Nieve al sol
Martín Casariego
23 septiembre, 2004 02:00Martín Casariego. Foto: Bernabé Cordón
Frente a la falta de interés por la construcción del relato y al faprestismo que aflige a mucha de la novela del día, la obra de Martín Casariego se distingue por una voluntad de trabajar la forma. El mismo exigente criterio aplica a Nieve al sol.El argumento se distribuye en capítulos que alternan una historia localizada en dos espacios (Madrid y Roma) y en dos tiempos (los años 80 y la actualidad). El narrador, y protagonista, refiere los hechos con un personal empleo del presente y el pasado. El diálogo adopta la curiosa novedad de partir en líneas independientes opiniones expresadas en una sola intervención. Todo ello revela un cuidado notable, algo que debe apreciarse y aplaudirse, sobre todo porque, por desgracia, y a pesar de tan meritoria disposición, se deriva un efecto global decepcionante, sin ser de ninguna manera menospreciable.
Esta inconsecuencia, tratándose de un escritor serio y digno, pide la búsqueda cuidadosa de su raíz. Y se halla, creo, en la propia historia. La historia arranca, en orden temporal, con el loco amor de Rafael, joven chófer de un empresario, por Diana, amante y luego esposa de su jefe. El conflicto se resuelve con violencia y el atormentado Rafael se escapa a Roma, donde le localiza veinte años más tarde una chica también llamada Diana, que recuerda a la anterior. Aunque algo importa el suspense en el relato, no lo estropeo descubriendo ya que la Diana romana es hija de la madrileña y del propio Rafael.
Bajo esta peripecia se aloja una preocupación persistente de Martín Casariego, el mundo de las pasiones trastornadoras, y a ello alude el título, pues el amor poco dura y, dice Rafael, es como nieve al sol. Para mostrar dicha creencia, el autor se apoya en una historia de cualidad melodramática y con notable propensión a enfatizar los sentimientos por distintos medios: truculencias, una aureola entre mística y filosófica, y ribetes de malditismo. Así, algo que podría proceder de la vida común, tragedias que de siempre han sido pasto de la narración popular (pliegos de cordel, folletones, novela rosa, culebrones televisivos), se engrandece hasta extremos poco verosímiles (literariamente verosímiles; situaciones más terribles se dan en la realidad). Son los límites del caso Romeo y Julieta, obra citada en la novela, complicado con corrupción económica, con la deslealtad por egoísmo de una prostituta o con el sentimiento de culpa y la búsqueda de expiación (de ahí el refugio en la Roma ramera y romera, dicho con el título de la novela póstuma de Castillo-Puche). A todo esto hay que añadir reflexiones un tanto pegadizas (si uno ama mucho a alguien, éste termina amándote de la misma manera) y juicios raros (según Rafael, "no existe la épica del vómito").
La literatura postmoderna parte del pastiche, imita modelos, y aquí hay uno bien claro, el melodrama señalado. Pero esta tendencia los toma a broma y los parodia, mientras que Casariego sigue sus fuentes en serio y acumula tipos, comportamientos, motivos y hasta situaciones que poseen larga tradición. Indagar en la pasión, en la locura, en los afanes autodestructivos espoleados por el fracaso, en los consuelos del misticismo y la religión, en la frontera de odio y amor, en la de amor y muerte, que semejante conjunto de preocupaciones se hallan en la tremenda historia de Martín Casariego, está muy bien y es propósito nada desdeñable, pero a los efectos prácticos, el empeño supera al resultado, y Nieve al sol carece de ese algo distinto que la literatura exige para que se justifique la vuelta a conflictos muy baqueteados.
Cinco cuestiones a Martín Casariego
-¿Por qué el pasado, en su novela, se escribe en presente, y el presente en pasado?
-El narrador, para comprender, necesita acercar el pasado y distanciarse del presente. No vemos bien lo que está demasiado lejos, pero tampoco lo que está demasiado cerca.
-¿Sin autodestrucción no hay redención?
-No, creo que más bien sin culpa no hay redención... El protagonista hace un descubrimiento terrible, y eso le lleva a pensar que no merece estar vivo.
-La novela se iba a titular Redención. ¿Por qué cambió de idea?
-El título valía para las dos partes de la novela: una redención buscada y demencial, y otra encontrada y posible. Lo descarté por su connotación religiosa.
-El protagonista, Rafael, quiere cambiar la realidad... ¿cómo le cambia ésta a él?
-Se le impone de una forma brutal.
-¿Y a usted esta novela?
-He dado un tratamiento muy literario a una historia contada por un loco que lee novelas de kiosko y cree que el mundo es un folletín. He buscado una estructura poco frecuente... Más que cambiarme a mí, refleja cambios que ha habido en mí.