Muerte en Roma
Wolfgang Koeppen
12 junio, 2003 02:00Wolfgang Koeppen. Foto: Archivo
El inicio de Muerte en Roma evoca las narraciones infantiles: "Érase una vez un tiempo", pero la inspiración del relato es la memoria del pasado, no la fantasía.Más cerca de Thomas Mann o de Hermann Broch que del Grupo 47, Wolfgang Koeppen (Pomerania, 1906-Mönich, 1996) compuso una trilogía que se rebelaba contra la amnesia moral de sus compatriotas, utilizando procedimientos narrativos que evidenciaban su parentesco con los grandes renovadores de la novela (Faulkner, Joyce, Dos Passos). Muerte en Roma, última entrega de un ciclo precedido por Palomas en la hierba y El invernadero, apareció en 1954, suscitando la hostilidad de una crítica partidaria del olvido. Koeppen no volvió a escribir ficción.
Durante la posguerra, la familia Pfaffrath se encuentra en Roma por diferentes motivos. Siegfried está a punto de estrenar una sinfonía de música seria, una obra exigente que dirigirá un reconocido maestro, cuya esposa, judía, perdió a su padre en los campos de exterminio. La familia de Siegfried no es ajena a este drama. Su padre, que hizo carrera política con los nazis y que ahora ocupa una alcaldía de la República Federal, se inhibió ante las deportaciones y su cuñado, Judejahn, participó activamente en ellas como general de las SS. Acusado de crímenes contra la humanidad, vive en Roma bajo una falsa identidad, ignorando que su hijo Adolf, antiguo miembro de las Juventudes Hitlerianas, ha repudiado su pasado. Koeppen no se limita a explotar las posibilidades de esta trama, reuniendo y separando a sus personajes con un propósito efectista. Su escritura, que combina magistralmente la primera y la tercera persona, logra un tenso equilibrio entre la frase, el silencio y la disonancia. Sus dotes de introspección y su capacidad de emparejar testimonio y alucinación, impregnan de verdad la narración, provocando ese efecto de necesidad que caracteriza a los libros esenciales. El verdadero protagonista del relato es la Muerte, esa dama alemana que extiende su dominio por la claridad del mediodía latino. El abuso de las palabras agota su poder de significación. La vida efímera de supuestas obras maestras ha restado credibilidad a esta expresión. Sin embargo, pocos libros merecen ese calificativo con más justicia que Muerte en Roma, una de las grandes novelas de un siglo pródigo en violencia.