Image: Cuadernos 1957-1972

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Novela

Cuadernos 1957-1972

E. M. Cioran

3 mayo, 2000 02:00

Cioran, por Gusi Bejer

Traducción de Carlos Manzano. Tusquets. Barcelona, 2000. 265 páginas, 2.500 pesetas

Los admiradores, los amigos de la escritura magnífica de Cioran, no saldrán disgustados de esta selección, porque encontrarán casi siempre a un Cioran en estado puro

Cuando Cioran murió en 1995, la que fue su compañera muchos años, Simone Boué (muerta en un accidente en 1997) halló entre sus papeles treinta y cuatro cuadernos del mismo modelo, cuyas cubiertas idénticas sólo variaban en el número y la fecha. Así Boué (que había visto, algunas veces, sobre la mesa del escritor un cuaderno parecido) desveló el enigma: Se trataba de cuadernos de apuntes o notas o reflexiones (nada parecido a un diario íntimo, eso no le interesaba a Cioran) escritos entre 1957 y 1972. Pocas veces las anotaciones están fechadas y a menudo esos fragmentos han pasado luego -elaborados o no- a libros conocidos de Cioran. Otras veces son sólo esbozos. Signos o trazos de un hombre frecuentemente insomne y que no podía evitar, contradictoriamente (como Bernhard, aunque en otro estilo) una tendencia a la desesperación y una propensión al vitalismo.

Cuadernos de borrador
-los llama Boué- "pero también cuadernos de ejercicios". En algunos cuadernos Cioran anotó: Para destruir. Pero los conservó. Otra contradicción, como la que Boué señala al decir que acontecimientos que ella recuerda (la noticia de la muerte de la madre de Cioran) se los relató a ella de un modo diverso a como la anotación constata. "Es que vivió y sintió solo", dice. Y es verdad, como también que había un Cioran divertido y cordial en la vida común, y más amargo y desesperado en la vida interior de la inteligencia.

Siempre recordaré el día en que Fernando Savater me presentó a Cioran. Yo suponía que el autor de Breviario de podredumbre sería un hombre serio, triste, probablemente silencioso. Al contrario, la cena estuvo llena de anécdotas sabrosas y de risas francas que Cioran celebraba atusándose su pelo lacio y abundante, de inconfundible aire eslavo. Si su escritura francesa era impecable -un clásico- cuando hablaba francés dejaba traslucir un claro acento extranjero y una aparente duda. Debí ser torpe al recalcar lo del acento. Me contestó: "mais, oui, je suis un métèque" (Pero, claro, soy un extranjero). Nunca se nacionalizó francés y logró de la ONU el estatuto de apátrida. Aquel hombre divertido, inquieto, cordial, nada envarado, nada académico, aparece en estos Cuadernos con claridad, hondura y toques cotidianos, que no son un diario, aunque en cortos epígrafes pudieran parecerlo.

Sin duda el modelo lejano que Cioran tuvo al decidirse, durante quince años, a llevar unos cuadernos dispersos, fue el de los célebres Cahiers de Paul Valèry. El creador de Monsieur Teste pensó durante años -ahora bajo la tutela de Edgar A. Poe- que los mecanismos de la inteligencia son mejores (o más interesantes) que sus resultados. Así es que sus Cuadernos, que eran la plasmación de tales mecanismos, son esbozos de ensayos, pensamientos sueltos, ideas por desarrollar, aforismos. Los de Cioran -a su modo- se resuelven en algo parecido. Aunque nos enfrentemos, en el presente volumen, a una selección de los treinta y cuatro cuadernos, hecha por Verena von der Heyden-Rynsch (traductora al alemán de Cioran) que es la única aparecida hasta ahora.

Los admiradores, los amigos de la escritura magnífica de Cioran, no saldrán disgustados de esta selección, porque encontrarán casi siempre a un Cioran en estado puro. Es posible que, en libro, algunos de estos apuntes hubieran sido algo más largos (pese a que Cioran era un escritor de fragmentos) otros no variarían. Cioran piensa, siente y cuenta. Con pasión, desesperanza y ningún sentimentalismo. En la estela de un Pascal no cristiano. En la estela de los mejores prosistas franceses del XVIII, compatible -de nuevo fértiles contradicciones- con el desdén que Cioran sintió por muchas cosas de Francia, incluida extrañamente la lengua. "El insomne es por necesidad un teórico del suicidio", anota Cioran un 16 de junio. De nuevo como Thomas Bernhard -tan cerca y tan lejos- Cioran no dejó nunca de pensar en el suicidio (que le parecía un consuelo) quizá para no realizarlo, al menos por curiosidad ante la vida terrible.

Hay encuentros parisienses con Michaux y con Beckett. Uno tiene la sensación (tan frecuente entre buenos escritores o talentos fértiles) que se admiran más leyéndose que en persona. Cioran cree que Beckett -que se despide con una palmadita en la espalda- no le ha entendido. No le interesa Virginia Woolf porque habla mal de su querida Madame du Deffand. La poesía de Ajmátova (incluso mal traducida) le interesa más que la cerebral poesía francesa contemporánea... Pasiones, sí. Pero siempre mezcladas con altísimos destellos de inteligencia. Un pensamiento fértil y vivaz, precisamente por no pretender un sistema. Los Cuadernos lo dejan ver casi de contínuo: "Mis dos virtudes, mis dos vicios: la indolencia y la violencia, la apatía y el grito, la lamentación y el cuchillo". No un filósofo, sino un escritor del pensamiento. La selección, aparentemente, está muy bien hecha.