Image: Hay quien prefiere las ortigas

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Novela

Hay quien prefiere las ortigas

Junichiro Tanizaki

3 marzo, 2005 01:00

Junichiro Tanizaki. Foto: Archivo

Trad. M. L. Borrás. Seix Barral. Barcelona, 2004. 220 págs, 10’50 euros

Junichiro Tanizaki (Tokio, 1866-Atami, 1965) experimentó desde muy pronto la fascinación por las mujeres hermosas, asociando la pasión a la servidumbre.

Su valentía para abordar la persistencia del erotismo en la vejez o para reconocer la vecindad entre el sexo y la perversión le permitió no escatimar la sinceridad al recrear su fracaso conyugal. Kaname y Misako apenas han superado los diez años de matrimonio, pero su convivencia es una rutina exenta de pasión. La extinción del deseo no ha aniquilado el respeto ni la amistad. Tanizaki enfatiza la importancia de la intimidad sexual. Al contemplar la carne de Misako, Kaname advierte que le invade la melancolía, pero su tacto le resulta impersonal. El padre de Misako ha superado los 50, pero aún conserva el anhelo de poseer un cuerpo joven. Ya viudo, le separan treinta años de su amante. Su relación refleja los códigos de conducta de otra época, cuando la pasión y la vejez no parecían incompatibles. No hay un propósito de escarnecer las nuevas convenciones. Los amantes obran guiados por la fatalidad. Tanizaki deplora que las tradiciones japonesas nunca hayan contemplado el culto a la mujer. El romanticismo es una invención occidental, que acarrea mucho sufrimiento, pero en su ausencia sólo prospera el tedio y la mediocridad. Tanizaki refleja la modernización de Japón en las décadas previas a la II Guerra Mundial, sin lamentar la influencia del jazz, el cine o la moda. Esa conformidad no excluye cierta nostalgia de un pasado simbolizado por los jardines con sándalo y ciruelos y por ciertas ceremonias que impregnaban de delicadeza las relaciones sociales. Sin embargo, su perspectiva es la de un hombre que odia la intolerancia y el concepto clásico de honor. Misako mantiene un idilio con Aso con el consentimiento de su marido, y éste complace sus sentidos con una prostituta que le proporciona un placer tranquilo. No hay resentimiento ni reproches. Los dos conservan el aprecio por el otro y su hijo acepta la inminente separación con naturalidad y sencillez. La desesperación es un sentimiento primitivo. La vida es como una de esas canciones del teatro de marionetas: algo confuso e intrascendente. Los celos introducen un dramatismo innecesario.

Tanizaki está más cerca de Kawabata que de Mishima. Su lirismo elude la desmesura y los diálogos nunca están oscurecidos por el artificio. Su espontaneidad revela un profundo conocimiento de los afectos humanos. Hay quien prefiere las ortigas se aproxima a la perfección. Es imposible transitar por sus páginas sin advertir nuestra resistencia a reconocer la precariedad de todos los vínculos. El amor no está disociado del fracaso. Nuestro yo es un fragmento que se acopla a otra intimidad antes de regresar a su aislamiento original. Nada puede salvarnos de ese destino.