Novela

Sputnik, mi amor

Haruki Murakami

13 febrero, 2003 01:00

Trad. l. Porta y J. Matsuura. Tusquets. Barcelona, 2002. 246 páginas, 14 euros

Murakami no es un nostálgico del Japón tradicional. El vacío de la posguerra propició la asimilación de lo extranjero, pero eso no significó la sustitución de una tradición por otra, sino la inmersión en una crisis que transformó Japón en una sociedad incapaz de producir señas de identidad propias. Esa carencia explica la perplejidad de los personajes de Murakami, unos seres que se embarcan en insólitas búsquedas, intentando mitigar la extrañeza que experimentan ante su propio yo. En Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (2001), la constitución de la identidad se perfilaba como la estación final de una excursión por el pasado, los sueños y un inminente futuro. La intervención de lo fantástico, presente ya en La caza del carnero (1992), posibilitará que Sputnik, mi amor un relato intimista que se demora en el análisis de las emociones, adquiera la dimensión simbólica del mito.

La historia evidencia la imposibilidad del deseo y la impotencia de las palabras. Fascinada por Kerouak y la generación beat, Sumire sueña con ser novelista. El narrador, un joven profesor de escuela, está enamorado de ella, pero su urgencia contrasta con la indiferencia de Sumire, que ignora el deseo hasta que conoce a Myû, una misteriosa mujer. Ambas se marcharán juntas al Egeo, donde la incapacidad de asumir ciertas experiencias les impedirá consumar su relación. Myû no logra deshacerse de la impresión de haber perdido la mitad de su ser en un cuarto de París, donde descubrió la proximidad del placer y la humillación. ése recuerdo frustrará su idilio con Sumire, que esperaba completar su yo con la experiencia de la pasión correspondida. El fracaso empujará a Sumire a internarse en el otro lado. Su historia enseñará al narrador el tenue hilo que une cada vida, tejiendo ese tapiz donde cada existencia sólo es el nudo de una vasta trama.

Se ha acusado a Murakami de trivializar la sociedad japonesa. Su literatura no está exenta de ciertas insuficiencias, pero sus dotes narrativas son innegables. Su exploración de lo humano no es nada complaciente y el recurso a la música o la literatura confirma la hibridez del mundo actual. Escritor excéntrico, Murakami, más cerca de Chandler que de Mishima, esboza una teoría del hombre próxima al existencialismo. Nuestro destino muestra una inquietante semejanza con la solitaria perrita del Sputnik ruso. La posibilidad de contemplarlo todo desde fuera no ha roto nuestro aislamiento.