Image: De todo lo visible y lo  invisible

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Novela

De todo lo visible y lo invisible

Lucia Etxebarría

25 abril, 2001 02:00

Premio Primavera 2001. Espasa. Madrid, 2001. 448 páginas, 2.900 pesetas

Esta novela supone un claro retroceso respecto de las promesas que anunciaba la primera de la autora, dentro de su peculiar modo de escribir

El personaje más importante de la nueva novela de Lucía Etxebarria es una treintañera, Ruth, que logra popularidad primero con un corto y luego con una película. El largometraje, según una nota de prensa ficticia pero firmada por una persona real, el crítico Pedro M. Víllora, refleja "los entresijos de dos personas afectadas de muy distinta manera por las exigencias de la fama y de la proyección pública, que no sólo afecta a quienes la viven, sino también a sus allegados". El filme en cuestión se titula De todo lo visible y lo invisible y reproduce la historia de la propia Ruth, su directora, cuyas peripecias se cuentan en la novela del mismo rótulo.

La citada sinopsis temática se queda, en realidad, corta respecto de la nómina de asuntos de variada índole que desfilan por la novela. Contiene algo de testimonio costumbrista de unos modos de vida recientes, de cierto sector madrileño representativo de las formas de vida urbana actuales: los de una juventud fracasada que se ha entregado a la moder- nidad de la droga y de una sexualidad anticonvencional. De todas maneras, quien conozca las anteriores obras de la autora notará que ésta ha rebajado la intensidad de ese frente, el cual, aun no ausente, sirve más bien de atmósfera a una indagación psicologista. También se percibe el propósito de ampliar con voluntad crítica el papel del sector burgués del que procede esa juventud.

El mencionado resumen tampoco se refiere a otras cuestiones de la novela como la soledad, la depresión, los impulsos autodestructivos, el espejismo del amor o la relación heterosexual. Y, sobre todo, un problema que subyace a todas ellas, el de la identidad, abordado como una lucha para fijar el propio yo en contraposición con el Otro, o el Doble. Esta nómina de preocupaciones pide el tipo de relato que hace Etxebarria, una indagación psicologista de trazado tradicional, casi decimonónico.

De hecho, la autora monta una historia de amores y desamores, pasiones encrespadas, infidelidades y celos. Por mucho que a todo ello se le dé un barniz actual, no deja de tratarse de una aventura amorosa con dos amantes que se pelean, con una víctima inocente y sufrida, con un ayudante abnegado, con familiares rígidos y culpabilizados..., y con un final un tanto a la vieja usanza. La peripecia arranca con un intento de suicidio de Ruth y luego desgrana, mezclados con otras anécdotas laterales, los vaivenes de sus amores con un escritor novel, Juan. El argumento lo cuenta un narrador que lo sabe todo, se dirige al lector, gasta alguna broma y hasta pone notas a pie de página. Dentro de la narración caben también impresiones de la conciencia de la chica.

Esta forma convencional, bastante sencilla, puede servir a los efectos comunicativos que busca y defiende Etxebarria, pero resulta decepcionante. En parte porque la autora ha perdido aquel desgarro contestatario de sus inicios y lo ha sustituido por el relato de un drama consabido. En parte porque a estas alturas sólo un lector poco exigente acepta un enfoque tan manido y rutinario. Y, en fin, por la grisura de un estilo carente de creatividad y por una narración repleta de palabrería innecesaria, fatigosa. Estos rasgos hacen que esta nueva novela suponga un claro retroceso respecto de las promesas que anunciaba la primera de la autora, dentro de aquel peculiar modo de escribir.

Este efecto y esos rasgos no son casuales, y aun cuentan con su propia defensa dentro del libro. A esto se debe el tema de la fama, que alcanza la dimensión de una moraleja. Se contrapone a la directora célebre y al escritor minoritario, pero ese conflicto, aun pesando en las relaciones de la pareja, tiene en ellas una importancia relativa. Más bien se trata de un pretexto de la propia autora para mostrar su beligerancia respecto de dos tipos distintos de creadores: el triunfador entre el gran público frente al que consigue el aplauso de un receptor competente. A ello dedica bastantes párrafos pegadizos y penosos, porque rezuman una triste inquina personal.

Estas interpolaciones más que con la novela tienen que ver con la propia Etxebarria, con su frustración por no lograr ese reconocimiento que le hace sufrir mientras dice despreciarlo. Explica con desparpajo que la novela de Juan recibió los más encomiásticos elogios por parte de la crítica y cosechó la mayor indiferencia del público; al revés, la película de Ruth no obtuvo ni una sola buena crítica, pero arrasó en taquilla. Lo que viene a hacer la autora es ponerse la venda antes de la herida porque no hay que ser un lince para entender que está anunciando con arrogancia su porvenir a De todo lo visible y lo invisible. Pero se nota en ello una rabieta algo infantil: fastidiaros -se entiende- los autores de Gran Literatura que yo soy conocida, salgo en televisión y a vosotros sólo os jalean en los suplementos culturales. Si eso la consuela, allá ella. A los demás -a mí, al menos- lo que nos molesta es que nos den la tabarra con estas cantilenas de la vanidad herida cuando hay en la vida tantas cosas hermosas y dramáticas de las que hablar.