El asunto de Sinaloa
Barry Gifford
14 noviembre, 1999 01:00El asunto de Sinaloa, que acaba de traducirse a nuestro idioma, lleva hasta sus últimas consecuencias el modelo de viñetas narrativas ya ensayado en La vida desenfrenada de Sailor y Lula. Algunas de estas viñetas que constituyen por sí mismas un capítulo son de tan sólo un párrafo (parecen los "temas" y "motivos" del formalista Tomasevskij) y la combinación de todas ellas compone un tormentoso cuadro que en algunos momentos puede llegar a exasperar al lector más complaciente o menos exigente.
En este caso la protagonista se llama Ava Varazo, una putilla de La Paz, Arizona, que con la ayuda de un mecánico de motos, DeIRay Mudo, a quien ha encandilado, matará y robará a su chulo indio, Desacato. Lo que Ava no sabe, y por supuesto DeIRay tampoco, es que ese dinero pertenece a Mr. Nice uno de los hampones más despiadados que podamos imaginar. Y lo que también nos sorprenderá es que Ava no quiere el dinero para poder llevar una vida cómoda y tranquila, sino para entregárselo a un grupo revolucionario de México al que ella pertenece, que se autodenomina "Infinitas Gotas de Lluvia" (IGL). Este es a grandes rasgos el resumen argumenta¡, como se, ve un asunto lo suficientemente rocambolesco como para etiquetarlo de genuinamente Giffordiano. Los modelos de la novela negra continúan siendo fundamentales en el desarrollo argumenta¡ de las historias y el espacio fronterizo entre México y los Estados Unidos, donde esta surgiendo una cultura totalmente autóctona y ajena tanto a una nación como a otra, es el terreno en el que se mueven sus personajes como pez en el agua (y esperen a que se traduzca Bordertown). Y empleo "moverse" en su sentido más literal pues la velocidad de la acción, el cambio constante de emplazamiento, es la dinámica constante de la historia.
En El asunto de Sinaloa, Gifford hace gala de unas dotes especiales en el desarrollo dialoga¡ de la acción, sin duda su mérito (el mérito) más destacable. Unas acciones tan escabrosas, cuando menos, como en entregas anteriores. Como también es más duro el léxico de sus personajes (el diario de prostituta de Eva Varazo no tiene desperdicio). Aunque esto último no pasa de ser una simple "anécdota" en la mediocridad general de la novela, porque será de nuevo el diseño de los personajes el componente más débil, y no son pocas las debilidades de las novelas de Gifford. Algunos aparecen y desaparecen como por arte de magia sin que el lector termine de comprender los motivos de la aparición o desaparición. Otros no acaban de perfilarse y terminan resultando meras caricaturas literarias. Algunos casos son tan sumamente llamativos que incluso pudiéramos pensar que Gifford no termina de caracterizar a sus personajes pensando, o en la confianza, de que sea el director o el actor que interprete a ese personaje quien pueda modelarlo a su gusto. Porque lo que sí tengo cada vez más claro con cada nueva novela de Gifford es que me encuentro ante un autor infinitamente más preocupado por el resultado de sus escritos sobre la pantalla de un cine que sobre la inmaculada cuartilla blanca.