Image: Cronica de mucha muerte

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Novela

Cronica de mucha muerte

Javier Fernández de Castro

7 junio, 2000 02:00

Javier F. de Castro

Areté. Barcelona, 2000. 351 páginas, 2.200 pesetas

El "novísimo" Javier Fernández de Castro conserva en Crónica de la mucha muerte su inicial afición por indagar en caracteres un tanto extraños pero los emplaza en una atractiva historia de acción. Un puñado de personajes inhabituales se mueven en una novela sorprendente por su marco de ruralismo estricto. Ese ámbito, en medio del cosmopolitismo preferido hoy, resulta algo excéntrico y apunta la búsqueda de una originalidad en sí misma meritoria. No escapa el escenario de algunas caracterizaciones frecuentes en el tópico ruralista como el primitivismo de las gentes y un existir un tanto al margen de la civilización, pero también se adorna con rasgos novedosos. La gran finca donde se producen sangrientos sucesos se sitúa en un tiempo bien fechado y en una geografía datada con toda precisión cerca del Ebro y con múltiples referencias a localidades próximas. Dicho entorno tampoco resulta ajeno a la más conflictiva modernidad: jabalíes afectados por mutaciones genéticas tal vez relacionadas con la cercana central nuclear de Ascó, ecologistas en acción e inversores sin escrúpulos.

Esos elementos se combinan sin que rechine el resultado, al igual que ocurre al añadir la persecución de La Fayona, una cerda gigantesca e inteligente cuya captura se convierte en un rito y una meta. Se agrega por cuenta de esta especie de Moby Dick en el abrupto paraje de La Fatarella, nombre de la inmensa finca aragonesa, un cierto componente alegórico. Aquí, en una puntera granja cinegética, coinciden los personajes: el encargado, el hijo del dueño, una guardesa y una misteriosa tropa de vagabundos -unos pioneros okupas- encabezados por una misteriosa mujer. Son seres muy raros, pero las relaciones complejas entre ellos resultan verosímiles.

La poderosa voz de un narrador que lo sabe todo, comenta e ironiza, va contando una peripecia vivaz llena de impulsos y dramáticos sucesos. Lo hace a buen ritmo, tiene pasajes descriptivos muy logrados e incorpora el drama al sentido normal de la existencia. Desfila, digamos, la historia de unas vidas marcadas por un destino hostil. Ello ocupa la mitad de la novela. Llegados aquí, cambia el tiempo y el tempo: una segunda parte acota unas pocas fechas de 1988 y las presenta con una morosidad muy contraria al paso acelerado de los diez años anteriores. Desaparece sin que se sepa bien por qué -el autor utiliza mucho las técnicas elusivas- la cabecilla de los okupas, criatura novelesca casi entrevista pero tan sugerente como lograda; otra muy atractiva, la guardesa, pasa a un plano secundario, y aparece un personaje más, una niña autista, como caído del cielo.

La anécdota de esta parte se centra en una operación oficial de exterminio de supuestos mutantes que desencadena la horrible matanza aludida en el título. En este pasaje con su fondo de tragedia se logra una altura narrativa impresionante. Sin embargo, el conjunto de esta parte apenas supera el pretexto para que se ensimisme el protagonista. Todo ello resulta algo retorcido y tedioso. Y su sentido, no muy claro. Parece que, por un lado, habla de un proceso de ruina que marca a la tierra y a los seres: sería la crónica de una degradación irremisible.

Por otro, refiere un caso de valor universal, la búsqueda por alguien de un destino propio, y su logro, aunque a alto precio. Vendría, pues, la novela a decir que la vida es impredecible y da muchas vueltas, y que hallarse uno a sí mismo depende de un misterioso azar; imposible, pues, planificar el futuro y el modo de lograr la paz y la felicidad.

Creo que De Castro llevaba en la cabeza dos novelas distintas y no ha acertado a independizarlas o suturarlas. La propensión dostoiveskiana, algo excesiva, a acotar traumas y complejos da al principio tipos atractivos, pero a medida que avanza la novela acentúan su extrañeza hasta configurar un mundo en que lo arbitrario y absurdo desplaza al misterio psicológico sugeridor. Al fin, la anécdota entera toma un aire filosófico innecesario. Con ello se instrumentaliza el conflicto de unos seres que no necesita de estos añadidos pegadizos. El autor obtiene un irregular resultado al tratar de soldar varios componentes: un relato de intriga, el análisis de unos personajes turbulentos y una dimensión casi especulativa. Al final no cuaja del todo una novela con buenos momentos y contada, por otra parte, con una excelente prosa (un "excepticismo" será cosa de la imprenta), llena de matices y hasta capaz de virtuosismos.