Roma, ramera y romera
José Luis Castillo-Puche
6 mayo, 2004 02:00José Luis Castillo-Puche. Foto: Paco Campos
El fallecimiento cercano de José Luis Castillo-Puche (1919-2004) tuvo un eco mucho menor del que su significación en la literatura de posguerra merece. Hubo momentos en su larga trayectoria (ya en 1950 la censura prohibió su primera novela, Sin camino) de prestigio e influencia, y nunca perteneció a la clase del escritor ni común ni cómodo.Siempre fue un narrador poderoso, extraño, algo desmesurado en el enfoque de sus temas predilectos, poco habituales, y en su estilo bronco y apasionado. El precio de todo ello fue el relativo olvido reciente, nada justo si se considera su vigorosa y excéntrica personalidad, y una amplitud de escritura dispersa por el periodismo, el ensayo y la ficción. A estudiarlo en esa pluralidad de facetas viene un libro colectivo, El poso de la nada, preparado por los profesores José Belmonte y Rubén Castillo, y del que aquí dejo esta simple noticia para quienes se interesen por la labor del prosista murciano. Ahí figura un texto confesional del propio Castillo-Puche en el que se reconoce autor comprometido y amigo de expresar una "conciencia existencialista", y donde explica que no fue "nunca un escritor realista".
Viene bien esta declaración de principios como punto de partida para calibrar Roma, ramera y romera, obra póstuma de Castillo, segunda parte de la trilogía Bestias, hombres, ángeles, cuyo arranque, Los murciélagos no son pájaros, apareció en 1986. Ambas entregas tienen como protagonista y narrador a un pintor, lo cual indica, de entrada, una percepción del mundo desde la especial sensibilidad de un artista. Y, en efecto, en Roma el pintor, que ha viajado a la capital italiana en parte a la búsqueda de su maduración como creador, deja constancia de su particular comprensión de la existencia. La realidad, dice el pintor, no le interesa, busca su trasunto porque es misteriosa, y para ello pinta no sólo con las manos sino también "con los sueños". En fin, su ambición está en captar la "transrealidad" de la vida.
Tales criterios constituyen el fundamento de la propia novela, que tiene un trazo externo equívoco si se mira sólo como lo que parece, una historia de intriga, mafias eclesiásticas, malas pasiones clericales y fundamentalismo religioso. Todo ello está bien trabado para conseguir un interés anecdótico: el pintor sufre misteriosas asechanzas, se trata con extraños personajes, vive una rara historia amorosa, ocurren muertes y sucesos poco explicables...
Pero esa materia imaginativa vale ante todo como soporte de un acercamiento alucinado a los temas que de antiguo preocupan al autor y que ahora se dan cita en un lugar emblemático, sede simultánea de la fe, los negocios turbios y el crimen: la Roma espiritual y corrupta. Como en otros títulos suyos, hace Castillo una incursión muy agria y exaltada en el catolicismo con el propósito de diferenciar un cristianismo basado en el amor y los trapicheos de la jerarquía eclesiástica y de la Iglesia institucional. La ambientación de pesadilla de la novela convierte, además, el impulso espiritualista que rige la escritura de Castillo en una aproximación visionaria a otras inquietudes típicas suyas. Enseña, por una parte, la delgada frontera que separa la cordura, la obsesión y la locura. Y, por otra, se asoma al pozo de la existencia, en cuyo fondo se confunden el bien y el mal, la idealidad, las turbias pasiones y el materialismo grosero.
Con notable riqueza de léxico, mezcla de voces cultas y vulgares, con un fraseo revelador de la pasión moral e intelectual que le impulsa a contar esta historia obsesiva, José Luis Castillo-Puche lleva a cabo una indagación existencial muy desgarrada. Y sorprende la energía con que lo hace un autor octogenario, pues nada se resiente la plasticidad expresionista de la novela por esa avanzada edad. Deja unas memorias inéditas: celebraríamos que pronto vean la luz porque han de tener valor documental y permitirían completar la imagen de uno de nuestros notables narradores de la segunda mitad del pasado siglo.