Image: La morada maligna

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Novela

La morada maligna

Richmal Crompton

27 febrero, 2002 01:00

Richmal Crompton

Traducción de P. Zarín. Reino de Redonda, 2001. 429 páginas, 18 euros

Al igual que otros personajes, Guillermo Brown ha trascendido la fama de su creadora, una discreta profesora de lenguas clásicas que, gracias a su mala salud, pudo abandonar la docencia y dedicarse por entero a la literatura.

Aunque escribió novelas y relatos para adultos, el éxito le llegó a través de un irreverente niño de 11años, que explotaba su fantasía y dotes de liderazgo para desafiar la autoridad de los mayores. Las aventuras de Guillermo y sus proscritos consiguieron un enorme éxito en la España de los 50. Savater ha reconocido que su vocación literaria no nació con la lectura de Aristóteles o Goethe, sino con la de aquellos libros de colores chillones que lograron burlar la censura franquista, incapaz de advertir su carga subversiva.

En guerra permanente con el mundo de los adultos, Guillermo Brown devoró a Crompton. Su nombre no suele aparecer en diccionarios y enciclopedias. Algunos de sus más fieles lectores han llegado a preguntarse si realmente existió. La morada maligna intenta disolver esas dudas. Soltera, aquejada de poliomielitis y algo misógina, Crompton publicó esta obra en 1926. Se trata de una novela de misterio y con elementos fantásticos, pero que puede leerse como una fábula moral. ésa es la lectura de Eduardo Mendoza, que prologa el relato. Una familia convencional de la alta burguesía inglesa se traslada a una hermosa casa de campo. Al principio, todo discurre con normalidad, pero poco a poco se irá manifestado la presencia de una fuerza maligna, que despierta los sentimientos más abyectos. Sus habitantes cambian de conducta y manifiestan inclinaciones hasta entonces reprimidas. El final catártico no resuelve los enigmas que plantea la narración. No sabemos si la casa estaba infectada por el mal o si la "oscura sombra" que flotaba sobre ella sólo era el reflejo de un desorden disfrazado de corrección moral.

Crompton no disimula sus ideas conservadoras, pero no desaprovecha la oportunidad de escarnecer las convenciones, evidenciando una innegable facilidad para la sátira y el retrato psicológico. A pesar de la indulgencia de su crítica, consigue crear una atmósfera inquietante. Sin embargo, no prevalece el misterio, sino la capacidad de recrear emociones y conflictos morales.
Tal vez a su pesar, Crompton desliza en el relato determinados elementos que cuestionan los pacatos valores de una burguesía sin otros horizontes que el sermón dominical. Sin duda, el gran protagonista de la novela es la mansión donde acontecen los hechos. Pintada en rojo tenue y rodeada de hayas y castaños, Hanleigh se confunde con un espacio metafórico, donde el instinto se rebela contra las inhibiciones. Es imposible leer la novela sin advertir que sus muros ejercen una influencia liberadora. La urgencia del sexo o el desafío contra las normas que condenan a la mujer a una rutina embrutecedora sugieren que la "Cosa maligna" no yace en la inmundicia, sino "en el corazón de la belleza". Excelentemente traducida, La morada maligna confirma una vez más las cualidades de la mal llamada "literatura popular".