Image: La caja de marfil

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Novela

La caja de marfil

José Carlos Somoza

1 julio, 2004 02:00

José Carlos Somoza. Foto: Esther Lobato

Areté. Barcelona, 2004. 239 páginas, 21 euros

José Carlos Somoza (1959) debe considerarse como novelista español, pese a haber nacido en La Habana, ya que vive en nuestro país desde 1960. Es autor de varias novelas, como Silencio de Blanca (premio La Sonrisa Vertical en 1996), Dafne desvanecida (finalista del Nadal en 2000), Clara y la penumbra (premio Fernando Lara 2001) o La dama número trece (2003).

Es, asimismo, autor de relatos, guiones de cine y obras teatrales. A diferencia de Carlos Barral, nada tengo que objetar a las novelas de género y aún menos a las policíacas por el hecho de así clasificarlas. Sin embargo, La caja de marfil no acaba de encajar en una colección de narrativa donde destacan los nombres de Isabel Allende, Carmen Martín Gaite, John Le Carré, José Luis Sampedro, Manuel Vázquez Montalbán o Toni Morrison, por citar sólo algunos. Porque se trata, en efecto, de una novela policíaca de corte tradicional que aporta escasas novedades. Cuando Somoza pretende hacer estilismo cae incluso en la cursilería, aunque ésta sea de vago origen modernista y nerudiano: "Titilan las estrellas y riela la luna. Las estrellas titilan, la luna rutila. Mi pulso tremola, me tomo una tila. Titilean las lelas y relila la lulla. Oh florecillas del jardín del cielo, oh grillos del paraíso que enajenáis mis sentidos en esta noche de verano..." (pág. 187). Pero este desahogo seudovanguardista parece como un pegote en el seno de una narración realista, donde prevalece el diálogo de argot juvenil. Un viejo asesino fuera de circulación, protegido por la policía, actuará aquí, como otro Carvalho -el parentesco es considerable- con cinismo, crueldad y ternura.

El contradictorio y tierno asesino Quirós es, dado su protagonismo, lo que puede salvarse de una novela llena de situaciones tópicas, situada y ambientada en la población costera de Roquedal, pueblo de verano donde actúa una banda juvenil (neonazis incluidos) y donde campa a sus anchas un esnupi, asesino de adolescentes a las que filma, tortura y asesina. Sabremos de complicidades de todo orden, pero el narrador nos las velará. Para su fortuna, la muchacha raptada es amante de la literatura (practica el relato), hipnotizada por la lectura de un mediocre escritor local, ya fallecido, Manuel Guerín, y a su raptor le complace su literatura adolescente. La figura de una profesora que se hizo amiga de la joven Soledad Olmos completará, junto al cura del pueblo y el sepulturero sordomudo, este inverosímil desfile.

El desarrollo de la novela, que mantiene ritmo de suspense, oscila entre los sueños de los personajes, el recuerdo de las escenas de los asesinatos que cometió Quirós (que fueron numerosos, incluso el de Marta, con la que compartió lecho una noche y a la que promete, a cambio, no liquidar a su hijita), la fiesta local, el grupo juvenil y las parrafadas filosófico-morales de Quirós o las consideraciones teórico-didácticas de Pilar. El señor Guante (el nombre es adecuado) resulta tan poco convincente como la novela. Es verdad que, siguiendo la tradición de la novela negra, los ricos son malos y los policías corruptos; pero eso ya lo habíamos leído antes. Escasea el sentido del humor, quedan cabos sueltos y el final es abrupto. Cabía esperar algo más de una trayectoria tan plena de honores y de tan selecta colección.