Image: Los que no están

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Novela

Los que no están

JOSÉ ANTONIO GARRIGA VELA

19 diciembre, 2001 01:00

Premio Alfonso García Ramos 2001. Anagrama, 2001. 198 págs, 1.950 ptas.

Garriga Vela (Barcelona, 1954) afianzó su prestigio entre un selecto grupo de escritores con su novela, Muntaner, 38 (premio Jaén 1996). Los que no están, su cuarta novela, constituye un paso adelante en su trayectoria. En ella se acrecienta el mundo imaginario de las anteriores en torno al difícil acceso a la experiencia por parte de unos seres desvalidos, y se perfecciona el estilo sencillo de frase corta, directa y brillante. La narración se desarrolla con un admirable equilibrio de ingenuidad, ternura, crueldad y tragedia en tonos y actitudes que sólo al final descubren su verdadera naturaleza al desvelarse el secreto que da origen al relato. Dicho secreto se centra en la búsqueda de la propia identidad por parte del narrador y protagonista, que pasó sus nueve primeros años en una Casa de Misericordia, desde 1937 hasta 1946, en que fue adoptado por un jefe militar del ejército vencedor. El presente narrativo se sitúa en el año 2000, cuando el narrador ha cumplido ya los 64 años y su hermano, que se había ido a Rusia durante la guerra civil, regresa ahora para ayudarle a descubrir su identidad. La llegada del hermano abre y cierra la novela.

Su inesperada visita desencadena el proceso que concluye con la revelación de la tragedia que está en el origen de sus destinos: un aciago episodio de la guerra del que sólo diré que destrozó a esta familia, separó a los dos hermanos más de sesenta años y robó a su madre el recuerdo que ya nunca tendría de sus hijos.

El acierto principal de la novela está en la elección del punto de vista y de la actitud narativa. El narrador recrea su vida desde sus 64 años, pero mantiene la visión ingenua del niño que recuerda que fue en el Hogar Provincial y, después de los nueve años, en casa del matrimonio formado por el coronel franquista y su mujer, que lo engañaba con los soldados que conducían su coche oficial. La rememoración de la vida con tan peculiar familia en la posguerra y el recuerdo de grotescas extravagancias de otros familiares de sus padres adoptivos dan lugar a que la perspectiva infantil del narrador despliegue su ingenuidad en la visión de situaciones que él entonces no entendía pero que el lector puede interpretar con facilidad. Este juego de aparente ingenuidad y segundas intenciones, combinado con la parodia, la ironía y el humor, genera algunas de las mejores páginas de la novela. Todo ello sirve, además, de acompañamiento al proceso seguido por el protagonista en sus sucesivos planes de realizarse, primero, como jefe para llevar uniforme y, al cabo, convertirse en inventor de laberintos acuciado por la necesidad de protegerse del frío de la vida.

Rasgo dominante en la configuración del narrador y protagonista es su carácter soñador que le lleva a fantasear a partir del medio en que vive. También aquí la visión infantil mantenida por el narrador le permite imaginar situaciones de comicidad con algunos personajes singulares de la novela. Pero es en la ideación de espacios imaginarios donde este procedimiento rinde sus mejores frutos. Así la visión del medio en que viven sus padres adoptivos transforma aquel reducto militar en una ciudad sumergida, cerrada, con sus jefes y sus códigos y leyes, de los cuales sólo puede evadirse gracias a la invención de otra ciudad fantástica. En el contraste entre ambos medio sse desliza una sutil crítica de la grisalla, miserias y reconres de la posguerra. Lo cual se endurece más al final de esta espléndida novela. Y entonces se comprueba la pericia del autor en la graduación artística del relato en sus averiguaciones de las heridas del pasado.