Image: Velódromo de invierno

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Novela

Velódromo de invierno

Juana Salabert

11 abril, 2001 02:00

Premio Biblioteca Breve. Seix Barral. Barcelona, 2001. 267 páginas, 2.800 pesetas

Alguien escribió que el Holocausto judío, durante la II Guerra Mundial, alteró las concepciones morales del hombre del siglo XX. Los libros, testimonios, análisis sociales, morales o políticos se han multiplicado, pero todavía constituye uno de los temas que ni escritores ni pensadores pueden ignorar. J. Semprún acaba de volver al tema de su estancia en el campo de Buchenwald en La mort qu'il faut (Gallimard).

Juana Salabert logró el premio Biblioteca Breve con Velódromo de invierno, inspirada en la redada del 16 de julio de 1942 en París que permitió la detención de 13.000 judíos. Dos tiempos se encadenan: del 16 al 21 de julio de 1942 y 1992, donde se sitúa la acción. Pero tras estas fechas, las del Velódromo (hoy desaparecido) y la de la acción principal, descubriremos asimismo el recuerdo de la expulsión de los judíos españoles durante el reinado de los Reyes Católicos, quienes se instalaron en Grecia, Turquía y en el Próximo Oriente, conservando todavía hoy la pureza del castellano antiguo y el recuerdo de la vieja e ingrata patria. El ámbito donde se desarrolla la acción, además, es diverso y los tiempos, múltiples: el Madrid de hoy y el de 1492, Puerto Rico, EE. UU., Francia, Berlín, París, la ciudad de Finis (¿Santiago de Compostela?). Durante la estancia de los judíos en el Pabellón se encadenan espacios y tiempos europeos diversos. La narración testimonial aparece en otro tipo de letra y mantiene un desarrollo lineal, en tanto que en el resto del relato se van intercalando tiempos diversos e historias múltiples forjadas con algunos personajes de desigual entidad. Las perspectivas de los narradores son múltiples: la del albacea, la de algún niño del Velódromo, la de quienes pasan los niños evadidos por la frontera española, la de Hershel.

Pero serán los niños quienes cobrarán el mayor protagonismo. Los sefardíes, por otro lado, fueron una minoría en el ámbito de los seis millones de exterminados. Alrededor de cuatro mil cuarenta y tantos fueron víctimas procedentes del Velódromo. Allí, además, se produjeron suicidios, fallecimientos por malnutrición y disentería. Pero el albacea testamentario que desea entregar el piso que Klara Linen destinó a Hershel, ¿es en realidad su padre? No importa siquiera, dada la naturaleza de su madre -clave de la historia-, quien consigue evadirse del internamiento y conectar con la organización Sefarad, destinada a salvar niños de ascendencia sefardita. Las historias personales y el misterio de las cartas de la madre no acaban de desvelarnos la totalidad de la anécdota. El lector avanza por una multitud de caminos que han de conducirle hasta el Velódromo.

Juana Salabert complica la trama, escribe -herencia de Juan Benet- largos y enrevesados párrafos. Sin embargo, se muestra más efectiva, más directa en el testimonio paralelo, donde va narrando las vicisitudes de familias que esperan en los campos de exterminio ante la indiferencia de sus guardianes. Este París no es el de la fiesta de Hemingway, sino el de la ocupación, el de la cobardía de tantos franceses que colaboraron con los alemanes con sus denuncias. ésta es una tragedia en la que se radiografía Europa entera. Amores imposibles, amores en la desesperación de los días del velódromo; el amor -y sus tópicos- estarán presentes en esta novela de noble ambición. Salabert ha buscado una "forma" adecuada que envolviera la raíz testimonial para conferir al conjunto una dimensión más amplia y elevada: la novela como género omnívoro. La combinación no siempre resulta del todo feliz.