Sin destino
IMRE KERTÉSZ
21 marzo, 2001 01:00Kertész es uno de los intelectuales más sólidos de Europa. Estos dos libros certifican que hay algo que puede salvar al hombre no ya del totalitarismo, sino de la cultura que él mismo ha producido
La novedad de Sin destino es la perspectiva desde la que se relata la tragedia de los judíos húngaros. Gyürgy Küves es un adolescente que está descubriendo el amor a través de los besos clandestinos de una vecina cuando comprende lo que significa ser judío: no es una diferencia innata, sino una distinción impuesta por los otros. Aunque al principio vive su deportación como algo insólito y festivo, no tardará en descubrir el sentido profundo del Lager: destruir cualquier forma de intimidad, confundir la humillación con la justicia, borrar la identidad individual mediante el deterioro físico, transformar el tiempo en un continuo homogéneo, donde carece de sentido realizar proyectos. La maquinaria del campo cumple su función y Gyürgy se convierte en un "musulmán", que es el nombre que se utilizaba en el Lager para referirse a los que ya no muestran ningún interés en sobrevivir.
Kaddish por el hijo no nacido (1990) mezcla relato y reflexión. Por un lado, el protagonista relata el hundimiento de su matrimonio y su decisión de no tener hijos. Por otro lado, la obra profundiza en los ensayos reunidos en Un instante de silencio en el paredón (1998), donde se aúnan memoria y comprensión para explicar la existencia de Auschwitz. Al igual que Benjamin, Kertész opina que hay que recuperar el pasado en sus formas de fracaso o derrota para abrir un espacio en la utopía. El olvido sólo consolida la interpretación de la historia de los vencedores. El Holocausto (un término que horrorizaba a Levi y a Kertész, pues Shoah, en hebreo, significa "ofrenda a Dios") no es un brote exacerbado de antisemitismo más, sino una matanza que revela la verdadera naturaleza del poder. Kertész coincide con Arendt en que el antisemitismo no es la causa del genocidio. La clave hay que buscarla en la naturaleza de nuestra cultura. Auschwitz no es una anomalía histórica, algo irracional o irrepetible, sino la esencia de una cultura basada en un poder político que se ejerce sobre el cuerpo y el alma. Foucault llamó a este procedimiento "biopolítica" y señaló su conexión con la educación, el manicomio y la cárcel. Kertész percibe esa misma continuidad. Cuando habla del internado en que pasó sus primeros años, escribe: "Auschwitz me pareció una exacerbación de las mismas virtudes para las cuales me educaron desde la infancia". Lo más trágico es que la autoridad del padre no está muy lejos de esa perversión. De ahí que Kertész renuncie a la paternidad como "la posibilidad de otra existencia". Se trata de no perpetuar un "orden mundial" que se apoya en un "miedo bien organizado". Esta resolución implica la exclusión y la soledad. Kertész repudia "la integración total en lo existente". Se instala en los márgenes de la historia y certifica el fracaso de una cultura que gira sobre la culpabilidad, el temor y la vergöenza.
Giorgio Agamben señala que la figura del "musulmán" es la mayor abyección del nazismo. Se trata de un hombre destruido, sin esperanza, "sin rostro ni palabra", que nos ofrece un testimonio privilegiado de lo inhumano. Kertész es uno de los intelectuales más sólidos de Europa, pero también fue un "musulmán", un "no-hombre". Estos dos libros (El Acantilado anuncia la recuperación de Yo, otro, 1997) certifican que hay algo (Kertész habla de un "concepto puro"; Marina, más clásico, evoca la "dignidad") que puede salvar al hombre no ya del totalitarismo, sino de la cultura que él mismo ha producido.