Al volver la esquina
Carmen Laforet
13 mayo, 2004 02:00Carmen Laforet. Foto: Archivo
En 1963 comenzó Carmen Laforet una trilogía, "Tres pasos fuera del tiempo", con La insolación. Aventuraba en el notable prólogo a este libro que su trabajo de escritor entraba en una nueva fase de creación más continuada -algo que el tiempo no confirmó lamentablemente- y explicaba los propósitos de ese nuevo proyecto, planeado en toda su amplitud.La serie mostraba las piezas de la partida que ha jugado en la vida un tal Martín Soto hasta el jaque mate (título de la última entrega) que "él da o le dan a él". Aunque partía de una peripecia vital terminada y con sentido completo, le pareció oportuno presentar esa peripecia en orden cronológico. Primero la infancia de Martín, situada entre 1940 y 1942, referida en La insolación. Luego, su juventud de pintor bohemio, hacia 1950, en Al volver la esquina. Y por fin, ya en los 60, el desenlace de dicha partida, en Jaque mate.
Al volver la esquina estaba hecha entera y llegó a estar en pruebas de imprenta, pero nunca apareció. A ello se refiere el hijo de Laforet, Agustín Cerezales, en el prólogo al rescate de Al volver la esquina, en el que da valiosas noticias acerca de las vicisitudes personales de su madre.
Al volver la esquina cuenta una fase de la vida de Martín Soto. Tiene una anécdota bastante marcada, con una trama de intriga en el fondo. Unas circunstancias algo insólitas llevan al protagonista a medio integrarse en una familia acomodada madrileña. Su vida se enreda en una historia amorosa na-da corriente; y se complica con la compañía de un viejo loco y de una niña, Soli, y con la proximidad de varios raros personajes. Ocurren, además, algunos otros sucesos nada comunes. Estas anécdotas no son gratuitas. Como señaló la misma autora en el prólogo, forman las circunstancias exteriores, las "aperturas a la vida diaria" que deciden el porvenir del protagonista. Se trata de los elementos formativos de la personalidad de ese pintor bastante irresoluto que anda buscando un sentido a su existencia entre estímulos muy diversos. En resumidas cuentas, una novela de maduración.
La peripecia de Martín se presenta con una engañosa apariencia de linealidad: un día de 1950 el pintor emprendió un viaje y desde esa fecha fue como si hubiera desaparecido "al volver la esquina" sin dejar huellas. En realidad, fue el disparadero de esas azarosas anécdotas, que reconstruye en 1973 en un proceso de confesión psicoanalítica. Toda la historia sigue las pautas de un complejo ejercicio de la memoria, con ecos proustianos, y se presenta con una habilidosa y exigente arquitectura. Tenemos una novela de indagación psicológica abierta a descubrir la personalidad de Martín y a vislumbrar otras cuantas intimidades más. Nos hallamos ante una narración fuerte y abiertamente intimista en la que las acciones, no escasas, apenas valen sino como manifestaciones externas del yo. Abundan signos de la realidad histórica (pobreza, estraperlo, opresión, síntomas de la España de la etapa franquista más oscura; y un Madrid de notables cambios externos), pero apenas valen más que como telón de fondo de unos dilemas íntimos.
Este retrato de interiores tiene una llamativa peculiaridad, aunque no sorprendente para los lectores de Laforet. Los personajes forman una tropa pintoresca. Dominan los seres excéntricos, raros, imprevisibles. No quiere ello decir que no ofrezca magníficos atisbos psicológicos y tipos excelentes (Soledad), y que sus peripecias no estén inspiradas por una buena inventiva. El problema surge de su arracimamiento en un solo grupo humano. Demasiadas singularidades para andar tan emparejadas. De hecho, esto que llamo problema podría calificarse también como rasgo distintivo de toda la escritura de Laforet, que tiene una natural tendencia a manejar destinos individuales muy peculiares para hablar de esos asuntos trascendentes, filosóficos si se quiere, que son los que a ella de verdad le interesaban. Por eso acude a un orbe imaginario más bien limitado y por eso es de esos autores que vuelven a escribir varias veces la misma novela, aunque no siempre planteen las mismas soluciones. La casa frente al madrileño Retiro que congrega a la insólita familia de Al volver la esquina recuerda mucho a la casa familiar de la barcelonesa calle Aribau que acoge a Andrea en Nada.
Lo que separa a Nada de Al volver la esquina es la pericia y hasta riesgo formal de esta última. Y también el logro aquí de algunos aciertos de detalle magníficos: la capacidad para crear una atmósfera de potente indefinición, de sugestiva plasticidad en su mezcla de realismo y alucinación. Es obra de mérito esta novela póstuma. Más madura y técnicamente superior a aquella opera prima justamente famosa, no tiene, sin embargo, el ángel que convirtió a Nada en un hito inexcusable de toda la postguerra.