Si tuviéramos la posibilidad de ver encarnados en personajes a un cuento y a un cómic infantil observaríamos cierto recelo entre ellos, mirándose de soslayo y a punto de entablar una pelea bajo cualquier pretexto. Y es que más allá de esta ficción sorprende, además del desconocimiento que existe entre los lectores de un género y del otro, la taxativa frontera que erigen para delimitar su afición. Uno puede identificarse con la lectura prescriptiva; otro, con el mero entretenimiento. Pero en ambos casos caemos en el prejuicio.
Las historias de Vampir atrapan a los niños, aun cuando a alguien se le haya olvidado poner una tilde en el nombre del protagonista. Contribuye el hecho de que subvierten convenciones o se apropian del imaginario infantil. También resultan visualmente atractivas por el contraste entre brillo y opacidad o por los cambio de registros en la caracterización de los personajes. Sin embargo, su mayor mérito es literario y sólo hay que leerlos para darse cuenta de ello.