Guadalupe Nettel. Foto: Carles Mercader
Guadalupe Nettel es una escritora mexicana nacida en 1973, autora de dos libros de cuentos: Juegos de artificio y Les jours fossiles; uno en castellano y el otro en francés, porque es autora bilingöe. El huésped, su primera novela, fechada en París en enero de 2003, se ha publicado simultáneamente también en francés en Actes Sud.
Es su primera novela y, en consecuencia, no puede calificarse como obra madura, aunque valoremos positivamente su capacidad para ofrecernos una historia cuyo desarrollo presenta enormes dificultades: es cerrada, ambigua y, tal vez, excesivamente ambiciosa. Nettel aborda no sólo el tema del desdoblamiento (que ya Stevenson y Borges, entre otros, trataron), sino que aborda también el mundo de la ceguera, simbólicamente cultivado por Sábato.
Pese a la inocencia inicial que podría deducirse de las primeras líneas de la novela: “Siempre me gustaron las historias de desdoblamientos, ésas en donde a una persona le surge un
alien del estómago o le crece un hermano siamés a sus espaldas”, la autora nos introduce en un mundo obsesivo donde prevalece la muerte del hermano de la protagonista, Diego, cuando ella apenas cuenta 9 años, y la obsesión de que convive con “La Cosa”. Unas escasas pinceladas nos remiten a menudo al mundo de la infancia. Su padre la abandonará a los doce y Ana, la protagonista, recordará los extraños signos grabados en la muñeca de su hermano y que más tarde descubrirá que se corresponden con el alfabeto braille. Poco a poco, se nos va introduciendo en un mundo fantasmagórico, subterráneo, angustioso, poblado por seres que parecen extraídos de las novelas de Artl, el del metro.
Con el abandono de la infancia, entrará en contacto, como lectora contratada, con una Institución para ciegos. Ello le permitirá acceder a un mundo hasta entonces extraño, donde conocerá a El Cacho, un mendigo cojo que ronda las escalinatas e incluso accede al interior del Instituto. Será él quien la introducirá en el grupo que vive en el metro. Los escasos personajes poseen valores simbólicos: la señorita Vélez, la secretaria de la institución; la ciega Nelly; el rebelde Madero, incapaz de someterse a la disciplina de la institución; Marisol, que la llevará a la cena que ritualmente se celebra tras la conmemoración del Día de Difuntos en el cementerio, o el prófugo Lorenzo. Ana, que confiesa: “no hacía nada de mi vida”, descubre este submundo de ecos dostoievskianos. La Cosa disminuye con la acción, aunque finalmente parece transformarse en la ceguera misma.
Nettel busca un aliento poético bajo la narración que se desarrolla en varios niveles. Lo que cuenta es tan sólo la parte visible de una realidad simbólica subyacente. La trama se pierde en ocasiones. Sin tremendismos, se encarna en el pesimismo existencialista. Convendrá seguir la trayectoria de esta joven narradora, dominadora del estilo, de un marcado naturalismo poético, con ideas y maneras que la distinguen de las formas habituales de la narrativa mexicana. Y algún día también habrá que concederle a París lo que supone aún para la literatura hispanoamericana en formación.