Image: Quemar las naves

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Novela

Quemar las naves

Alejandro Cuevas

24 marzo, 2005 01:00

Alejandro Cuevas. Foto: Montse Álvarez

Multiversa. Valladolid, 2005. 120 págs, 12 euros

Hace poco Alejandro Cuevas publicó una novela entre postmoderna y de crítica social tan divertida y satírica como sugiere su paradójico título, La peste bucólica. Idénticos presupuestos inspiran ahora otra novela, ésta corta, en la que destila una destructiva visión del mundo actual.

Cuenta aquí el joven Cuevas una historia también divertida, una feliz invención basada en los locos desvelos de Eurimedonte, un cuarentón inútil y en paro que, mientras su mujer, Parténope, trabaja, cuida del hijo, Metíoco, y prepara insufribles comistrajos familiares. Poco más hace: aguanta las visitas de un insoportable triunfador, Trofonio (marido de Terpsícore, hermana de su mujer); acude a una tertulia con sus amigos Plístenes y Leucipo en un café atendido por el diligente camarero Ganímedes, y se aplica día tras día con afán a la escritura de un soneto que crece verso a verso y se le ha atrancado en el primer terceto.

Cabría suponer que esa anécdota sumegida en semejantes resonancias helénicas remite en exclusiva a un relato de crudo culturalismo. La literatura ocupa, en efecto, un buen espacio. Se hace un retrato caricatural del poeta bohemio y exasperado, de esos que "componen odas al abismo" y aman la palabra por encima de todas las cosas, incluso desde un punto de vista arquitectónico. Así, el protagonista imagina colonias de chalés dispuestos como letras y el propio libro homenajea ese orden del mundo ideal al encabezar los capítulos con los signos del abecedario. También hay observaciones estéticas: por ejemplo, la contradicción de que se tenga por una buena novela aquella que ofrezca la verosimilitud, causalidad, lirismo, coherencia y justicia poética que nunca se encuentran en la vida.

Estos y otros pormenores del mundillo literario valen como maliciosa estampa del sinsentido de la escritura en estos hoscos días nuestros, pero son mucho más que endogámica fijación. Forman un todo con un mundo insensible, egoísta y materialista; un mundo abocado, según presagia el poeta, al inquietante porvenir que anuncian los supermercados, donde vivirán los descendientes de la especie cuyos antepasados vivieron en los árboles y donde se podrá en su día pasar la vida entera: nacer, crear, enamorarse y aprender idiomas.

Esta es la visión de la realidad de la novela, repartida entre el punto de vista del narrador omnisciente según el cual la vida se hace con retales y el de ese ser disparatado, tierno, patético, que se resigna a la condición de inadaptado y a asumir que tanto sus endecasílabos como su vida son "los estertores de un perdedor". Y como Eurimedonte está además inspirado por la lucidez del fracaso, sus opiniones tienen un alcance nihilista que el autor diluye en el excipiente de una comedia satírica.

Por su planteamiento y por sus objetivos, incluso por algunas situaciones anecdóticas, Quemar las naves viene a coincidir con la mirada volteriana de la televisiva familia Simpson. Alejandro Cuevas posee las peculiares dotes verbales e imaginativas adecuadas para un empeño de esta clase, las pone en juego en un texto de apariencia poco pretenciosa y logra si no una gran novela, sí una estupenda farsa quevedesca que merece la pena leerse.