El latido de la memoria
Manuel Arce
15 junio, 2006 02:00M. Arce retratado por Álvaro Delgado
Si en años recientes algunos echábamos en falta una mayor atención de nuestra literatura a los aspectos problemáticos del pasado cercano, y nos quejábamos de ello, estamos ahora en una situación contraria; hoy, en un contexto generalizado de recuperación de la memoria histórica velada por el pacto implícito de la transición política, vuelve el ayer.
Arce es un poeta y prosista del medio siglo que llevaba muchos años sin publicar narrativa. Entre mediados de los 50 y los 60 sacó un puñado de novelas bastante representativas de aquellas fechas, a mitad de camino del existencialismo y el documento de época. Ahora vuelve a la ficción con un libro grueso y de raíz memorialística. Da fe de esto un dato biográfico anotado en la dedicatoria de su primera novela, Testamento en la montaña (1956). El autor, se informa aquí, nació en la alcoba de una estación del ferrocarril del Cantábrico según se va a Llanes desde Santander. En su último libro, un personaje importante, quizás el protagonista, nace en el mismo infrecuente lugar y allí viaja cuando se ve obligado a huir desde la capital de la Montaña.
No quiere esto decir que El latido de la memoria pretenda ser autobiografía familiar. Sí es un rescate a través de documentación o de recuerdos, tanto da, del clima político y social santanderinos desde 1935 y hasta algo después de la ocupación de la ciudad por los sublevados a mediados de 1937. Parte de la peripecia la ocupa una pandilla de quinceañeros, los cuales funcionan como un espejo donde se refleja la grave conflictividad del momento. Estos muchachos se integran en un retrato coral de la ciudad que recoge múltiples facetas: la actividad de la pesca o el comercio, la agitación ideológica pública o clandestina, el esparcimiento en el cine o en los prostíbulos…
Ese fresco colectivo se presenta por medio de cuadros breves que discurren en orden cronológico a lo largo de los amenes republicanos y de las primeras fases de la guerra. Esas estampas ilustran la vida cotidiana a la vez que facilitan la presentación del activismo falangista, de los movimientos sociales revolucionarios y de las actuaciones de los partidos del Frente Popular. La violencia, los crímenes, el miedo y las privaciones, el ramillete de terribles datos de un periodo de pasiones incontroladas llena el relato. Una apariencia de neutralidad distribuye un poco la maldad por todas partes, pero la novela tiene su trasfondo intencionado: en las izquierdas, los actos más criminales corren por cuenta de anarquistas; en las derechas, se hace casi una digresión para explicar el golpe que acabó con Hedilla. Pero, en conjunto, la novela es un homenaje a las víctimas de la conspiración de militares y fascistas, encarnado en los pocos nombres que se salvaron de la represión tras la victoria franquista, convertidos en el "latido de la historia" al que alude el título.
Los materiales de este libro que se inscribe en la tradición de los "episodios nacionales" son los consabidos y producen el efecto revulsivo esperable de su manejo narrativo diestro. La forma es muy convencional, pero permite un desarrollo de la anécdota fluido. El estilo, sencillo y de frase corta, resulta eficaz, aunque le falta creatividad. Hay, sin embargo, unas cuantas faltas de ortografía graves, alguna quizás no achacable al autor, pues el libro contiene un exagerado número de erratas. Estos descuidos trabajan en contra de un relato que, si no alcanza la categoría de las grandes obras, sí es una novela correcta e interesante.