Los duendes jamás olvidan
Jaime de Armiñán
16 octubre, 2003 02:00Jaime de Armiñán. Foto: Mercedes Rodríguez
El humor no tiene demasiada buena prensa en nuestras letras. Y el humor un poco dislocado, menos. és-te es el hándicap que ha de vencer, de entrada, una novela divertida como Los duendes jamás olvidan, en la que Jaime de Armiñan fantasea una peripecia intencionadamente disparatada.En sus primeras páginas, el protagonista, Claudio Cotrús, recibe en su chalé, en una apacible colonia en el centro de Madrid, la visita de un famoso presentador de televisión. De un botellazo lo mata, lo entierra en su jardín y al poco empieza a percibir la presencia del espectro del difunto. Cerca de trescientas páginas emplea el autor en desarrollar un amplio número de anécdotas derivadas de ese conflicto inicial, con un pie en ultratumba y duendes convocados, y otro en un costumbrismo satírico de actualidad. Además, anuda una trama de suspense presentada a bote pronto en la primera página y referida a un nazi que se escondió en Málaga, fue raptado por los servicios secretos israelíes y ejecutado. Las varias peripecias confluyen al final en un escenario propicio a la fantasía y la magia, la Costa da Morte gallega. Si en paralelo de la comedia de situación y de equívocos existiera una novela de esa misma clase, a este género pertenecería Los duendes jamás olvidan. Hechos sorprendentes, falsas apariencias, personajes excéntricos, cultivo de lo insólito, invención libre... todo esto hay, y en abundancia, en el libro de Armiñán. Su punto de partida está en el humorismo desenfadado y lúdico de los años treinta, poco transitado entre nosotros en la postguerra, salvo excepciones, y su norte podría ser, para entendernos, Jardiel Poncela. Un humor jardielesco marca muchas páginas, y el creador de Eloísa está debajo de un almendro y tantas comedias burlescas se nota en el impulso global de la novela.
Armiñán, ducho en el oficio de contar historias tanto en el teatro o el cine como en la propia novela (donde ha destacado menos que en las otras vertientes de su polifacética actividad de creador), pone en juego su oficio para la andadura de esta fábula nada gótica ni terrorífica de espíritus poco pavorosos. La historia en sí misma resulta simpática, aun- que algo prolija. Se presentan personajes curiosos, más que el reiterativo protagonista algunos otros accidentales, por ejemplo un guapo cura pre-postconciliar y unas feligresas enfebrecidas. Hay situaciones sueltas ocurrentes e invenciones concretas con mucha gracia (el método verónica para indagar en lo misterioso). La farsa que domina el conjunto de la fábula tiene también un flanco entrañable y permite algunos descansos de ternura.
En fin, el desparpajo verbal acompaña bien a ese rosario de bromas mentales. Jaime de Armiñán ha hecho una novela sencilla y jocosa, ajena a la visión positivista del mundo habitual en nuestra cultura, de aspecto nada trascendente, aunque no falte un fondo inquietante. Se percibe que el autor se ha dado un gusto escribiéndola, pero, aparte ese disfrute, no creo que haya puesto en ella mayores pretensiones que ésa, y, por tanto, tampoco se le puede pedir más de lo que ofrece: pasar unos ratos entretenidos entre un libre fantasear y unas iro- nías simpáticas y amables.