Image: Galaxia líquida

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Novela

Galaxia líquida

Los bloques de hielo detectados en ganímedes fortalecen las teorías de una segunda biosfera

10 enero, 2001 01:00

vista estereoscópica de la región Galileo de Ganímedes captada por sondas de la NASA

Las evidencias de un mar salado halladas en las profundidades de Ganímides por la sonda Galileo no hacen sino sumarse a otras similares en Europa y Calisto, todos satélites de Júpiter. Las especulaciones sobre este tipo de
océanos constituyen uno de los temas estrella de las
revistas científicas de los últimos años. ¿Es el agua el único líquido biológico posible? ¿Es realmente indispensable para la vida, o tan sólo para la vida que conocemos? ¿No serán la norma los océanos subterráneos? El profesor de Planetología de la Universidad Complutense, Francisco Anguita,analiza para EL CULTURAL todos estos interrogantes.

Soy una joven decidida a vivir y trabajar en Marte". Así empieza su carta a una revista científica Annika Fitzpatrick, una joven tejana... de diez años de edad. Annika es una representante típica de una nueva generación de exploradores para los que el Proyecto Apolo es sólo un prólogo ya muy antiguo: los que escudriñan ansiosos las novedades en cohetería, intentando adivinar si cabalgarán hasta el Planeta Rojo a bordo de una nave de propulsión iónica o de una vela solar; los que se cruzan apuestas sobre la fecha (¿2016?, ¿2020?) de la primera misión tripulada.

Sus esperanzas se reavivaron este verano, cuando la Mars Global Surveyor, la sonda que gira en torno a Marte, descubrió en varios cráteres marcianos surcos como los que deja en nuestro jardín una manguera abierta demasiado tiempo. A juicio de los geólogos planetarios, la única explicación verosímil es que muy cerca de la superficie de Marte exista agua líquida que puede escapar y correr por la superficie en determinadas circunstancias. ¿Cuáles? Las ignoramos. Pero lo importante es que uno de los dogmas de la geología marciana ("Agua líquida inestable en superficie", dicen todos los libros) se ha derrumbado de repente.

Un día, a mitad de la década que ahora comienza, las bacterias que podrían poblar el océano subterráneo de Europa, un satélite de Júpiter, "sentirán" aproximarse un extraño objeto. La sonda (desprendida de la nave Europa Orbiter) se posará suavemente sobre uno de los caos de bloques de hielo que forman la superficie y procederá a fundir parte de aquél y analizar el agua. Luego transmitirá un mensaje a la Tierra.

Una segunda biosfera

Este mensaje podría contener la noticia que los exobiólogos (los científicos que estudian la posibilidad de encontrar vida fuera de la Tierra) llevan años esperando: la existencia de una segunda biosfera en el Sistema Solar. El experimento, por supuesto, podría dar negativo; pero todo lo que hemos aprendido en el curso de la misión Galileo (un satélite artificial que gira alrededor de Júpiter desde 1996) induce a un cierto optimismo. La superficie de Europa ha sido perforada por erupciones "volcánicas" en las que el magma es agua, como en los géiseres terrestres. Esto implica una fuente de energía interior, con lo que ya tenemos dos (agua y energía) de los tres ingredientes indispensables de la receta de la vida. Sólo queda añadir algunos elementos simples, como carbono, azufre o calcio (aquí, como entre los cocineros, las recetas difieren). Pero en algunas zonas la sonda ha detectado carbono y una alta concentración de sales (de azufre y magnesio), por lo que sabemos que las especias necesarias están presentes. A partir de ellas, la radiación solar podría formar sobre el hielo compuestos sencillos de carbono semejantes a los que asimilan algunas bacterias terrestres, compuestos que podrían contaminar el océano subterráneo durante las erupciones volcánicas.

Además de sales, este extraño océano podría contener fuentes hidrotermales submarinas como las que abundan en los fondos oceánicos terrestres. Estos cálidos oasis en las profundidades oceánicas se han revelado muy hospitalarios para la vida, ya que albergan los únicos ecosistemas que no dependen de la energía solar, sino del calor de la madre Tierra. La hipotética vida bajo el hielo de Europa podría ser semejante: si el hielo se ha fundido es porque existen fuentes internas de calor. Sin duda esta vida sería bien precaria, pero en nuestro planeta existen bacterias que viven en condiciones bastante peores.

Las especulaciones sobre el océano de Europa han constituido uno de los temas estrella de las revistas científicas durante los últimos cuatro años. Sin embargo, este mar que pareció único se ha convertido en el primero de una serie: primero fue Calisto, y ahora Ganímedes, otros dos satélites de Júpiter, los que parecen tener también océanos enterrados bajo su corteza de hielo. Si la Galileo ha tardado más en detectarlos ha sido porque las capas de hielo de estos dos últimos satélites son probablemente más gruesas -unos 200 km en el caso de Ganímedes-, y no se rompen como en Europa. No tenemos por lo tanto imágenes espectaculares como las de éste, que tanto recuerdan a los icebergs atrapados en los océanos polares cuando el mar se congela.
En el caso de Ganímedes y Calisto, el delator ha sido el campo magnético que ha detectado en ambos el magnetómetro a bordo de la Galileo. Júpiter produce un poderosísimo campo magnético, pero en las cercanías de estos satélites el flujo magnético se incrementa bruscamente; además, su dirección apunta hacia el interior de los dos pequeños cuerpos, y no al planeta gigante. Los científicos de la misión quedaron sorprendidos: en la Tierra, el campo magnético se origina en el núcleo, el corazón metálico fundido del planeta, pero ni Ganímedes ni Calisto tienen apenas metales (su densidad se parece más a la del agua) ni menos aún calor interno suficiente para fundirlos. ¿De dónde surgía entonces el magnetismo?

Interior líquido

La respuesta, meses después: el modelo no era la Tierra, sino Urano. El magnetismo de este lejano planeta no es producido por su núcleo sino por un interior líquido y salino. Al fin y al cabo, todo lo que hace falta para mantener un campo magnético es un conductor en movimiento, y el agua salada conduce bien la electricidad.

El magnetómetro de la Galileo y los sueños de Annika Fitzpatrick tienen algo en común: están centrados en el agua. Marte será un duro reto para los colonos, pero mucho más llevadero si contiene agua accesible. Europa y sus compañeros serían sólo mundos helados sin un especial interés, de no ser porque sus mares ocultos les han convertido en apasionantes laboratorios naturales para los exobiólogos. Aún más: a partir del descubrimiento del océano de Ganí- medes, los científicos planetarios se plantean si los océanos subterráneos no serán la norma -desde luego, ya no son la excepción- en los satélites de los planetas gigantes. La sonda Cassini, actualmente en camino de Saturno para explorar su satélite Titán, tiene desde ahora más enigmas por resolver.

Pero también puede ser éste el momento de preguntarnos si esta obsesión por el agua tiene una base científica. ¿Es realmente indispensable para la vida, o tan sólo para la vida que conocemos? Nuestras células contienen de un 60 a un 95% de agua, y aunque algunas bacterias pueden vivir a temperaturas altísimas, o incluso en el mortal ambiente de un reactor nuclear, ninguna puede soportar un ambiente totalmente seco. La vida necesita un medio líquido para disolver las substancias con las que se nutre, para llevar a cabo las reacciones químicas con las que fabrica nueva materia viva, o para eliminar los desechos. Pero, ¿es el agua el único líquido biológico posible?
Algunos exobiólogos responden negativamente a esta pregunta, y nos advierten contra el "hidrocentrismo". Podríamos, por ejemplo, imaginar una biosfera basada en el amoniaco, también un buen disolvente; sin embargo, este compuesto sólo es líquido por debajo de -33ºC; y, aunque la vida bajo cero es factible, debemos tener en cuenta que la actividad metabólica decrece muy rápidamente con la temperatura, así que una biosfera bañada en amoniaco se parecería demasiado a una vida en hibernación. En cuanto al metano -que podría existir en estado líquido en Titán-, no es un buen disolvente.

Estos inconvenientes no son, desde luego, totalmente invencibles. Algún exobiólogo amigo de las paradojas ha llegado a imaginar "seres amoniacales" comentando lo improbable que sería la vida basada en el agua. En efecto, nuestro líquido favorito es tan buen disolvente que fragmenta con enorme facilidad las proteínas, las substancias básicas de la vida, en aminoácidos. La vida libra una lucha constante contra su disolución, y la primera construcción de proteínas en un medio químicamente tan hostil es uno de los muchos misterios que rodean al origen de la vida en nuestro planeta. Es éste uno de los muchos temas en los que, siguiendo la idea tan hermosamente expuesta por el poeta T. S. Eliot, necesitaremos salir de viaje para conocer -comprender- nuestro hogar por vez primera.