Egipto
Manuel Pérez Subirana
2 marzo, 2006 01:00Manuel Pérez Subirana. Foto: Domenech Umbert
Quizás la literatura lo haya dicho ya todo acerca de ese misterio que somos los humanos: ningún conflicto falta en las páginas de la biblioteca universal y nada inédito parece quedar por decir. Incluso, la postmodernidad casi
se contenta con reescribir.
Hago estas manoseadas reflexiones a propósito de la segunda y acertada novela de Manuel Pérez Subirana, Egipto. Si bien se mira, este narrador barcelonés apenas hace otra cosa que dotar de un marco muy actual, pautado por cosas del día, a un conflicto psicológico intemporal: la rebeldía de un joven, Roberto, abrumado por un mundo absurdo; el dilema de un treintañero entre aplicarse a algo positivo o suicidarse; en fin, el propósito de ese mozo, narrador de sus propios problemas, de dar un nuevo rumbo a su vida. Tampoco la resolución de la anécdota resulta muy ocurrente, pues mil antihéroes de este tipo, un descendiente crecido de Peter Pan, han naufragado en la indolencia.
Pero todo ello es lo de menos porque Pérez Subirana sabe darle al protagonista un atractivo grande como para que esa trayectoria un tanto consabida resulte nueva, o se lea como algo personal y distinto a lo que otras veces se nos ha contado. En parte, gracias a una trama anecdótica con elementos proporcionados por una imaginación eficaz. La inventiva empieza a funcionar en la caracterización de Roberto, licenciado en medicina que, renunciando a ejercer su profesión, trabaja de peón en una fábrica de plásticos, y escritor con proyectos en permanente vía muerta. Nada espectacular, pero muy bien traído para darle consistencia y verosimilitud al personaje. Lo mismo ocurre en el argumento, animado por una historia amorosa oportuna para el perfil del mozo y por una peripecia que convierte un relato intimista (confesional y presentado en buena medida a través de un diario), en una moderada historia de intriga y aventura.
Añadiremos un acierto más: una prosa de calculada sencillez, de oraciones cortas que dan agilidad a la historia, aunque también se permita registros más complejos; y que supera una supuesta espontaneidad con prudentes referencias literarias, no adorno sino materia propia en boca de un narrador culto. La simplicidad de la prosa, ese estilo muy comunicativo, forma un todo con el fondo de la novela, que no deja de ser otro que la presentación libre de toda grandilocuencia de una situación existencial agónica.
En lugar de utilizar hechos truculentos, o complejidades mentales dostoievskianas, o alegatos sociales enfurecidos, el autor opta por una mirada entre irónica e impasible que deja a su personaje en un cálido desvalimiento. Roberto vale como un caso singular, y como tal sus vicisitudes interesan, y él hasta conmueve por el candor de su sincera marginalidad social. Pérez Subirana va, sin embargo, mucho más lejos y la novela no acaba en el problema particular de un inadaptado por exceso de lucidez. Más bien ahí empieza: este hombre que se contenta con creerse de vez en cuando dentro de un microclima de felicidad representa la imposibilidad actual del héroe. En primera instancia, en Egipto tenemos un relato entretenido, y hasta cordial, quizás más de lo que se pretendía, pero es una engañosa apariencia: el autor se sirve una astucia narrativa para proponer una reflexión bastante desoladora sobre el mundo.