La canción de los misioneros
John le Carré
4 enero, 2007 01:00John le Carré. Foto: Wayatt Counts
La novela política practicada por el inglés John le Carré (1931) es una ficción histórica con sustancia social. Quien haya escuchado al escritor en alguna entrevista conoce su sabiduría de las cosas humanas y del equilibrio y ecuanimidad con que analiza los asuntos del presente. Oírle hablar de la guerra de Iraq o de la responsabilidad que corresponde a Tony Blair por haber empezado el conflicto resulta reconfortante, pues comunica sin agravio la posición opuesta a la tomada por su gobierno. Sus obras apuntan por igual a los culpables y a las víctimas. El valor de la novela política reside principalmente en que permite reconstruir con detalle los escenarios donde se decide el destino de los pueblos y, al mismo tiempo, mostrarnos el corazón de la realidad donde los intereses humanos más descarnados, el deseo de poder o de riqueza, manifiestan su cara destructora de la fibra con que se tejen los precarios lazos de la solidaridad humana.Desde la publicación de El espía que surgió del frío (1963), luego llevada a la pantalla con gran éxito, la popularidad de Le Carré resulta merecida. Ahora, a los 74 años y con 20 novelas en su haber, vuelve a sorprendernos publicando una de sus mejores obras. Esta ambiciosa narración, situada en el centro de áfrica, se apoya en la tradición temática iniciada por Joseph Conrad, en El corazón de las tinieblas (1899). Supone en cierta medida una vuelta al continente africano, del que escribiera Conrad, con el fin de constatar que las cosas siguen aproximadamente igual de mal, aunque los protagonistas sean otros.
La historia contada en el libro discurre a través de tres hilos temáticos principales: la narración de un trozo de la vida de un súbdito inglés de origen congoleño, Bruno Salvador, Salvo, que vertebra una intriga política situada en el Congo, y el recuento de las ilegales manipulaciones efectuadas por el servicio secreto inglés para ejercer influencia en el país africano. Estos tres hilos narrativos van perfectamente hilvanados. La figura central, Salvo, es un personaje auténticamente entrañable, un ser de ficción que perdurará en la memoria del lector. Se trata de una cebra, el hijo ilegítimo de un misionero católico irlandés destinado en el Congo y de la hija de un jefe de tribu nativo, poseedor de unas dotes lingöísticas extraordinarias, habla diversos idiomas africanos. Lo encontramos ya de adulto trabajando de intérprete en Londres. Está casado con Penélope, una periodista de éxito, perteneciente a la alta burguesía. El matrimonio fue el capricho de ella tras una tórrida relación sexual. Penélope y su entorno muy inglés le sirven al autor para comentar sobre la discriminación de los hombres de color, incluso hacia gentes como Salvo, cuya piel apenas manifiesta un tinte café. Cuando el joven conoce a Hannah, una enfermera congolesa, su conciencia del deber hacia su nativo Congo se despierta.
Salvo ejerce como traductor para el servicio secreto inglés. Su actividad es rutinaria: escuchar y traducir lo captado por medio de satélites e instrumentos de todo tipo. Un día, sin embargo, le asignan una misión distinta, la de hacer de intérprete en una reunión de alto nivel entre políticos congoleños, orquestada por el servicio secreto. Allí la nueva conciencia de Salvo y su deber hacia Inglaterra colisionarán. Le Carré plantea el choque ocurrido entre este hombre sensible, inocente, y los modos de actuación del espionaje británico, gobernado por las directrices de una sociedad que carece de respeto hacia el otro, y menos hacia un bastardo de color africano, carente de estatus. Aquí la novela política se convierte en un fuerte alegato contra los modos en que se conducen los asuntos de estado en Inglaterra. Salvo archiva un resumen de las escuchas realizadas en esta ocasión bajo el rótulo Yo acuso, el título puesto por Emile Zola al artículo donde defendió al capitán judío francés Dreyfus, falsamente acusado de traición a la patria. A partir de entonces a los escritores que manifestaron un compromiso social los denominamos intelectuales.
Así esta novela política y excelente thriller, que cuenta la historia de uno de esos sucios complots, tan queridos por los políticos y sus agencias secretas, termina siendo un alegato intelectual contra la injusticia humana. Aboga a favor de la fraternidad humana, de que la honestidad debe constituir la base sobre la que construyamos nuestras relaciones con áfrica en vez de la insaciable sed de sus materias primas.
Una prosa vigorosa
La crítica anglosajona no ha escatimado elogios para La canción de los misioneros (The Mission Song). El Washington Post ha subrayado la precisión de sus diálogos agudos y precisos, su rica caracterización de los personajes y su prosa "tan maravillosamente expresiva como siempre". El crítico de The Independent ha destacado su estilo "denso, vigoroso, masculino, rico en sustantivos", mientras que en el New York Times han alabado la fidelidad con la que ha mostrado las complejas relaciones internacionales, "centrándose especialmente en el lenguaje en el que aquellas se desenvuelven, el lenguaje de la ofuscación diplomática". Curiosamente otra crítica de este mismo medio reprocha a Le Carré "haber escrito un thriller simple y en ‘blanco y negro’".