Image: Cazadores de luz

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Novela

Cazadores de luz

Nicolás Casariego

3 marzo, 2005 01:00

Nicolás Casariego. Foto: Julián Martín

Finalista Premio Nadal. Destino. Barcelona, 2005. 316 páginas, 19 euros

La joven protagonista de Cazadores de luz, llamada Stork, abre la despensa de casa y, como de costumbre, no encuentra ni un solo producto natural, únicamente halla combinados energéticos, insípida comida de supervivencia.

En ese escenario de fanta-ficción sitúa Casariego su novela: un innominado país y un inconcreto tiempo futuro en el que sus habitantes nada más han visto animales en el zoo. La literatura futurista tiene su reto fundamental en conseguir que la historia inventada, aparte de respetar las peculiares leyes de credibilidad de la fantasía, posea en sí misma cuerpo suficiente como para que no se convierta en vaga analogía de una experiencia histórica real. El mérito primero de Casariego radica en haber construido un mundo verosímil, cercano aunque distinto del nuestro, el cual acoge una peripecia autónoma de ambiciones y trampas.
Para lograr esta realidad coherente el autor se apoya, ante todo, en una buena historia y en una notable destreza para contarla con sencillez y eficacia. Respecto del argumento, lo construye anudando una historia de amor y una trama de intriga. Y en cuanto al mundo futuro lo pinta sin exageraciones, y lo hace convincentemente utilizando unos pocos recursos oportunos: el peso de los colores en ese mundo imaginario (el título se debe al expresivo nombre que se da a los ojos), algún detalle anecdótico y un par de tics lingöísticos. Con tales mimbres Casariego fabrica una parábola acerca de las relaciones humanas consistente y que a la vez interpreta conflictos intemporales de nuestra especie y recrea una problemática contemporánea. Los personajes responden a una observación psicologista y proporcionan un variado muestrario de comportamientos: egoísmo y desprendimiento y esa falta de escrúpulos que pone el logro de un beneficio por encima de cualquier reparo. De ellos sobresalen Stork y su enamorado Mallick, que protagonizan una relación equilibrada de pasión, alegría, tensiones, ternura y dolor; la trayectoria de la pareja, un recorrido de miserias e ilusiones que desemboca en un triste final de fracaso, sirve de eje al sentido general del relato.

La peripecia se alimenta de corrupción múltiple, de malas ambiciones y violencia, y todo esto en conjunto, personajes, sucesos y lo que llamaríamos estampa colectiva de época, tiene la virtud de producir un retrato moral muy negativo, y una fábula de corte social. El emplazamiento futurista no impide al autor ofrecer un alegato contra nuestros modos de vida, una relativa hipérbole del presente a la cual la prudencia le da una dimensión creíble.

Casariego cultiva un primitivo gusto por contar sucesos curiosos. Aplica un enfoque narrativo bastante tradicional, quizás demasiado. Y el resultado no es una gran novela, pero sí una obra de dignidad artística grande. Su desenlace tiene una matizada complejidad, nada maniquea: el anuncio de un hijo, que representa el futuro, y la claudicación en cierto modo generosa del padre coexisten con la visión negativa de una sociedad deshumanizada. La cínica sinceridad de la carta final de Mallik está pensada para que deje huella en el lector: "No confíes jamás en el amor". Este fuerte pesimismo (o realismo) colorea esta interesante novela que merece la pena leerse.