Novela

Telón de sombras

Camilo José Cela Conde

27 octubre, 2005 02:00

Camilo José Cela Conde. Foto: Oscar Pipkin

Alianza. Madrid, 2005. 480 páginas, 19’50 euros

Las grandes pasiones de personas que se juegan la vida misma en un empeño excepcional han sido motivo literario recurrente. Y las obras que abordan ese asunto suelen presentar a la vez los rasgos psicológicos y los trastornos de la conducta propios de esos seres visionarios. En esta tradición coloca Camilo José Cela Conde Telón de sombras.

La historia densa y trágica de la novela tiene en Ginebra su escenario principal. La ciudad suiza se presenta con detallismo topográfico como para darle solidez costumbrista. Nada más lejos, sin embargo, de la intención del autor que dibujar una simple estampa urbana, pues ésta adquiere, sin perder su imagen cosmopolita, una dimensión casi simbólica de refugio uterino para cuatro personajes que comparten una especie de exilio voluntario. En Ginebra se cruzan las vidas de Tanya, bellísima bailarina rusa capaz de alcanzar cimas insuperables en el ballet; Molinero, celebrado escritor y filólogo, hijo de exilados españoles; un famoso neurocirujano, Vázquez, que acaricia el Nobel de medicina, y un carismático escenógrafo, Pierre Weider.

La novela pone en marcha un mecanismo de destrucción humana basado en las tormentosas relaciones de este cuarteto, no triángulo, como dice la cubierta, relegando al auténtico motor de la tragedia, Pierre. La megalomanía del comediógrafo enfebrecido es el epicentro de los muy numerosos sucesos que sobreabundan en un argumento tan intrincado como a ratos prolijo y cansino. Aspira Pierre a una tal perfección expresiva del baile, libre del soporte corpóreo, que fuerza a Tanya al extremo de causarle graves daños mentales, mientras la manipula por una oscura venganza. Esta locura demoníaca influye negativamente en la relación sentimental de la chica con Molinero, quien, además, y a raíz de quedar ciego, sufre una parálisis de creatividad y tiene ocasión de comprobar en propia carne el misterio que le obsesiona relacionado con las bases fisiológicas de la percepción estética. El médico anuda buena parte de esas historias y, sobre todo, complementa la visión perspectivista de los hechos que han ido dando, en primera persona, y en capítulos alternantes, el resto de los personajes, mediante unas declaraciones a un periodista.

Vale esta mínima información de contenido y formal para hacerse idea de la densidad de los asuntos abordados por Cela Conde y de la estructura nada descuidada que utiliza. Su intención de hacer un relato de hondura reflexiva y problemático salta a la vista. El conflicto central del libro radica en las pasiones malsanas causantes del drama de Tanya, víctima no del todo inocente de intereses ajenos. Pero ese núcleo sirve también de base, y acaso de pretexto, para alquitaradas disquisiciones estéticas y científicas. Así, vida atormentada y múltiple problemática intelectual se juntan en una única historia.

El propósito de Cela Conde no puede ser más respetable, y los medios bien trabajados. No se consigue, sin embargo, un resultado global del todo satisfactorio. La raíz de este efecto está en una tendencia general del autor a la magnificación de los protagonistas y de los sucesos. Nada tiene una dimensión común, y convierte todo, acciones, pensamientos y ambiciones, en extraordinario. Hay una hipertrofia de los caracteres que desemboca en unas psicologías dostoievskianas, cavilosas al máximo, enajenadas. Y hay una hipérbole permanente en las ambiciones casi sobrehumanas de los personajes. Algo parecido sucede en varias acciones: Molinero pasa de un reconocimiento enorme a que su agente literaria le diga que su nueva obra es una porquería y se la devuelva con anotaciones insultantes. Esto será posible, pero no muy verosímil. Al igual que no resultan creíbles muchas de las cosas que dicen los personajes, por rebuscadas, aunque sean tipos cultos, sensibles y refinados. La tendencia generalizada a la exageración y la mitificación estropea en buena medida una novela con inquietudes y planteamientos mucho más respetables que el convencionalismo rutinario que inspira a una gran parte de nuestros prosistas actuales.