Venas de nieve
Eugenio Fuentes
26 mayo, 2005 02:00Eugenio Fuentes. Foto: J. Martínez
El primer plano de Venas de nieve lo ocupa una joven policía, Andrea, encargada de simular el papel de la víctima en las reconstrucciones de muertes causadas por violencia de origen sexual.El trabajo de Andrea es una circunstancia, aunque no del todo indiferente a una parte de la materia de la obra. Ese destino en el Servicio de Atención a la Mujer avala el carácter de documento de actualidad de una escritura que se decanta por tomarle el pulso a la vida corriente y sus dramas. Esta sensibilidad casi periodística, y una actitud testimonial cercana a la denuncia constituyen un rasgo sobresaliente de Venas de nieve. A poquísima distancia queda de la literatura social, con un punto de opor-
tunismo, aunque la deriva psicologista lleve el argumento por otro camino, el de la indagación en una conciencia atormentada por el dolor.
Esta vertiente de análisis de un conflicto interior agudo, surgido de la experiencia de la enfermedad grave, de la precariedad de la naturaleza humana, y casi del absurdo existencial, se sobreimpone al otro pro-
blema. El hijo de Andrea sufre leucemia y ella emprende la angustiosa búsqueda de un donante de médula. No daré otros datos fundamentales porque desgraciaría la lectura, sólo diré que la historia tiene garra, está llena de incidentes notables, mantiene el suspense hasta el final (éste, en cambio, resulta un poco blando), y aunque roce el melodrama, pone los sentimientos en el límite que preserva su dignidad de caer en la sentimentalina.
Si a todo ello añadimos la presencia de varias figuras literarias notables (acertada selección de unas pocas personas de la cercanía familiar o profesional de Andrea), tenemos una obra más que meritoria por la intensidad de su historia y por el oficio con que se cuenta. Semejante situación se prestaría a un fácil tratamiento tremendista, pero Fuentes vuela más alto, y busca una carga poética o simbólica para su historia, sin detrimento del testimonio. El título, una metáfora de la enfermedad del niño, y el nombre de la mujer, Andrea, cuya raíz griega alude a un carácter fuerte y varonil, apuntan en ese sentido. La narración, además, se adorna con digresiones y notas culturalistas.
El drama de la vida alcanza así una categoría artística. Sin embargo, tropieza con un serio obstáculo que resta verosimilitud. La novela está contada en primera persona, pero no es un diario, ni una confesión. Es un artificio que parece un artificio. Y esto por el rebuscamiento del lenguaje. Podrá parecer paradójico lo que voy a decir, pero Venas de sangre está inconvenientemente bien escrita. La narradora habla sin espontaneidad, y lo que escribe suena a literatura, a prosa escrita. Y pase que ella, aficionada a la lectura, hable de un "epitalamio feliz y esplendoroso", pero no es de recibo que su marido, un sencillo comerciante, le diga que les faltó algo después de la primera "reverberación". Es una pena grande esta falta de sensibilidad para la lengua conversacional porque estropea una buena y densa y conmovedora historia.