Novela

Carlota Fainberg

Antonio Muñoz Molina

5 diciembre, 1999 01:00

Alfaguara. Madrid, 1999. 184 páginas, 2.100 pesetas

Molina borda un relato ameno y hondo, claro e inquietante, sencillo y denso, divertido y conmovedor, jocoso y triste. No se lo pierdan.

Dos desconocidos, sin otro nexo entre ellos que ser españoles, traban conversación durante unas horas en un aeropuerto norteamericano. Uno, locuaz y extrovertido, cuenta al otro, tímido y pudoroso, episodios de su vida. Luego cada cual sigue su camino. El más callado, profesor en un campus yanki que viaja a Buenos Aires para participar en un congreso sobre Borges, confirma aquí episodios decisivos de la peripecia amorosa narrada por su fortuito compañero que tuvo por fantasiosa. Acabado su cometido en Argentina, vuelve a la universidad donde trabaja. En una fecha algo posterior, el profesor evoca este fragmento de su existencia, refiere detalles del corto espacio de tiempo de dicha acción principal y reconstruye la historia que el ocasional acompañante le contó.
Este es el escueto contenido argumental de Carlota Fainberg. Tendría que añadir para completarlo algunas anécdotas fundamentales, pero renuncio a hacerlo porque si las apuntara arruinaría buena parte del secreto del relato a un futuro lector y, a cambio, ellas no desmentirían su esencial sencillez. Esta historia, mucho menos simple de lo que aparenta y de lo que yo mismo acabo de dar a entender, parte de una intrínseca admiración por el viejísimo arte de referir sucesos interesantes y tiene como meta un palpable deseo de prender al oyente en las hechizantes trampas de la invención.

El logro de esta aspiración lo consigue Muñoz Molina con un admirable grado de destreza: unos sucesos en apariencia sosos se convierten en una aventura apasionante que le retiene a uno prisionero hasta la última línea, traspasada la cual siente la mortificante "horror vacui" de desprenderse de los seres que le han atenazado durante un largo rato y de no saber más de ellos y de sus cuitas.

Carlota Fainberg se plantea de entrada el objetivo de entretener y ello se alcanza mediante recursos que constituyen un auténtico compendio de las mejores artes de narrar. Esto vale lo mismo para la cualidad de las anécdotas referidas, para el ritmo y disposición de la trama, y para los recursos verbales utilizados. Rara vez encontramos una suma tan certera y calculada de artificios que, por si fuera poco, tienen tan discreta presencia que no llaman lo más mínimo la atención sobre sí mismos. Están en su estricta función de cumplir con un papel. El argumento, de corte realista, se abre al campo de la conjetura y del misterio. Los dos protagonistas, que encarnan tipos humanos contrapuestos, terminan en una vecindad que habla de ciertos universales de nuestra especie. La narración progresa recta, sin apenas desviaciones laterales que no vengan a parar en algún momento al núcleo de la historia.

Aparte de estos recursos, el sostén de la novela está en la construcción de una voz que habla, la del profesor, la cual, además, incorpora a su discurso otras voces, en especial la del antagonista. Voz que incluye aquí rasgos idiomáticos propios (sobre todo anglicismos que revelan un grado de extrañamiento cultural decisivo en la resolución del relato) y también una actitud ante la vida. La voz del profesor, la más llamativa, se modula también con muy enjundiosas observaciones sobre el arte de narrar, definidoras de su carácter y por ello no pegadizas, y aplicables a la propia novela que leemos. Estas anotaciones piden un lector cómplice, pero tampoco suponen obstáculo alguno para el lector común, aunque no las disfrutará tanto como un experto en narratología. Esa voz se completa, en fin, con divertidas ironías y con algún valiente sarcasmo sobre lo políticamente correcto.

Frente a la falta de unidad que perjudica a veces a las novelas de Muñoz Molina (en El jinete polaco o Plenilunio), en esta ocasión dispone esos pocos elementos en un magistral relato corto unitario, una auténtica "nouvelle" reveladora de algo propio de la naturaleza humana, su desvalimiento. La transparencia de Carlota Fainberg tiene un espesor insospechado que sirve para condensar con toda naturalidad una vigorosa metáfora de la claudicación. De esta manera, Muñoz Molina borda un relato entre la realidad y la fantasía, ameno y hondo, claro e inquietante, sencillo y denso, divertido y conmovedor, jocoso y triste. No se lo pierdan.