Antología esencial
Silvina Ocampo
24 julio, 2003 02:00Silvina Ocampo
Silvina Ocampo nació en Buenos Aires el 28 de junio de 1903. Era la menor de las seis hijas de Manuel Silvino Ocampo y Ramona Aguirre y hermana de uno de los personajes clave de la cultura argentina del siglo XX: la mítica Victoria Ocampo. En su juventud, Silvina estudió dibujo en Paris con Giorgio de Chirico. En 1933 conoció a Adolfo Bioy Casares, con quien se casó en 1940. Escribieron varias obras en colaboración y tuvieron una única hija, Marta, en 1954. Murió en Buenos Aires en 1993. Dice la leyenda que Silvina Ocampo abandonó la pintura por la escritura un día en que le leyó unos versos a Bioy. Él, viendo en ellos verdadero talento, le sugirió que escribiera más y pintara menos.
Más conocida por su matrimonio con Adolfo Bioy Casares, amigo y colaborador de Borges, los tres firmaron aquella Antología de la literatura fantástica en 1940, "como para anunciar que La invención de Morel y El jardín de senderos que se bifurcan no eran obras aisladas", señala Cozarinsky.
El grupo, centrado en torno a la figura de su hermana Victoria Ocampo, fundadora y alma de la revista Sur, ha querido compararse con el "grupo de Bloomsbury". Ni que decir tiene que Borges y Bioy han ocupado un primer plano en detrimento de Silvina Ocampo, quien había publicado su primer libro en 1937. Pero, en los últimos años, la crítica ha ido valorando con interés sus poemas, sus novelas (Los que aman, odian la escribió, en 1946, con Bioy) y sus relatos. Cultivó también el teatro y se dejó seducir por el cine.
No resultaba fácil confeccionar una antología (de la que se excluyen las novelas, el teatro y las obras en colaboración) cuando la producción de un autor es amplia, diversa y tan sugestiva como la de la escritora argentina. El título de Cozarinsky al prólogo es representativo de uno de los principales aspectos de su obra: "la ferocidad de la inocencia". Podemos, incluso, dudar de ella, pese a la belleza de este inquietante rostro que se asoma a la portada del libro, pero en Silvina Ocampo, que vivió los años dorados de una aristocracia intelectual argentina, no se advierte inocencia, sino un cierto asomo de coqueta perversidad. Es posible que las personas más cercanas a Silvina Ocampo se hayan resignado a su excepcionalidad. Tal vez fueran José Bianco y sobre todo J. R. Wilcock los escritores de quienes haya estado más próxima, escribe el prologuista. De hecho, se acepta que la auténtica voz de Silvina Ocampo se alcanza en su tercer libro de relatos, La furia (1959). Los antólogos han elegido tan sólo dos relatos de Viaje olvidado (1937) y uno de Autobiografía de Irene (1948), en tanto que de La furia se han seleccionado ocho; siete de Las invitadas; seis de Los días de la noche (1970), cinco de Y así sucesivamente (1987) y cuatro de Cornelia frente al espejo (1988). Más equilibrada constituye la selección fruto de sus libros de poemas: Enumeración de la patria (1942), Espacios métricos (1945), Poemas de amor desesperado (1949), Los hombres (1953), Lo amargo por dulce (1962) y Amarillo celeste (1972).
Antología esencial, como indica su título, debe tomarse como una válida introducción a la obra de Silvina Ocampo. Quien lea relatos como "La red", "Mimoso", "El sueño de Leopoldina", "El paciente y el médico", "El crimen perfecto", "Amada en el amado"o "Los celosos", por ejemplo, adquirirá un somero conocimiento de una obra que, con el tiempo, ha ganado en intensidad, a la vez que revela ciertas claves sobre la perspicacia de los integrantes de aquel grupo cerrado y al tiempo abierto a los vientos de las nuevas estéticas; inventores de estilos; fabulosos lectores y también portavoces de incomprables y sutiles concepciones del fenómeno literario.
Silvina Ocampo nos muestra en su poesía cuán próximo se encuentra del relato breve, la inspiración en lo cotidiano, del destello poético. Será quien llevará más lejos la capacidad de descubrir la crueldad en los actos cotidianos de los seres vulgares quepueblan sus cuentos. Co-mo Bioy y Borges aprendió la técnica del cuento policial, además del relato fantástico, que dominó. Dispuso, asimismo, de una cierta capacidad metafísica. Su mundo es esencialmente femenino y ello puede apreciarse con propiedad en los poemas (la selección es excelente) como "Epitafio de un aroma", "Promesa", "La dicha", "Los ojos", "Diálogo" o "Acto de contrición". Algunos de ellos deben compararse con los mejores de Borges. Advertiremos sus fuentes comunes; los clásicos grecolatinos o la poesía metafísica inglesa, que revalorizó Eliot. No será casual la cita de Donne. Los versos del "Epitafio de un náufrago" descubren el misterio: "éste es mi primer sueño con naufragios,/no tendré que olvidarlo nunca. Oscura/es el agua de los sueños, fría y dura./Mañana tendré miedo de presagios". El gozo que el lector de hoy recibirá de la lectura de sus obras se verá incrementado por el mayor conocimiento de este privilegiado grupo de creadores argentinos. Sin ellos, sin Macedonio Fernández o los martínfierristas, sin Marechal o Artl no saborearíamos ni a Cortázar ni a Piglia.