Image: La noche ciega

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Novela

La noche ciega

Juana Salabert

5 febrero, 2004 01:00

Juana Salabert. Foto: Kike Para

Seix Barral. Barcelona, 2004. 272 pàginas, 19 euros

Juana Salabert dedica su nueva novela a exponer la trayectoria de un grupo de personas afectadas por unas circunstancias vitales muy difíciles. Una buena parte del libro lo sitúa en los años de nuestra guerra civil, con frecuentes retrocesos a un pasado que desmenuza las biografías particulares de los personajes, diseminadas por una extensa geografía.

El protagonismo se centra en una familia dividida por la guerra: el marido se halla aislado en el Madrid republicano y la mujer e hijas en un pueblo de la sierra en poder de los rebeldes. La casa de la sierra, a su vez, da pie a la presentación de un grupo de singulares tipos, con cierta tendencia a lo pintoresco: el insensato abuelo, una cantante sin porvenir, una criada fiel, una exilada checa, un fascista italiano huido de los suyos... El resto de la novela rastrea esos destinos hasta fechas recientes, aunque presta particular atención a los años de la invasión nazi de Francia.

La noche ciega cuenta muchas anécdotas, y esta afición de la autora produce un relato variado, con abundantes y curiosas peripecias personales. Esos materiales sirven, también, para sembrar un buen número de preocupaciones y para desplegar una surtida galería de seres atribulados, pues a los aludidos se añaden otros cuantos. Revelan un interesante trabajo y una buena capacidad imaginativa. Sin embargo, estas cualidades no terminan de funcionar bien en el conjunto trabado que ha de ser una novela. La culpa hay que achacarla al problema conjunto de la selección y la composición.

Tiene Juana Salabert la tendencia a dar infinidad de noticias irrelevantes o no significativas, aunque en sí mismas tengan gracia o interés. De este modo, en la novela hay elementos que no hacen falta para su núcleo y se echa en falta una idea firme de unidad. Y, además, como es aficionada a las elipsis, se produce un cierto caos en el cual el lector tarda demasiado a distinguir a los personajes, a saber qué hacen, o a entender por qué se dan de ellos esas informaciones. El hilo de las historias no se comprende y en consecuencia la narración produce fatiga.

Bien es cierto que en el último trecho se recupera el interés, y es de lamentar la innecesaria dificultad anterior porque hay unas cuantas muestras valiosas del posible buen pulso de la autora. Se encuentran en las intensas escenas del terror en la Francia ocupada, y en la muerte de una joven tísica, Mina. Y, todavía más, en una relación que recorre todo el libro, casi como un relato independiente, la de esta chica y un muchacho, Milan, que constituye una completa historia de acceso a la madurez, poética y amarga.

A la novela le falta un diseño más claro, menos alambicado, con el cual ganaría mucho, pero la inclinación al rebuscamiento parece instintiva en la autora. Sólo por este motivo se explica la caprichosa atribución a los personajes de varios nombres, además excéntricos o raros. Y ello se ve también en la prosa, que se recrea en una sintaxis llena de subordinaciones mecánicas y tiende al envaramiento expresivo (¿qué significa unos mandos militares "decididos al más rotundo veredicto de la deserción"?).

En general, el castellano de Juana Salabert se caracteriza por su corrección idiomática, pero está falto de vida y, sobre todo, de naturalidad. Escribir bien no consiste en respetar los dictados de la gramática, sino, además, en un punto de creatividad. Esta carencia, junto con un verbalismo innecesario, y los problemas apuntados antes hacen que una novela hecha con buena voluntad, y con esfuerzo y dedicación, no dé de sí lo que el empeño de la escritora promete.