Image: El turno del escriba

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Novela

El turno del escriba

Graciela Montes y Emma Wolf

28 abril, 2005 02:00

Graciela Montes y Emma Wolf. Foto: E. A.

Premio Alfaguara. Madrid, 2005. 272 páginas, 16 euros

El premio Alfaguara ha pretendido sumarse a la novela histórica. Pero las autoras, argentinas, han elegido un tiempo alejado (finales del s. XIII), un espacio geográfico (Génova mal conocida) y un escenario difícil para su protagonista: la cárcel de la ciudad, en la que llevaba 14 años esperando su rescate.

Las autoras poseen una experiencia literaria común; la primera se decantó por la literatura infantil y juvenil y la segunda tan sólo por la infantil. Montes había practicado ya la novela para adultos: El umbral (1998) y Elisabet (1999), así como los ensayos en La frontera indómita (1999) y El corral de la infancia (2001). La segunda fue candidata en dos ocasiones al premio Andersen.

Ambas decidieron, según confiesan, en la cervecería bonaerense Marco Polo, escribir una novela sobre la que trabajaron cerca de cinco años reuniendo una prolija información. Ninguna conocía la Génova actual y posiblemente fue la lectura del libro de viajes de Marco Polo lo que las incitó a plantearse una tarea tan compleja, que alternaron con otras actividades literarias. Posiblemente la primera etapa de la elaboración de este texto consistió en recopilar una excesiva cantidad de datos; tantos que convirtieron lo que fue concebido como una novela histórica en un friso costumbrista. Tal vez exista un reducido núcleo de interesados en la época y en el ficticio personaje Rustichello de Pisa, del que históricamente nada se sabe, que pasa de escriba a narrador de las aventuras de otro prisionero veneciano con el que coincidió, Marco Polo. Pero la consecuencia de tan ímprobo esfuerzo es que los detalles secundarios han devorado la trama y acaban ahogando la novela. Las autoras decidieron prescindir, salvo en una breve excepción, de los diálogos que hubieran podido aligerar tan pesado fardo. Les atrajo una tesis: la conversión de un amanuense en el autor consciente que va descubriendo el arte de la composición, pero esta revelación se produce poco a poco hasta considerarse a sí mismo novelista (cuando la novela aún no había nacido y ni Chrétien de Troyes fue consciente de ello).

En la primera parte hemos avanzado trabajosamente. Apenas se percibe -y debe ser un mérito- que la novela se escribió por autoras que trabajaron por separado y luego pulieron el material hasta conferirle esta pátina de prosa antigua que acaba fatigando. La escritura compartida recordará experiencias tan relevantes como Borges y Bioy Casares. Pero las novelistas, del equipo Alfaguara en Argentina, iban tras el bestseller a lo Umberto Eco y no lo han logrado. Si aciertan es abandonando la prisión, que en esto se convertirá también la lectura de la novela, y trazan con delicadeza escenas casi pictóricas.

Las autoras desconfían de sus lectores adultos y hacen de la novela una suma de conocimientos. La atractiva documentación histórica las desborda. Equivocan el género.