Ventajas de viajar en tren
Antonio Orejudo
18 octubre, 2000 02:00Estamos ante una obra excelente, rica de inventiva, que lleva al lector a mundos en que el humor y la ferocidad pueden ser compatibles
Porque, más allá de las pintorescas historias que se apuntan y se disuelven, Ventajas... constituye una versión narrativa del poder creador de la palabra y de la relación entre ficción y realidad. Téngase en cuenta que "el problema de Helga Pato con las personas era que confundía a los narradores con los autores y a éstos algunas veces con los personajes" (pág. 65). No es ella, sin embargo, la única en ficcionalizar lo que vive. ¿Quién es el auténtico ángel Sanagustín? ¿Quién es Martín Urales real? ¿Existieron los paranoicos sujetos cuyos relatos se conservan en la carpeta roja o son creaciones literarias, proyecciones de una mente esquizoide, de acuerdo con la vieja idea que asocia la creación artística a un determinado grado de enajenación mental? Los escamoteos de identidad, la confusión de lo imaginado y lo vivido permiten la introducción de elementos que nada tienen que ver con la verosimilitud "realista" y que se amoldan muy bien a la fértil imaginación del autor. Precisamente por ello, el desenlace pone en evidencia que la historia -como la literatura, pero no la vida- podría volver a empezar. Lo único perdurable es lo que ha sido cultivado y ha crecido en el terreno de la imaginación. Lo otro, la vida, es perecedero y, por si fuera poco, infinitamente más aburrido, como descubre uno de los enfermos al notar la diferencia entre los diálogos insulsos y reiterativos de la vida cotidiana y los variadísimos de la literatura.
Todo esto se encierra en una estructura narrativa que incluye varios bloques independientes, a manera de historias intercaladas -los relatos de los supuestos enfermos-, bien resuelta, aunque un tanto caprichosa, si se considera que tales relatos podrían haber sido más abundantes -o menos- y aparecer en otro orden, porque su disposición y su engaste con el conjunto no se nos impone como algo necesario e indiscutible. En cualquier caso, la índole de la historia narrada, con su bosquejo de tipos cambiantes y escindidos, enmascara algunas flaquezas compositivas que sin embargo, examinadas en vista del balance final, no tienen demasiado relieve. Es cierto que no estamos ante una estructura sólida, sino ante una suma de cuadros disgregados entre los cuales circula demasiado libremente el aire. Pero todos ellos revelan imaginación y destreza narrativa. También es cierto que el lector esperaría en algún momento una elevación hacia estratos más trascendentes, un acercamiento mayor a la vida que a la literatura. Ocasiones no faltan para ello, y ahí está, por ejemplo, la historia abortada de la vigilancia mediante la inspección de las basuras urbanas, que podía haber dado mucho de sí, pero que se desinfla al situarla en la perspectiva deformada de un paranoico. Claro que la explotación de éstas y otras posibilidades hubiera conducido la novela por otros derroteros, y no hay por qué pedir a un autor lo que éste no ha buscado.