Image: Ángeles y demonios

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Novela

Ángeles y demonios

Dan Brown

21 octubre, 2004 02:00

Dan Brown. Foto: Philip Scalia

Trad. Eduardo G. Murillo. Umbriel. Barcelona, 2004. 606 págs, 18 euros

De tanto en cuanto una novela logra convertirse en auténtico fenómeno social. A El nombre de la rosa, Los pilares de la tierra o Las cenizas de ángela hay que añadir este año El código Da Vinci.

Y no era cuestión de abandonar el filón, motivo por el que se publica ahora una novela del propio Dan Brown anterior en el tiempo, ángeles y demonios. La aclaración resulta fundamental para entender el contenido de esta reseña, pues ése es precisamente el auténtico valor de ángeles y demonios. Una novela, ésta, que adolece de importantes consistencias narrativas, tanto desde el punto de vista estructural como argumental, pero cuya redacción se antoja imprescindible para el posterior desarrollo de Brown como escritor. No en vano es ahora cuando se nos presenta por primera vez al personaje de Robert Langdon y cuando también aparecen unos principios narrativos idénticos a los que posteriormente convertirán a El Código DaVinci en una novela atractiva; a saber, un argumento próximo al del género detectivesco y una clara vocación iconoclasta.

El argumento recuerda en buena medida -si bien Brown escribió su novela años antes- al del último libro de Lapierre y Collins, Arde Nueva York, en la que un grupo terrorista árabe había colocado una bomba atómica en el centro de Nueva York y la policía luchaba por encontrarla.

La acción de ángeles y demonios se inicia cuando Langdon recibe una intempestiva llamada a las cinco de la madrugada del director del cern en Ginebra: uno de los investigadores del centro, Leonardo Vetra, ha sido horriblemente asesinado y han marcado a fuego en su pecho la palabra illuminati. Los Illuminati, un grupo que se creía extinguido, se remontaban hasta Galileo; originalmente intentaban enraizar el conocimiento científico en los principios religiosos, pero progresivamente fueron derivando hacia el anticlericalismo. Al ser Langdon un reputado profesor de iconología religiosa en Harvard espera que le ayude a desenmascarar al asesino.

Ya en Ginebra Langdon conoce a Vittoria, hija adoptiva y colaboradora de Leonardo, que era sacerdote. Descubren entonces el motivo del asesinato: el robo del experimento en que trabajaban Leonardo y Vittoria, la antimateria, cuyo potencial destructivo es terrorífico. Los Illuminati han colocado la bomba en los sótanos del Vaticano durante el conclave para elegir nuevo Papa. Langdon y Vittoria disponen de seis horas -el tiempo de la batería- para encontrar y desactivar el artefacto.

Desde los primeros compases el lector tiene la sensación de encontrarse en un mundo excesivamente fantasioso: a las cinco Langdon está durmiendo plácidamente, a las siete y seis minutos ya se encuentra en Ginebra. Pero sin duda lo más sorprendente es el desenlace, en el que un juvenil "desliz" del difunto Papa, traerá consecuencias increíbles (en el más amplio sentido de la palabra). Una y otra vez el argumento se fuerza hasta el infinito, en ocasiones más próximo a la ciencia ficción que al modelo realista.