En ausencia de Blanca
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
12 diciembre, 2001 01:00Antonio Muñoz Molina
La obra entera de Antonio Muñoz Molina tiene una transparente fundamentación realista. Ello no es obstáculo para que de vez en cuando, pero con intencionada frecuencia, se abra a dimensiones misteriosas de la realidad. No apela con ello a la pura fantasía sino que se asoma a ese punto de enigma y extrañeza de la existencia que desde antaño ha llamado la atención de tantos escritores morales con quienes su literatura mantiene un subterráneo enlace. Algo de esto se incorpora a El jinete polaco por medio de la figura y la atmósfera de un cuadro; en clave más ligera se atisba en la personalidad del protagonista de El dueño del secreto; como una influencia ajena planea en Plenilunio; los límites de verdad y alucinación se ponen a prueba en Carlota Fainberg.Con este relato conecta La ausencia de Blanca, una novedad editorial relativa que, aunque el libro no lo advierta, tuvo una anterior edición restringida de Círculo de Lectores. Ambas obras aparecieron en 1999, responden al enfoque de la novela corta y mezclan una problemática cultural con un análisis de ciertas fantasías emocionales. Las dos abordan el enigma del amor.
En diez breves capítulos cuenta Muñoz Molina la historia de una seducción y de un alejamiento. La encarnan Blanca, una treintañera de buena familia, culta, refinada y vitalista y Julio, un modesto funcionario, delineante de la Diputación de Jaén de muy humildes orígenes. Julio saca a Blanca con su ternura del pozo de la autodestrucción.
Las peripecias posteriores de esa relación alimentan el grueso de la novelita, ocho capítulos. El primero y el último tienen otro carácter y establecen un diálogo basado en dos aspectos complementarios. El tratamiento poético de la materia se acentúa con una fantasmagoría que hace dudar del grado de certeza de los hechos. ¿Es o no es Blanca la mujer que aparece en casa de Julio? La obsesión del hombre y su incertidumbre se comunican mediante un ritmo reiterativo: 67 veces se repite el nombre de la protagonista en las pocas páginas que suman ambos capítulos. La historia se encamina hacia la desrealización. Y al fin se impone una sugerente ambigöedad inducida en parte por el fraseo un tanto rotundo rico en adjetivos, tan característico de la prosa algo sentenciosa de Muñoz Molina.
Tiende el conjunto de la anécdota a la reflexión abstracta acerca de las relaciones sentimentales, pero algunas puyas contra ciertos sectores de la vida provinciana y varias ironías sobre el arte moderno la sitúan en un marco concreto. Aunque parte del contraste acentuado entre dos personas distintas en todo, evita la simplificación cargando los comportamientos de temblor emocional.
Y, sobre todo, se asoma al misterio del encuentro y desencuentro de almas y cuerpos con la actitud libre de evitar las ideas reductoras. Hay en la historia de Blanca y Julio dosis de pasión, piedad, gratitud y conformismo. Y sugiere el límite inestable entre lo consciente y lo inconsciente que marca esta clase de impulsos. Por eso, más que una novela sobre el amor es una fábula sobre la angustia de la soledad.