Roberto Calasso deconstruye el Antiguo Testamento en 'El libro de todos los libros'
- El autor italiano, que falleció en 2021, se aventura en este ensayo a la exégesis de la Torá como una manera de entender el pensamiento humano primitivo.
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Al iniciar el ciclo ensayístico que comienza con La ruina de Kasch, el escritor y editor Roberto Calasso (Florencia, 1941-Milán, 2021) acometió un proyecto de una envergadura similar a la Enciclopedia de Tlön, esa suma ideada por una sociedad secreta de sabios para contar la historia de un planeta imaginario. El objeto de su trabajo no fue una civilización inexistente, sino la cultura universal engendrada por la especie humana.
Dedicado al Antiguo Testamento, El libro de todos los libros se inscribe en ese propósito universal de imposible cumplimiento. Al afrontar el estudio y la exégesis de la Biblia, Calasso parte de la idea de que los grandes textos religiosos son creaciones literarias y no hechos históricos, lo cual no significa que sean mera fantasía, sino un modo de pensar más profundo y creativo que la estricta racionalidad científica.
Se presume que el mito es una forma primitiva de pensamiento, ignorando su poder esclarecedor. Los mitos son pensamiento mediante imágenes, relatos, intuiciones, algo incomprensible para la filosofía occidental, que se basa en conceptos desde Descartes. Los mitos no lastran el progreso. Por el contrario, son un motor de continuidad y desarrollo, pues comunican el pasado con el porvenir, impulsando una comprensión más exacta de las cosas.
Armado con una prosa que evoca la sencillez y la elegancia de los grandes clásicos latinos, Calasso aborda las grandes cuestiones del Antiguo Testamento. La Torá no es una simple colección de libros, sino una de las siete cosas creadas antes de la aparición del mundo. Escrita con fuego negro sobre fuego blanco, sus palabras ignoran los signos de puntuación, fundiéndose en un continuo semejante a una llama ondulante.
Ante todo, los preceptos de la Torá ordenan obediencia incondicional a Yahvé. Por eso, Saúl, el primer monarca de Israel, exterminó a los amalecitas, si bien perdonó a su rey y a sus rebaños. Se ha aventurado que tal vez Yahvé solo ponía a prueba a Saúl, como hizo con Abraham cuando le ordenó sacrificar a su hijo en el Monte Moriá.
Esta interpretación explicaría que Jesús afirmara, citando a Oseas: “Si supierais lo que significa ‘Misericordia quiero, no sacrificio’, jamás habríais condenado a inocentes”. Calasso contempla esa posibilidad, pero apunta que la orden de exterminar a los amalecitas revela la faz del Yahvé primitivo, de ese dios lejano que se manifiesta como un poder omnímodo y no como amor. El objetivo del “herem” o exterminio es “crear el vacío”.
La ira de Yahvé no contempla ninguna excepción y es más vasta que el cosmos. En Isaías, leemos: “Todo el Ejército de los Cielos se descompondrá. Los cielos se enrollarán como un pergamino”. La Torá no tolera rectificaciones ni añadidos, pero la aparición del Mesías alumbró una nueva “Torá”, palabra viva que inaugura una nueva era. El tiempo de la Ley y los Profetas llega a su fin y comienza el reino de Dios. Calasso aclara que el reino de Dios no es una nueva Ley, sino un orden soberano que sufre la violencia de los hombres, reacios a aceptar el ocaso de la historia.
La violencia es la esencia del devenir histórico. En su ausencia, ya no impera el tiempo, con sus crisis y sus mudanzas, sino un reino atemporal donde “el lobo y el cordero pastarán juntos”, conforme a la profecía de Isaías. Maimónides desconfía de un Mesías dispuesto a cambiar el estado del mundo. Introducir innovaciones en la creación significaría admitir que Yahvé pudo haber cometido errores.
Calasso advierte que las verdaderas afirmaciones mesiánicas no se hallan en el Antiguo Testamento, sino en una plegaria llamada “Gevurot”, “poder”, que decía: “Tú que haces revivir a los muertos”. No incurre en reflexiones espirituales. No pretende hacer teología ni filosofía. Su perspectiva es la del cronista y el literato. Sin embargo, no banaliza el mensaje bíblico.
Entiende que sus historias expresan inquietudes universales y no solo las peripecias del pueblo elegido. El desierto que recorre Moisés y su gente al huir de Egipto no es un espacio físico, sino el vacío que separa al ser humano de una existencia plena de sentido. La tierra prometida es la utopía de un mundo convertido en un hogar libre de incertidumbres y tribulaciones. El Antiguo Testamento es la epopeya de esa conciencia desdichada que irrumpe en el ser humano al descubrir su mortalidad.
Lejos de dogmas y de lecturas desmitificadoras, Roberto Calasso se sumerge en el Antiguo Testamento para averiguar qué es lo que somos. Su hermenéutica, ambiciosa y precisa, mantiene las distancias con la apología, cuya pretensión no es comprender, sino exaltar y justificar. Su concepción de la literatura como obra total surge de la convicción de que “el lenguaje no quiere (ni puede) otra cosa más que fluorescer, brillar, arrastrar, aturdir”.
Este es un viaje por los mitos fundacionales de nuestra cultura: la expulsión del paraíso, la tierra prometida...
El método de trabajo de Calasso se basa en la analogía: la realidad es un constelación de significados opuestos y a la vez complementarios. La verdad no es una idea clara y distinta, sino una metamorfosis que impugna el principio de no contradicción, una especie de visión nocturna o epifanía.
Los mitos del Antiguo Testamento expresan el horror de la conciencia ante el hecho de existir y la búsqueda de la esperanza mediante la imaginación. Calasso opina que “no se puede vivir sin lo invisible, aunque lo invisible encierre en sí a la muerte”. El libro de los libros es un viaje por los mitos fundacionales de nuestra cultura: el pecado original, la expulsión de paraíso, la promesa de la tierra prometida. Solo “el último renacentista” podía desplegar una mirada tan aguda sobre el diálogo del judaísmo con ese Dios que se esconde y se manifiesta mediante símbolos y arcanos.
Que nadie espere conclusiones. Roberto Calasso no es un profeta, sino un inconformista que busca el equilibro entre el saber y el no saber, la claridad y la penumbra, la vida y el no ser. Su obra es un ejemplo de ese “espíritu de finura” del que hablaba Pascal, un ejercicio de delicadeza y precisión que se basa en la sensibilidad, el tacto y la intuición. No podemos saberlo todo y no sería deseable, nos advierte el pensador Calasso. La misión de la inteligencia no es disolver los misterios, sino preservarlos y utilizarlos para construir un puente firme entre el mundo, la imaginación y el espíritu.