Esto parece el paraíso
John Cheever
15 septiembre, 2005 02:00John Cheever. Foto: Archivo
Buenas noticias: las librerías españolas acaban de recuperar los dos títulos de John Cheever más "singulares" de su corpus literario. La sustancia argumental de Cheever, tanto en sus relatos como en sus novelas, era la clase media o media-alta norteamericana.
Se trata, al mismo tiempo, de dos obras que a priori poco tienen que ver entre sí: Falconer relata la vida de un asesino en prisión y Oh, esto parece el paraíso la de un anciano que en el ocaso de su vida intenta recuperar el idílico aspecto de una suerte de parque ahora maltratado por la industrialización. Sin embargo, y pese a las obvias e importantes diferencias entre una y otra sí que es posible apreciar consonancia entre ambas. Se trata de sus últimas novelas (Paraíso se publicó el mismo año de su muerte, 1982, y Falconer siete años antes) y en las dos se refleja la evolución personal del autor desde aquellos primeros relatos publicados en "The New Republic" y su posterior consagración en "New Yorker" hasta convertirse en uno de los nombres de culto de las letras norteamericanas.
En estas dos obras Cheever nos plantea situaciones tangencialmente opuestas a las de obras anteriores. Si antes nos reflejaba una sociedad opulenta y satisfecha consigo misma, cuando en realidad se trataba simplemente de un colorido y brillante celofán con el que ocultar las más aberrantes miserias sociales, ahora se nos plantea el camino inverso: desde la más absoluta miseria personal, cuando todo parece estar irremediablemente perdido, el individuo es capaz de superar cualquier dificultad y erigirse como un verdadero héroe por más que esté encarcelado o que la edad merme sus facultades físicas.
Uno de los más claros rasgos en los que apreciamos esta evolución es en el tratamiento de la homosexualidad. El planteamiento y la resolución que plantea Cheever, de tendencias bisexuales él mismo, tanto en la homosexualidad de Farragut como respecto a las dudas de Sears, nada tienen que ver con las de Coverly en la saga de los Wapshot y menos aún con aquel temprano Clancy en su relato de la Torre de Babel. La comicidad vergonzosa que apreciábamos en Coverly y el tormento que sufría Clancy nada tienen que ver con la seriedad y serena aceptación de los gustos sexuales de los protagonistas más recientes. No es éste el único referente autobiográfico, aunque sí el más significativo.