Infantil y juvenil

Peter Pan de rojo escarlata

Geraldine McCaughrean

26 octubre, 2006 02:00

Traducción de Isabel González Gallarza. Alfaguara, 2006. 304 páginas, 14’96 euros. A partir de 10 años

Tres versiones del niño que no quiso crecer escribió Sir James Barrie en vida. La primera (1904) era una obra de teatro (publicada recientemente por Siruela). En ella, Peter Pan era un personaje de gran complejidad, no precisamente amable, todavía muy próximo a las fuentes mitológicas que lo inspiraron. Con Peter Pan en los jardines de Kensington (1906), los cinco actos iniciales son desarrollados con añadidos y ausencias, ofreciendo una obra más cercana al público infantil, aunque siempre con altas dosis de un humor que, en más de una ocasión, raya en la sátira. Aunque Peter Pan y Wendy (1911) no viene a ser estrictamente hablando una continuación del relato previo, sí hay un encadenamiento entre uno y otro. Sin embargo, hasta esta novela no se había desarrollado totalmente la geografía del País de Nunca Jamás y, además, la imagen que tenemos hoy del personaje y sus aventuras se retrotraen a esta versión. Vale destacar que la mejor traducción de estos dos títulos es la publicada en conjunto por Valdemar.

Tomando en cuenta estos precedentes, no resulta del todo acertado el lema comercial con que se presenta Peter Pan de rojo escarlata: "La segunda parte oficial de Peter Pan". Además, el lector se preguntará a qué se refieren con oficial. Antes de su muerte, Barrie cedió los derechos de autor al Hospital Infantil Great Ormond Street. Aunque estos derechos caducaron 50 años después de su muerte (que fue en 1987), al año siguiente el gobierno del Reino Unido promulgo un polémico decreto que extendía por veinte años más el plazo de protección. Así pues, en el 2007 se vence el copyright de la obra y ante esta eventualidad, y aprovechando el centenario de la versión teatral, en el 2004 el Hospital infantil londinense convocó un concurso para publicar "la secuela oficial", de forma que Peter Pan pudiera seguir ayudando a curar niños. Geraldine McCaughrean fue la elegida.

Para esta secuela hay motivos caritativos y razones comerciales de peso , pero ¿hay una obra de calidad que respalde estas motivaciones extraliterarias? Han pasado 95 años desde la última reescritura de Barrie y el eterno niño sigue sin crecer. Mc-
Caughrean se embarca en la difícil proeza de regresar a Nunca Jamás y revivir al Capitán Garfio con un resultado muy satisfactorio. En primer lugar, la escritora logra el equilibrio perfecto al conseguir ser fiel al original sin por ello sacrificar sus aportes. Ya en misma la justificación narrativa que idea como pretexto para una nueva aventura de Peter Pan da muestra de la maestría con la cual asume la obra y el conocimiento que tiene de la misma. De allí que los primeros capítulos sean los más atractivos, llegando incluso a eclipsar la aparición de Peter Pan. También apreciamos el valor de esta escritora en el detalle de recuperar la novela en el mismo punto donde la dejó Barrie, sorteando en consecuencia las dificultades adicionales que ello genera. Recordemos que en el epílogo que cerraba Peter Pan y Wendy se aludía a la adultez de los hijos de la familia Darling. Así pues, McCaughrean tuvo que asumir interrogantes del tipo ¿cómo hacer para que estos adultos vuelvan a ser niños?, ¿cómo conseguirlo de un modo verosímil? También en este punto su propuesta es impecable. Si queremos buscarle un fallo, el mayor que podemos encontrar es la proliferación excesiva de acciones. Pero incluso en este rasgo sigue la línea de Barrie. Ahora bien, pese a todos los méritos que hallamos en Peter Pan de rojo escarlata, al cerrar el libro nos salta la pregunta: ¿conseguirá llevar al joven a leer los peterpanes de Barrie?

James Barrie, padre de Peter Pan

La vida de James Matthew Barrie (Kirriemuir, Escocia, 1860-Londres, 1937) fue especialmente desdichada. A los cinco años su hermano David, de trece, muere en un terrible accidente y su madre se recluye en su habitación durante meses sin querer ver a nadie, y menos que a nadie, a James. A medida que triunfaba en el periodismo, los libros y la escena, su vida personal iba fracasando. Hasta que en 1898, en los jardines de Kensinton, conoce a los hermanos Llewellyn Davies, con los que entabla una gran amistad. Ellos le inspiraron a los personajes de Peter Pan. Cuando mueren sus padres, los adopta, pero también ellos fallecieron trágicamente, en la guerra uno y dos suicidándose.