de la Internacional Socialista, sobre todo en Finlandia, Alemania y Noruega, entre 1909 y 1916, año en que fue invitada a un extenuante viaje de conferencias por Estados Unidos.
Volvió a Rusia en marzo del 17. La biógrafa indica que Kolontái no hubiera podido mantenerse lejos de Petrogrado en aquellos momentos. “Desde principios de marzo de 1917, las noticias que llegaban de aquella ciudad hablaban de una situación impensable, de un paisaje revolucionario que se iba perfilando con más nitidez a cada hora que pasaba”.
Fue la única mujer en el gobierno de Lenin, aunque acabaría traicionándolo al aliarse con Stalin. La biógrafa se pregunta al final del libro cómo, “en 1926, cuando ya era imposible dudar de la brutalidad de Stalin, (…) casi no hizo comentarios sobre las purgas”. La máquina terrorista de Stalin terminó dando muerte a seres que le eran cercanos dentro de la Oposición Obrera, pero también fueron fusilados dos de sus amantes, antiguos dirigentes del régimen, Dybenko y Shliápnikov.